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domingo, 16 de febrero de 2020

Lluvia fina




Ahora ya sabe… Estas tres palabras abren Lluvia fina. A partir del este “ahora”, Landero nos aloja en los recuerdos de una familia; es como si nos sumergiéramos en las profundidades del mar, para salir de nuevo a la superficie de ese presente inicial cuando termina la novela. Y de pronto te encuentras con ese final inesperado. Impactante.

Luis Landero nos adentra en la historia de una madre anciana que tiene dos hijas y un hijo. Cualquier lector reconocerá parte de sus propias vivencias. Un rencor antiguo se va a despertar y va a liberar monstruos dormidos. Es como si la “Lluvia fina” del título fuera cayendo tranquila, pero constante, y terminara arrastrando la tierra para dejar a la vista lo que estaba sepultado.

La que “sabe” es Aurora, y  lo que ha comprendido es que las palabras no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. Sabemos que las palabras entran en nuestra cabeza y se quedan retumbando durante tiempo, como una piedra que tiras a un pozo. A veces puedes pensar que se han esfumado, pero no, solo estaban adormecidas, y el recuerdo puede despertarlas.

Aurora es la mujer del hijo, recibe un aluvión de confidencias por parte de sus cuñadas. Ya conocía algunas de esas revelaciones, que ahora le llegan matizadas, incluso distorsionadas, hasta en versiones dispares. Vamos conociendo los vaivenes de esta casa; del padre muerto, ya hace mucho;  de la madre autoritaria;  de los problemas económicos. Vamos conociendo lo que late en el recuerdo de unos y otros, pues claramente la novela muestra algo de lo que todos somos conscientes: la verdad tiene muchas caras y nos revela que un mismo hecho puede verse de maneras diferentes según quien lo viva.

Esta tromba de confidencias le descubren a Aurora otro Gabriel, muy distinto del hombre con el que se había casado.

A lo largo de la lectura comprendemos que no debemos decir todo lo que nos sube a la cabeza, que hay palabras que deben permanecer calladas. Aunque es cierto que todos “necesitamos contar, que hasta que no hemos contado parece que no hemos terminado de vivir del todo.” Estoy de acuerdo con esto que ha declarado Landero en una entrevista, pero creo que convendría aprender a refrenarse. Él afirmaba también: “A la hora de hablar surgen malentendidos y equívocos, porque las palabras no son inocentes, son peligrosas, pueden crear rencores y enemistades.” Este es un eje sobre el que gira la novela. Justo es eso lo que ha pasado aquí, se han despertado los pequeños demonios, asegura el escritor. Esa es su lluvia fina.

Esos pequeños diablos a veces quedan hipertrofiados por la imaginación. De ahí que haya otro eje sobre el que pivota el texto: la memoria, “la memoria es la verdadera loca de la casa.” No creo que se pueda decir mejor.

La memoria es una trampa, muchas veces moldeamos los recuerdos enmascarando el pasado, necesitamos hacerlo porque nos desagrada lo que sucedió de verdad; puede ser también que lo que aconteció se haya desdibujado del todo, y lo inventemos por supervivencia.

La portada que ha elegido Tusquets me parece muy significativa, una foto borrosa: se reconoce perfectamente la imagen que alberga, pero los detalles no están claros. Son la metáfora perfecta de esa verdad poliédrica que mencionaba más arriba: cada uno le creara a la figura sus propios detalles, dependiendo de sus experiencias.

En la vida como en la lectura de una novela cada uno construye su propio relato.




2 comentarios:

  1. Yo creo que la incomunicación que se crea en la familia tras la muerte del padre, es la causa de que cada uno se imagine una historia distinta, al no tener puntos de contraste.

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  2. Pero creo que las palabras no deben refrenarse, deben modularse, para que no hagan daño, y nos ayuden a expresar cómo nos sentimos. Y deben ser dichas en el momento, no como en la novela que se deja pasar una eternidad hasta que cada personaje logra expresarse, eso los que lo consiguen.

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