¿Qué pretendes con esta carta,
remitente anónima?
¿Buscas la compasión del que lee?
¿Buscas el desmonoramiento de R.?
¿Buscas liberar tu dolor?
Venganza no es, ¿verdad?
Una carta anónima a R. constituye la novela casi en su totalidad, salvo unas primeras líneas de presentación y una breve conclusión, cuando el destinatario acaba de leer la misiva.
R. es un famoso novelista. A Stefan Zweig no le interesa pasar más allá de su inicial. Si ella es anónima él también lo será.
El protagonismo aquí lo adquieren los lectores, confundidos en nuestras emociones, confrontados con nuestros sentimientos.
¿Hay un bueno?, ¿hay una mala? ¿Es al contrario?
R. comprueba leyendo el periódico que ese día es su
cumpleaños, celebra sus 41. Vuelve a Viena después de pasar unos refrescantes
días de recreo en la montaña.
De manera acertada el autor austriaco, Stefan Zweig, con
cuatro puntadas ha cosido un retrato eficaz de este hombre. En la propia carta
la remitente lo va a completar. Es un atractivo seductor, un literato
agraciado, muy culto, con un gusto exquisito, sin problemas económicos.
Al entrar en casa, su mayordomo le entrega una bandeja
con el correo recibido este tiempo que ha estado fuera.
R. examina la bandeja “con indolencia”, un par de sobres atraen su atención porque sus dos
remitentes parecieron interesarle. “ […]
vio
una carta con caligrafía desconocida y apariencia demasiado voluminosa que, en
un principio, dejó de lado.”
Más tarde, después de un té, después de hojear el
periódico y después de mirar algunos folletos, cogió aquella carta a la que no había prestado interés en un
principio.
De esta manera sencilla, con esta morosidad tan bien
medida, Zweig subraya la misiva, la saca de la oscuridad y hace que brille ante
nosotros con este comienzo: “Mi hijo murió ayer.”
“Ahora
solo te tengo a ti.” (…) “¿A
quién podría hablarle, en esta terrible hora, sino a ti, que fuiste y eres todo
para mí.”
En el encabezamiento había plasmado: “A ti, que nunca me has conocido?”
Parece imposible que alguien que ha sido todo para ella,
nunca la haya conocido.
Hay que leer la carta –la novela- para comprender.
La mujer le cuenta toda su vida en veinticinco folios, una existencia entera entregada al amor hacia R.
Es fácil decir que ella es responsable de todo lo que está contando, pero no lo es completamente porque el sentimiento la dominaba . Es víctima de esa historia de amor. Y curioso, R. no
interviene en sus artificios. Él actúa según
sus propios principios, que pueden gustar más o menos, pero con los que no
ofende a nadie. Siempre se muestra con una conducta apropiada, acorde con lo que piensa, con lo que es. Lo peor es que no podemos reprochar nada a R., porque él vive ajeno a la tragedia que se fragua a su alrededor.
El destinatario de la carta y el lector de la novela se
van enterando a la vez de los vaivenes de la vida de esta mujer, condenada a sufrir por amor.
Nosotros, lectores, llegamos a saber más que el propio protagonista, que no consigue
comprender qué está sucediendo, que resulta
ser el receptor de una declaración amorosa que lo va a desarmar.
Desvelar cualquier detalle de esta breve novela sería
injustificable. Pero sí se puede
mencionar este amor enfermizo que data de los 13 años, esa persecución
patológica al enamorado, ese silencio morboso…
Stefan Zweig ha creado dos personajes que provocan sentimientos encontrados en nosotros, y ahí nos deja debatiéndonos, porque no hay culpables. Cuando los hay es más fácil.
No creo que ella busque venganza. Quizás solo busque en su última hora dejar este mundo en paz. Compartir su dolor con la persona a la que ha entregado su vida.
ResponderEliminarFíjate que yo también pensaba que buscaba dejar este mundo en paz, pero después me di cuenta en la situación en que lo dejaba a él. Me pareció muy duro. Quiero creer que fue involuntario por parte de ella, que no quiso causar este dolor que yo me imagino muy grande.
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