La
trenza es una narración conmovedora y apasionante, con giros narrativos
singulares. Se presenta como un relato intenso, anclado en una estructura triangular
muy sólida, con una lengua sencilla y acertada; sin florituras, porque su
autora parece centrarse más en el fondo, que en la forma: no estamos solas, es
el mensaje.
En la novela tres mujeres contemporáneas, de tres
culturas, de tres religiones y de tres medios sociales muy diferentes se hallan
en un momento clave de sus vidas. Una grieta resquebraja su existencia y las tres
reaccionan, no se encogen frente al infortunio, se crecen y deciden saltar por
encima de la fatalidad.
Se arrojarán con determinación hacia un destino
desconocido para reconstruirse.
La primera es Smita, vive en la India, donde la vida de
la mujer vale muy poco. Es una dalit,
una intocable. “Alguien al margen de las castas,
al margen del sistema, al margen de todo”.
Giulia es italiana: “Apenas ha dormido: ha vuelto a pasarse la
noche leyendo. Pero sabe que tiene que levantarse. Cuando su madre llama, hay
que obedecer: es una madre siciliana”. De esta manera aparece la segunda
protagonista, que vive en Palermo, sujeta a una sociedad de sistema patriarcal.
La tercera vive en Canadá: “Sarah vive contra reloj desde que se levanta hasta que se acuesta. En
el momento en que abre los ojos, su cerebro se enciende como el procesador de
un ordenador”.
Smita vacía letrinas, veinte cada día. Lo hace con sus
propias manos, como lo hacía su madre y antes que ella su abuela. Es el papel
que la vida le ha tatuado en la piel. Está casada con un buen hombre y tiene
una hija.
Giulia es la más joven, al terminar el instituto decidió atarse
con ganas al negocio familiar, hoy en retroceso: la fabricación de pelucas con
pelo natural.
Sarah es una abogada de éxito. Ha luchado mucho para
ascender en ese mundo de hombres. Dedica muchas horas y mucho esfuerzo a su
trabajo, tiene la impresión de que se lo roba a sus hijos.
Parece que la tarea más dura es la de Smita, es quizás la
más impactante, pero la ocupación de Sarah es también ingrata. Más limpia, más
elegante, no cabe duda, aunque solo en apariencia, si escarbas un poquito en
ella, te das de bruces contra algo podrido.
Un poema corre en fragmentos junto al texto de la novela,
canta el arte de crear una peluca o un
tapiz, metáforas de la escritura con las que se crean y unen historias.
La escritora quiere
denunciar las dificultades de ser mujer hoy en todo el mundo. Una novela de mujeres,
aunque no estamos ante un panfleto feminista. Los hombres tienen un
protagonismo menor, pero no son enemigos. Estas mujeres no luchan contra ellos,
combaten contra los papeles asignados por la costumbre.
Smita tiene una hija, “Su hija es hermosa. Tiene los rasgos delicados y el pelo largo hasta la
cintura. Smita se lo desenreda y se lo trenza todas las mañanas.” Eso
leemos en las primeras páginas y avanza el valor simbólico del pelo en el libro,
aparentemente algo frágil, que si se une en mechones adquiere mayor
consistencia, y si estos mechones se unen entre sí alcanzan gran resistencia,
firmeza y solidez.
La trenza simboliza la unión
de tres luchas, cada una en un lugar, pero para el que lee se alimentan entre
sí. En el primer mundo los problemas son muy distintos de los del tercer mundo,
pero la raíz es la misma: la percepción de injusticia es común.
La
novela perfila tres heroínas sencillas,
de vidas diametralmente opuestas, confrontadas a situaciones complejas
en un momento de su existencia. Las tres rompen con lo establecido. Las
realidades de estas tres mujeres se entrecruzan sin que ellas lo sepan, como
los mechones de pelo al hacer una trenza. Se trata de mujeres animadas por la
rabia de vivir.