He vuelto a Managua con esta novela. Visité Nicaragua en 2013, los
recuerdos se mantenían dormidos y esta lectura los ha reavivado. Ahora he
disfrutado de un viaje íntimo contra el olvido. Las que siguen son algunas de una de las muchas notas descriptivas de
Sergio Ramírez sobre la capital de su país. Algo de eso fue lo que yo vi.
"Bajo la
urdimbre de las mantas publicitarias que se entrecruzaban sobre la pista, y que
las manos subrepticias de los menesterosos descolgaban de noche porque bien
servían de cobija, Managua enseñaba sus mismos precarios decorados."
Las
avenidas se encontraban atravesadas por enormes pancartas sujetas a altos
postes con eslóganes publicitarios o institucionales. Eran de un material
parecido a lona impermeabilizada, no era raro, por tanto, que las usaran los
indigentes para taparse del frío de la noche.
Precarios, porque la capital
nicaragüense fue destruida por un terremoto en 1972 y le costaba rehacerse,
crecer, en medio de una economía desfavorecida.
"Muros
pintarrajeados de consignas, bajareques en aglomeraciones sin concierto,
recovecos, ripios, tabiques de catrinite y techos de asbesto, enjambres de
alambres eléctricos que se podían tocar con sólo alzar la mano, cafetines de
mesas derrengadas, (…)
(…) junto
al abandonado parque de ferias La Piñata la bulliciosa parada de microbuses
interlocales que hacían la ruta a las poblaciones vecinas a Managua, y que
sometidos a continuos accidentes por la temeridad de sus chóferes habían sido
bautizados con humor impotente como “intermortales”, las aceras robadas al
transeúnte por las mesas de las refresquerías y las fritangas, la humareda de
las hornillas suelta en el aire que olía ya de todos modos al diésel quemado de
los escapes."
Yo
tenía la impresión constante de que Managua estaba a medio hacer. Al caminarla
sentía la desazón de la falta de armonía. Junto a edificaciones -muchas
ostentosas-, financiadas sin duda con capital extranjero, brotaban centros
comerciales y restaurantes básicos en su diseño y construcción. Vecino a esto era
fácil encontrar parcelas devoradas por la vegetación y el abandono. Así mismo
no faltaba algún jardín modesto, pero cuidado con mimo, que gozaba de un
encanto especial, el que le daban sus visitantes varios que parecían
disfrutarlo mientras paseaban –algunos de la mano- o se sentaban en sus bancos:
era de todos. Descomunales rotondas articulaban las grandes vías de
comunicación; en muchos casos el protagonismo era el de las obras, interrumpidas
por frecuentes aguaceros.
En
ciertas zonas de la ciudad dominaban las casas, pretenciosas en gran parte,
bien protegidas con rejas y alambre de espino electrificado, todas con diseño
ramplón. La prosperidad estaba marcada por la abundancia de seguridad privada,
y no por el acertado mantenimiento de pavimento, acerado o alcantarillado. Te
sorprendían a cada paso los excesivos manojos de cables que colgaban de postes
sobrevolando por encima de los transeúntes, y efectivamente, casi al alcance de
la mano.
Se
descubrían locales de comidas y bebidas de lo más variopinto, algunos enormes,
a medias entre mesones y cantinas, con música atronadora, sólido mobiliario de
pesada madera o ligeras mesas y sillas de plástico; con plexiglás para proteger
de las lluvias intempestivas. Y todo con cierto aire de abandono en el mantenimiento.
El servicio siempre era amable, como en los mercados, donde faltaban
seguramente los estándares higiénicos de aquí, pero donde sobraba la dedicación
y el esfuerzo del personal. Las viviendas en diferentes zonas eran habitáculos
rayanos en chabolas. Los puestos de venta de distintos artilugios y comidas
pintaban una nota más del panorama urbano. Y
todo envuelto en el estruendo de un
tráfico temerario de camiones, carromatos, autobuses destartalados, taxis,
camionetas, ocasionales automóviles de alta gama…
Me
recordaba en algunos momentos a la España de mi infancia y a la vez, en muchos
aspectos, se parecía a la España de 2013.
Sergio
Ramírez ha elegido este marco para localizar una trama policiaca, que tiene
también mucho de novela social, pues es cierto que el autor centroamericano no
se conforma con mostrarnos el caso delictivo descontextualizado, como es frecuente
en el género negro. En el relato del autor nicaragüense además de ver esta
Managua exterior, accedemos a distintos interiores que nos dibujan una
precariedad generalizada, que se extiende a los medios utilizados por la
policía. Podemos entrar también en distintos domicilios, desde los más comunes
a los más ricos, que son en este caso concreto los de los acaudalados
delincuentes: fastuosos y chabacanos. Cuando viajamos a la manera habitual
echamos de menos conocer cómo se vive en el interior de los domicilios, al
viajar a través las páginas de un relato todas esas interioridades son
susceptibles de aparecer.
De
la misma manera en esta novela se muestra una radiografía del nicaragüense: la
guerrilla anti Somoza pesa en el libro como en el imaginario del país: muchos de
los personajes estuvieron implicados con ella, tanto los policías como los malhechores:
todos buscaban una nación más justa, muchos siguen en ello; otros cayeron del
lado de la criminalidad. También los hay, sobre todo aquellos que fueron
alzados a las altas esferas, que olvidaron completamente los principios izquierdistas. Denuncia el autor los
conflictos sociales enconados, las aparatosas celebraciones de inauguraciones o
actos religiosos. Sorprende que este país tenga ahora este acentuado apego
religioso teñido muchas de las veces con la superstición.
Conocemos
Managua a bordo del baqueteado Lada del inspector Morales, miembro de la
División de Drogas. Dolores Morales –cuya prótesis de pierna no le resta
efectividad en su tarea- desempeña sus funciones en Managua; su colega Lord
Dixon, es subinspector en Bluefields, enclave urbano en la costa atlántica. Dicho
sea de paso, para volar desde allí a la capital por asuntos de trabajo tiene
que pedirle préstamos a su tía, porque los presupuestos de la policía no
alcanzan para su billete. Ahí tenemos un apunte entre cómico y estructural en
aquel país. El jefe de ambos es el habilidoso Comisionado Umanzor Selva. Junto
a ellos las pesquisas las completan doña Sofía y Fanny, que conforman elementos más de vodevil que de
trama negra. Entre todos consiguen deshacer el programa de narcoturismo que se
habían montado los capos colombianos, quienes ayudados por delincuentes
autóctonos, buscan ocultar por un tiempo a narcotraficantes con algún problema
judicial. Los investigadores se saben humildes, ellos indagan, descubren y la
DEA estadounidense se lleva los méritos. Morales se indigna contra la
prepotencia del poderoso vecino del norte, que incluso se va apoderando de la
lengua de su país, cada vez más invadida de americanismos.
Una
intriga muy bien trazada en definitiva. Y un cuerpo de policía que lucha contra
poderosos capos de la droga con menos medios que estos.
David
contra Goliat. Puede que no venza David, pero tampoco vencerá Goliat.
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