El exinspector de policía Joe King Oliver se alza entre
las líneas de este clásico policiaco de 2018 como una creación talentosa.
Se
asienta en el linaje de detectives perdedores que, como los que le
precedieron en los comienzos del XX, deslumbran al lector por su perspicacia, su talento, su bravuconería, sus fracasos
personales, su conocimiento del mundo y las personas, su lealtad, su fortaleza
moral y física; su determinación y temeridad cuando haya que descubrir la
verdad.
Su tesón en la investigación logrará al final saciar nuestra sed de equilibrio poético,
porque van a vencer los que están del buen lado de la línea, aunque para lograrlo
en ocasiones el detective tenga que pisar
el territorio de las tinieblas.
“Nací
para ser investigador. Para mí ese trabajo era como hacer un puzle en tres
dimensiones al natural que al final sería una representación exacta del mundo
real.”
Y nos la da. Compone
un dibujo preciso de Nueva York. Nos arrastra por sus calles, nos movemos de lo
más infame a lo más exclusivo: en ambos espacios se configuran las mayores
vilezas. Retrata con un trazo rápido la política desmotivadora de su país.
“Mi problema concreto con las mujeres era, en
cierta época, que las deseaba. A mí, inspector de primera clase Joe King
Oliver, no me hacía falta más que una sonrisa o un guiño para descuidar mis
obligaciones y promesas, mis votos y el sentido común (…).”
El cuerpo policial neoyorkino guardaba en su seno una
camarilla canalla que conocía bien esta flaqueza suya. También conocía su
excelencia investigadora. Las metódicas
indagaciones de Oliver en los negocios sucios de esos corruptos iban a dar al
traste con la impunidad de los deshonestos. El inspector era un obstáculo
para sus ruines transacciones, y
decidieron inhabilitarlo con una trampa. Una mujer que les debía un favor y una
grabación manipulada dieron con Joe King
Oliver en la cárcel. Ni siquiera su mujer lo apoyó. Su vida familiar
estalló en pedazos. ¡Cuánto iba a echar de menos a su pequeña!
Al comienzo de la novela ya han pasado trece años de todo
aquello. El relato en primera persona del expolicía nos rebela que ahora es
detective por cuenta propia.
En los relatos policiacos desde el presente se escarba en el pasado. Primero se conoce el efecto, el crimen, la injusticia, el atropello; después se desvelan las causas, junto al quién y al cómo.
Disfruta de cierto parentesco con el Cid Campeador. Ambos cayeron en el
oprobio después de una traición. Y ambos lucharán duro para remontar y limpiar
su nombre. Los dos tocan la estirpe de los héroes legendarios.
Ni
uno ni otro son reales, pero nos ayudan a sobrellevar, a
cerrar la herida abierta en la armonía social.
En
prisión un policía nunca va a ser bien
acogido.
“Solo
llevaba 39 horas en Rikers y ya me habían agredido cuatro presos. Un apósito
adhesivo blanco me sujetaba la carne rajada de la mejilla derecha. Le rompí al
sirlero la nariz y la mano de la navaja, pero la cicatriz que me dejó duraría mucho
más tiempo.”
“En
pocos días había pasado de poli a criminal. Pensaba que eso era lo peor…, pero
me equivocaba”.
Un anticipo que abre las expectativas al amante del
género negro.
Lo habían
despeñado hasta el infierno.
Lo
excarcelan sin ninguna explicación. No deseaban su muerte, solo que
no metiera las narices en asuntos turbios.
En prisión no estaba a solas “porque había cucarachas, arañas y chinches. No estaba a solas porque
había docena de hombres a mi alrededor, también incomunicados, que pasaban
horas gritando y aullando, (…)”. En ese agujero, anhelando sus lecturas,
empezó a crecer su deseo de venganza que años después se mantenía aún vivo.
Una
carta le va a dar la oportunidad de iniciar la búsqueda de los que le
engañaron.
Su hija ya ha crecido, le ayuda en el despacho, coge
llamadas. Por lo menos la ha recuperado a ella. Su vida se rompió después de
aquel encierro gratuito e injusto; ya nada iba a ser lo mismo, pero el cariño
de su pequeña le insufla vida.
Hoy
ha llegado a su oficina un caso: en el corredor de la muerte se encuentra un
inocente.
Se le abren dos frentes. Duda, pero decide meterse a
fondo en los dos lances.
A partir de ahora en la novela se vierten enormes
cantidades de nombres a los que el lector tiene que estar atento, ubicarlos en
una u otra trama. No siempre resulta sencillo, en ocasiones hay que releer. Mosley
hace una gran tarea armando esta trama trenzada.
Joe King Oliver guarda mucho dolor y mucha rabia, una
prostituta amiga se convierte en depositaria. Nada más tópico. Debe frenar
las lágrimas, pero los motivos no le faltan. Su complicada vida infantil se
dibuja con dos trazos.
Se busca el
compañero que el detective más tradicional disfruta siempre, aquí Melquarth
Frost. Él hará el trabajo más sucio, del que el detective se beneficiará. Su
relación procede de la lealtad que Mel le profesa. En el código de los
facinerosos también hay reglas.
Se
despiden con un eco de la película Casablanca: “-Más vale que te largues antes de que empecemos a besuquearnos o algo.”