EN LA PATAGONIA es un libro de viajes que rompe con la
ortodoxia del género; su autor, BRUCE CHATWIN, no realiza una descripción de un
espacio, sino que te adentra y te
envuelve en su propio periplo.
Este hombre polifacético nació en Inglaterra en 1940 y
murió en Niza, con tan solo 48 años. Los que lo conocieron dicen de él que
fascinaba tanto por su aspecto como por su conversación, y que esta hallaba una prolongación natural
en su prosa. Chatwin fue viajero, fabulador, sibarita, excéntrico, caminante
incansable, refinado, desgarbado, histriónico.
Era el experto en impresionismo de Sotherby’s. Viajó a
Sudán a recuperarse de ciertos problemas de visión, ocasionados por su trabajo,
y a la vuelta se mostró desencantado por el mundo del arte. Inició de manera
brillante estudios de arqueología, aunque los dejó pronto. Fue después
colaborador del Sunday
Times Magazine. Ahí se localizan
sus primeros contactos con la escritura.
Con un simple telegrama: "Me he ido a la Patagonia" cortó su relación laboral. Estuvo en la zona
durante seis meses y de ahí surgió este libro, escrito a los 37 años, que se
abre de esta manera tan sugerente.
En
el comedor de la casa de mi abuela había una vitrina, con un trozo de piel en
su interior. Un trozo pequeño, pero grueso y correoso, con mechones de pelo
áspero y rojizo.
Desde pequeño se sintió atraído por aquel fragmento de
brontosaurio, le dijeron que era. Tardó años en descubrir que el animal era en
realidad un milodonte, o perezoso gigante, que se había desarrollado durante la
época prehistórica en la Patagonia, conservándose este ejemplar entre sus
hielos.
Ese fragmento de piel fue un regalo de boda que su abuela
había recibido de su primo, el marino, Charley Milward.
Ella le había prometido que a su muerte sería para el
nieto. Pero cuando la anciana falleció y él reclamó su ansiado trofeo su madre
le respondió que lo habían arrojado a la basura.
Este libro recoge la narración del viaje realizado a
Patagonia siendo ya adulto. ¿Buscaba la estela de Charley Milward? ¿Quería
encontrar otro fragmento de piel que sustituyera al perdido? ¿Deseaba volar a
nuevos espacios interiores en contacto con aquella legendaria región? Creo que
todo a la vez.
Ligero de equipaje recorrió ese territorio mítico. Se
movió en transporte público, de paquete en algún camión, como pasajero en el
auto de un conocido; a pie, cuando el territorio lo exigía: se fiaba más de sus
piernas que de las patas de un caballo, contestó en alguna ocasión.
En capítulos breves el viajero va trazando una ruta
perfectamente identificable en el mapa. Viaja hacia el sur desde La Plata.
Primero por la zona de la costa atlántica, y después hacia el área patagónica
colonizada por galeses, en la frontera con Chile. Vuelve después a la orilla
atlántica. Desciende hasta la zona más austral de Sudamérica, atravesó Tierra
de Fuego hasta Punta Arenas.
Peregrinó
por desiertos, playas, montañas, ríos; moviéndose de Argentina a Chile, porque
a veces una región no sabe de divisiones administrativas. Hay descripciones en
diferentes cronologías; visitó casas que con el tiempo ya no eran de sus propietarios
originales. Soportó frío extremo y calor sofocante, sufriendo siempre el
obstinado viento regional.
Dentro de aquellos límites geográficos va trazando su
propio mapa humano. Busca el rastro de la primera colonia de galeses en la Patagonia.
Encuentra alemanes, escoceses, bóers descendientes de los “afrikaners” más
intransigentes, exiliadas rusas que habían huido de Alemania tras su derrota en
la Segunda Guerra Mundial, misioneros persas procedentes de la universidad de
Teherán. Algunos personajes, como estos, son solo una alusión, a otros los
reviste de mayor entidad. Así Su Alteza Real el Príncipe Philippe de Araucania
y Patagonia (al que el viajero visitó en su exilio de París), desdendiente del
primer rey con ese título: Orélie-Antoine de Tounens, que en 1859 viajó desde
Périgueux en Francia hasta la Patagonia persuadido de que los araucanos lo
eligirían rey de su nación joven y
vigorosa. Seguirían Butch Cassidy y su banda de forajidos, que se
desplazaron hacia el hemisferio sur para continuar delinquiendo, y cuyo rastro
el viajero fue localizando, siguiendo muchas de sus rutas. El trotamundos
también se encuentra con el salesiano Manuel Palacios al que, recluido en la
locura senil, poco le quedaba de su hondo conocimiento antropológico sobre
Patagonia.
Y ya por fin aparecen las primeras huellas del gran
marino Charley Milward, cuyas aventuras en el mar componen una parte del libro.
Pero junto a él hay que mencionar a Antonio Soto, un gallego del Ferrol, que
conoció a Franco y que encabezó una revuelta anarquista en aquellas tierras; o
a Simón Radowitzky, uno de los prisioneros más conocidos del presidio de
Ushuaia.
Se menciona a Darwin y a los castores invasores que
destruyeron bosques, a los indios que fueron llevados como trofeo a Londres y aquella
ocasión en que un marinero perdió la nariz al sonársela a causa del frío
extremo y un capítulo lleno de terror que alberga la historia de la secta de
los brujos varones…
Constantemente
me preguntaba mientras leía sobre la veracidad de lo narrado. ¿Se inventó una
parte? Y a quién le importa.
Es un fabulador natural, que funde en sus relatos saber
científico y erudito y, sobre todo, pasión por lo que cuenta.
Realiza sucesivas descripciones vigorosas que devuelven
la experiencia vivida a los que han estado allí y que invitan con fuerza a los
que nunca fueron. Muchas como esta: Un encaje de ondulados peñascos blancos
danzaba en torno del horizonte. La superficie del suelo estaba salpicada de
costras chorreantes de color purpúreo.
Llegó por fin a la cueva donde se suponía que Charley
Milward había hallado el trozo de piel. Y entonces, vi asomar de un ramo unas hebras
de aquel pelo áspero y rojizo que conocía tan bien. Las desprendí
cuidadosamente, las deslicé en un sobre y me senté, inmensamente satisfecho.
Había logrado el objetivo de aquel ridículo viaje.
—¡La
Patagonia! —exclamó—. Es una amante exigente. Te embruja. ¡Es una hechicera! Te
atrapa en sus brazos y nunca te suelta.
Así se expresa algún personaje.
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