El texto refleja cómo la identidad antillana de Maryse Condé se
va abriendo paso en ella, rompiendo capas de prejuicios familiares y sociales.
Es como esas flores de raíz muy profunda que surgen a la luz a través de un
largo camino bajo tierra.
Un relato con un dulce aire
naif, pero lleno de honestidad, compromiso y fuerza reivindicativa.
En esta novela, hecha de
recuerdos de infancia y de primera juventud, se plasma de qué manera un colonialismo ahoga injustamente una
identidad, la antillana.
El potentado tiende a silenciar al que puede menos. Es una vieja
historia que se actualiza con demasiada frecuencia.
Maryse Condé comienza el libro
relatando que para sus padres la Segunda Guerra Mundial, constituyó un periodo sombrío. Y no, como se
podría imaginar, por las terribles situaciones que arrastró la contienda, sino porque se vieron privados de sus habituales
viajes a Francia, durante siete años.
Durante aquellos viajes
familiares, los camareros de París mostraban
su asombro por lo bien que hablaban francés a pesar de no ser blancos. Sin
embargo eran tan franceses como ellos. Y además eran mucho más cultos, señalaba
la madre, con cierta rabia contenida. Se sentían altivamente inferiores.
Maryse, aunque era pequeña,
sentía pena por sus mayores. Su hermano Sandrino, como siempre, sería el que le aclarara las dudas; y le explicó que sus
padres querían ser lo que no podían ser porque detestaban lo que eran.
Procedían de Guadalupe, pequeño archipiélago de las Antillas, un
territorio francés en ultramar. Allí disfrutaban de una existencia acomodada,
clasista y racista. Vivían de espalda
tanto a blancos y mulatos como a los más desfavorecidos de su propia raza.
Allí remedaban la vida del otro lado del Atlántico.
La pequeña Maryse
vivía, estudiaba, jugaba en el exclusivo cosmos que le correspondía, el que su entorno
había creado para ella. Se desarrollaba de
espalda al Caribe: a su cultura, a sus gentes, a su situación
socio-política. Y surgían preguntas, pero en casa no había respuestas.
Con 13 años, en la tercera o cuarta visita a Francia con sus
padres, Paris no le parece la capital
del mundo. Echa de menos su tierra. Se
vislumbra un cambio en ella. Se hace muy crítica con su familia y con su
mundo burbuja.
Se ve confrontada a hacer
en París un trabajo escolar sobre un libro que trate de su país. Puesto
que son los años 50, y aún no ha surgido la literatura antillana, no sabe qué
libro elegir; y recurre a su hermano, que
le aconseja leer a un autor de la Martinica. A través de él, Maryse
descubre las duras condiciones de vida de los negros en el campo. Para ella,
hasta entonces, el campo solo era un lugar de vacaciones. Aquí sitúa la
escritora el germen de su concienciación
política.
Empieza a ser consciente de que no conoce las verdaderas Antillas. Las que ella ha vivido hasta
entonces son solo un calco de Francia.
En casa todo va cambiando: sus hermanos ya no viven allí,
sus padres se hacen mayores, hay un manifiesto deterioro… Quiero intuir la metáfora de un mundo que se
resquebraja para la adolescente Maryse. Es el momento de abrir la puerta a su
futuro y se ve con dos alternativas: seguir la voluntad paterna o crear su
propia senda. Opta por crear su surco
particular, lleno de compromiso.
Original en francés 1999, en español 2019.
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