Ahora ya sabe… Estas tres palabras abren
Lluvia fina. A partir del este
“ahora”, Landero nos aloja en los recuerdos de una familia; es como si nos
sumergiéramos en las profundidades del mar, para salir de nuevo a la superficie
de ese presente inicial cuando termina la novela. Y de pronto te encuentras con
ese final inesperado. Impactante.
Luis
Landero nos adentra en la historia de una madre anciana que tiene dos hijas y
un hijo. Cualquier lector reconocerá parte de sus propias vivencias. Un rencor
antiguo se va a despertar y va a liberar monstruos dormidos. Es como si la “Lluvia
fina” del título fuera cayendo tranquila, pero constante, y terminara arrastrando
la tierra para dejar a la vista lo que estaba sepultado.
La
que “sabe” es Aurora, y lo que ha
comprendido es que las palabras no es
verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. Sabemos que las
palabras entran en nuestra cabeza y se quedan retumbando durante tiempo,
como una piedra que tiras a un pozo. A veces puedes pensar que se han esfumado,
pero no, solo estaban adormecidas, y el recuerdo puede despertarlas.
Aurora
es la mujer del hijo, recibe un aluvión de confidencias por parte de sus
cuñadas. Ya conocía algunas de esas revelaciones, que ahora le llegan matizadas,
incluso distorsionadas, hasta en versiones dispares. Vamos conociendo los
vaivenes de esta casa; del padre muerto, ya hace mucho; de la madre autoritaria; de los problemas económicos. Vamos conociendo
lo que late en el recuerdo de unos y otros, pues claramente la novela muestra
algo de lo que todos somos conscientes: la verdad tiene muchas caras y nos revela
que un mismo hecho puede verse de maneras diferentes según quien lo viva.
Esta
tromba de confidencias le descubren a Aurora otro Gabriel, muy distinto del
hombre con el que se había casado.
A
lo largo de la lectura comprendemos que no debemos decir todo lo que nos sube a
la cabeza, que hay palabras que deben permanecer calladas. Aunque es cierto que
todos “necesitamos contar, que hasta que no hemos contado parece que no hemos
terminado de vivir del todo.” Estoy de acuerdo con esto que ha declarado Landero en una entrevista, pero creo
que convendría aprender a refrenarse. Él afirmaba también: “A la hora de hablar
surgen malentendidos y equívocos, porque las palabras no son inocentes, son
peligrosas, pueden crear rencores y enemistades.” Este es un eje sobre el que
gira la novela. Justo es eso lo que ha pasado aquí, se han despertado los
pequeños demonios, asegura el escritor. Esa es su lluvia fina.
Esos
pequeños diablos a veces quedan hipertrofiados por la imaginación. De ahí que
haya otro eje sobre el que pivota el texto: la memoria, “la memoria es la verdadera
loca de la casa.” No creo que se pueda decir mejor.
La
memoria es una trampa, muchas veces moldeamos los recuerdos enmascarando el
pasado, necesitamos hacerlo porque nos desagrada lo que sucedió de verdad;
puede ser también que lo que aconteció se haya desdibujado del todo, y lo
inventemos por supervivencia.
La
portada que ha elegido Tusquets me parece muy significativa, una foto borrosa: se
reconoce perfectamente la imagen que alberga, pero los detalles no están
claros. Son la metáfora perfecta de esa verdad poliédrica que mencionaba más
arriba: cada uno le creara a la figura sus propios detalles, dependiendo de sus
experiencias.
En
la vida como en la lectura de una novela cada uno construye su propio relato.
Yo creo que la incomunicación que se crea en la familia tras la muerte del padre, es la causa de que cada uno se imagine una historia distinta, al no tener puntos de contraste.
ResponderEliminarPero creo que las palabras no deben refrenarse, deben modularse, para que no hagan daño, y nos ayuden a expresar cómo nos sentimos. Y deben ser dichas en el momento, no como en la novela que se deja pasar una eternidad hasta que cada personaje logra expresarse, eso los que lo consiguen.
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