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domingo, 9 de febrero de 2020

Conjunto vacío


2017 Pepitas de calabaza, en México 2015.

Una artista visual que escribe: así se define Verónica Gerber, escritora mexicana de1981.
Solo con abrir el libro se revela una propuesta diferente: encontramos una combinación de escritura y elemento icónico. El propio título es el símbolo del “conjunto vacío”: presagia la soledad que encierra la novela.
Verónica Gerber en una entrevista se refiere a Conjunto vacío como obra o pieza; aunque dice que comprende que en medios literarios se hable de novela. Pero ella no quiere que solo se vea como eso, como una novela, porque así se reduce a un solo modo de lectura.
Enseguida uno se pregunta qué impulsa la distribución de grafías y dibujos. En las primeras páginas de la novela podría advertirse una pista cuando se lee: Hay cosas, estoy segura, que no se pueden contar con palabras.  La propia autora declara en un encuentro literario  que los dibujos están para completar esas partes que costaba decir o decirse. En definitiva vemos que la novedad de Conjunto vacío no es capricho es una necesidad expresiva de esta creadora, exiliada de la patria común de las palabras. Las palabras me dan miedo, me asusta no saber qué entienden los demás cuando Yo(Y) (sic) hablo.  Cuando dice esto el personaje, es fácil imaginar a la autora explorando nuevos caminos expresivos para calmar esa ansia.
El principio del relato coincide con el final de una relación amorosa, la de la protagonista, Verónica, y Tordo. Ese final, que cierra una cadena de algunos otros en su vida, va a propiciar un comienzo, repleto de preguntas que Verónica se hará a lo largo del relato. Dice: Todos estamos esperando que por fin aparezca eso que no podemos ver.
Pero va a ser difícil encontrar respuestas y Verónica Gerber lo pone de manifiesto en su relato a través de su concepción de la obra (en la que trabajó cuatro años): fragmentos sin continuidad cronológica, y que son como pedazos rotos de un escrito que hay que recomponer con cuidado  para encontrarle sentido. Se trata también de pedazos de una vida que debemos recomponer al leer estos capítulos breves, muy desiguales en el tamaño; expresados en lenguajes inventados, propios de los niños; o con disgrafías e incluso escritura ilegible.  La diversidad expresiva se corresponde con la complejidad de la(s) vida(s) que abriga.
Tras la ruptura amorosa, el personaje vuelve al piso de su madre, el único lugar al que podía regresar. El apartamento está igual que ese día de 1995, cuando -asegura- dejamos de ver a mamá: tanto su hermano como ella. Hubo un divorcio; y había un padre, con tan poca presencia en la novela como en la vida de Verónica. A partir de ahí porciones de existencia con elementos comunes a otras muchas y con elementos diferentes.
Personaje y autora comparten nombre y dedicación al arte visual. Además ambas son hijas de exiliados argentinos nacidas en México. Pero no son la misma persona, explica Verónica Gerber: es un ejercicio de autoficción. El que escribe siempre se alimenta de lo que tiene alrededor. La literatura adopta distintos moldes según las épocas, pero siempre están llenos de vida y ficción.
Cuando ya he conseguido reunir los pedazos que Verónica Gerber me ha dejado entre estas páginas, he construido una historia, que contiene ecos de muchas otras, y que quizás no es la que ella concibió. En ella hay soledad, como presagiaba el título, y hay muchos exilios: de la protagonista, de su familia, del amor, de la madre, de la patria, del tiempo, de las palabras; y también de uno mismo.
Si alguien me preguntara de qué va este libro, le diría que está hecho de la materia escurridiza del vivir. Y le ofrecería, por ejemplo, esta frase que se encuentra entre las últimas páginas: Es extraño llegar a un lugar que se corresponde contigo, pero al que no perteneces.
 



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