En la novela un poderoso
católico muy fanatizado capitanea a su familia con severidad y rigidez, como si
fuera una más de sus propiedades.
Ahora uno se podría preguntar
dónde se sitúa la novela, y muy probablemente pensaría en un país
occidental. Pues no, es Nigeria. Me doy
cuenta de que no somos tan distintos. Quizás
conocemos poco de la vida de África, son numerosos los estereotipos que nos
ocultan su realidad. Deberíamos interiorizar que es un continente construido
de variadas culturas y diferentes países.
De eso mismo habla la autora
en una entrevista. Se trata de CHIMAMANDA
NGOZI ADICHIE, que nació en Nigeria en 1977. Cuando llegó a Filadelfia desde
su Nsukka natal, para estudiar, sus compañeras se asombraban de lo bien que
hablaba inglés; ignoraban que en Nigeria era lengua oficial. Había crecido rodeada
de la misma música, televisión y literatura que ellas. Al
llegar a EE UU tomó conciencia de ser negra en un país donde su raza es
minoritaria. Y allí además de mujer y feminista, también era una inmigrante.
La flor púrpura fue su primera novela, la escribió con 26
años. En ella descubrimos unos
conflictos familiares que se insertan en la problemática política y social del país africano. El texto surge impulsado por un deseo irrefrenable de denunciar la situación de la
desigualdad femenina, el negativo impacto de la colonización, la inexistente
política social, la corrupción.
Todo
empezó a desmoronarse en casa cuando mi hermano, Jaja, no fue a comulgar y
padre lanzó su pesado misal al aire y rompió las figuritas de la estantería. No solo se rompieron las figuritas, todo el
mundo de Kambili se destrozó en ese momento. La joven comienza a percibir su
auténtica realidad, y nosotros con ella desde esa primera página. Se trata de
una narradora adolescente, una voz tierna que revela su mundo.
Su existencia era como un
juguete entre las manos firmes y duras del padre. Lo tenía todo menos libertad.
No era feliz, pero tampoco, desgraciada. En su casa tanto ella como su madre y
su hermano vivían la existencia que el padre había diseñado para ellos, con
unas normas rígidas e inquebrantables. En esa mansión la opulencia convivía con
la severidad y la intolerancia. Era una cárcel de oro.
En una
estancia en Nsukka en casa de su tía, junto a sus primos, Kambili descubrió un
universo radicalmente diferente. En ese hogar se despliega una vida llena de
necesidades, pero también de libertad. Mientras su casa estaba llena de
riquezas materiales, en la de su tía reinaba la precariedad, pero estaba
repleta de sentimiento. La tía Ifeoma sabía dirigir a su familia, había
impuesto normas, pero no había la dureza de la casa de su hermano.
Resulta llamativo –aunque no
es extraño- que este padre arbitrario y violento se muestre tan solidario con
los de fuera de casa. Él también fue en su infancia víctima de la intolerancia
y el rigor entre los religiosos extranjeros que lo educaron. Quizás fue eso lo
que lo convirtió en un maltratador.
Mientras vemos crecer a
Kambili nos encontramos en su entorno con personas que no difieren mucho de las
que me rodean: la enorme distancia geográfica se reduce cuando se trata de
medir la condición humana.
El universo femenino del
libro está dividido entre las que sufren con resignación los agravios del
patriarcado, condenadas a vivir a la sombra del hombre y de las costumbres; y
las que luchan por abrirse un camino propio; eso sí, cargando con la pesada
losa de un gobierno corrupto.
En el ámbito masculino
encontramos una nueva división: los que se enorgullecen de sus raíces y los que
las rechazan, porque dan más valor a lo foráneo. A este lado está el padre,
educado por misioneros extranjeros que lo vaciaron de su realidad, incluso de
su lengua materna el igbo. Entre los
primeros, el abuelo Papaunukwu y su nieto Jaja, cuando consigue desprenderse
del dominio paterno.
En la
visita a la casa de su tía, Kambili observa que están en una órbita distinta a la suya. Pero
un hecho luctuoso impedirá a la joven sondear la nueva dimensión vislumbrada y
seguirá el camino que su tradición –muy cercana a la nuestra- traza a las
mujeres.
Nsukka le revela a Kambili el
amor. Allí descubre la risa: sus primos y su tía ríen.
Hablan y ríen en la mesa.
En su
casa eso estaba absolutamente prohibido.
Aquella noche soñé que me reía.
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