“La primera vez que vi a Emma era una cálida
mañana de septiembre. O, al menos, esa fue la primera vez que fui consciente de
verla.”
Este comienzo nos cuestiona.
Caminamos
ajenos a los que nos rodean, a esos que se encuentran cosidos a
nosotros en plazas y rincones. Miramos sin ver. Es como si nos desplazáramos
solo con vista al frente por enormes tubos, que nos aíslan de los demás.
Sin embargo en el relato de Susana Martín Gijón, este comienzo
se reviste de una dimensión especial, que se puede distinguir después de leer en
el epílogo una serie de palabras clave.
Este
relato tiene dos lecturas. La primera va en el orden habitual, la
segunda se revela desde el final. Cuando sentimos que una luz se proyecta sobre
las páginas que acabamos de leer, tiñéndolas de un color diferente, de un
significado nuevo.
Un impulso de denuncia social parece animar el relato. San
Francisco. Una vagabunda, una mujer
en la calle, expuesta a muchos más peligros que un hombre sin hogar. Otra
mujer, una superwoman, emigrante española, extremeña, que ha dado todo por
la empresa que la contrataba; acaban de prescindir de ella. El amiguismo no era
algo exclusivo de España, allí también existe, ella lo ha sufrido. Mejor que un
buen desempeño de tareas será el título de una universidad exclusiva o estar en
el lugar adecuado en el momento preciso. Ni su diploma era tan exquisito, ni
parece haber estado donde hubiera sido más ventajoso.
El
sueño americano se le ha deshecho entre las manos. Ahora está en la calle.
Se arrima a Emma,
confinada en el pavimento. Se ha enganchado a esta mujer. Ha pensado que podría
llegar a encontrarse en su situación, a sobrevivir como ella rodando por las
aceras. Vierte ante la indigente su queja por el inmerecido trato laboral. La respuesta
es el vacío.
Cuando mira a Emma no sabe cómo tratarla. Le cuesta enfrentarse con el infortunio. A
todos nos cuesta. Resulta incómoda la desdicha. Nosotros tampoco sabemos,
nunca miramos a los ojos a un desfavorecido. Nos sentimos intimidados ante
ellos porque nuestro bienestar queda mucho más patente en contraste con su
escasez, con su adversidad.
La narradora, que no tiene nombre, quiere ayudar a Emma y
le pregunta cómo hacerlo. Sí, hay algo que puede hacer por ella, le responderá
la mendiga: invitarla en un restaurante junto al Muelle 39. “Es
una hamburguesería muy pintoresca, ambientada en los años cincuenta, con música
de gramola y camareros uniformados de la época […] Sería maravilloso poder comerme
una de aquellas hamburguesas otra vez. Hace tanto de aquello…”
Cuando están allí la
pulcra exejecutiva le ofrece una ducha, Emma responde con sarcasmo, se
pregunta si no estará en algún reality
show, quizás le ha caído en suerte un poco de piedad cristiana. Hay
azoramiento en la narradora, cómo ha podido cometer ese error, se lamenta.
Quizás ha sido la contemplación de las manos de Emma, de su pelo: conservan
trazos de una elegancia de ayer.
La cronista
continúa el relato, estrena una vida nueva. Después de
enfrentarse a una existencia sin alarmas mañaneras, sin exigencia ninguna;
cuando lo nuevo ya no representa tanta novedad, siente curiosidad por cómo le irá a Emma. Pero no la encuentra en
su esquina. Ahora la disfruta otro ignorado. Emma le ha pedido que la eche si
vuelve por allí a interesarse por ella.
La
búsqueda de Emma se convierte en una obsesión. En su empeño se
familiariza con cualquier espacio, refugio de indigencia. Contacta con la desgracia, ella ha sido la triunfadora que siempre se
había mantenido lejos del infortunio. Sentía cierto repelús hacia las
situaciones que generaban infelicidad. Solo de lejos mantenía acciones
“solidarias”: daba la ropa que ya no usaba, siempre dejaba algo a los que
tocaban en el metro, contribuía en los bancos de alimentos… La fraternidad de la opulencia.
Comenzó
tareas de voluntariado en zonas que nunca antes había pisado,
centros a los que acudían buscando ayuda los que no tenían qué comer, los
rechazados, que la miraban con desconfianza. Era una suspicacia mutua, ellos se
preguntaban recelosos qué hacía allí esa mujer, por su parte ella tenía impreso
en su cerebro que había que mantenerse lo más lejos posible de los excluidos.
Poco
a poco se fueron estableciendo canales de comunicación. Se rasgaron los tejidos
que los aislaban.
La antigua triunfadora llegaba a conseguir conversaciones
con alguno de los damnificados cuando llegaba un ramalazo de cordura, que
enseguida desaparecía. Es imposible
vivir en el margen si no te vendas con enajenamiento.
Pero los barrios donde se ubicaban los comedores, los
centros de ayuda eran poco frecuentados: “Se me hizo algo tarde, y al salir del centro
la noche había caído ya.”
Sufre un ataque. ¿Quién aparece
para rescatarla? Emma.
Una simbiosis se activa entre
ambas.
“Pero
un día ocurrió algo que vino a desestabilizar la frágil paz que habíamos
alcanzado”.
La
paz del lector también se va a ver comprometida porque ante la pregunta
propuesta nuestros goznes morales chirriarán.
Trasfondo
social, intriga psicológica, suspense. Para mí un eco de Patricia
Highsmith, de aquellos asesinatos de conveniencia.
Un eje articulador: Emma. ¿Qué sabemos de ella?
Solo
el epílogo nos aclarará quién es quién. O NO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario