La lectura te
sitúa a veces frente a temas
controvertidos, duros, difíciles de asimilar. Es el caso de este libro que
se refiere a las extremadas condiciones de vida en el Berlín
del final de la Segunda Guerra Mundial, particularmente de las mujeres que
sufrieron las violaciones del
ejército soviético de ocupación. Se presenta un paisaje construido con
devastación, desamparo y una enorme desesperanza.
Jamás, jamás
podría un escritor inventar algo semejante. Así lo anota la autora
en su diario, que es lo que nos
vamos a encontrar en esta obra. Le entregó el texto a un amigo que se convertirá
en su depositario. Él da fe de su total autenticidad y, sin
desvelar la identidad de la escritora, nos la presenta como una joven burguesa
de unos 29 años, con una exquisita educación, que luchó por una temprana
emancipación. Fue una periodista experimentada que realizó su labor por varios
países europeos incluida la Unión Soviética. Se mantuvo al margen del Tercer
Reich y un trabajo la retuvo en Berlín durante el último año de la guerra.
Y es en ese último
año cuando se dedicó a escribir el diario entre el 20 de abril y el 22 de
julio. Estas páginas la ayudaron a
seguir adelante dentro de aquel caos moral y físico. Se adivina aquí la
fuerza liberadora de la confesión.
Si son atractivos e interesantes los
contenidos de estas anotaciones, también lo es todo lo que envuelve su
escritura y posterior publicación. Son circunstancias muy esclarecedoras sobre
la condición humana.
Este amigo y
depositario consiguió la publicación en EE UU en 1954 como anónimo, realizando
además unos pequeños cambios que preservaran la identidad de las personas que
aparecían.
Hasta 4 años
después no se publicó en alemán, y no en Alemania, sino en Suiza. El pueblo
germano no estaba preparado, seguramente, para enfrentarse a la realidad de
esos hechos inconfesables. Uno de los
pocos críticos que lo reseñó se refirió a «la desvergonzada inmoralidad de la
autora». No era fácil aceptar que una mujer escribiera sobre esa situación
tan poco honrosa, sobre todo teniendo en cuenta que a veces los varones
alemanes se presentaban como testigos pasivos. Se cree que más de 100.000
mujeres fueron violadas.
¿Pudo esta mujer actuar de otra
manera? En el epílogo
el representante se revuelve contra esta pregunta que flota; considera que es
demasiado fácil juzgar cuando uno no está en esa tesitura.
Se comprende que
la autora no quisiera verlo publicado en Alemania tras la fría acogida de esta
primera edición. Hasta después de su fallecimiento no volvió a ver la luz en su
lengua, ya en 2001, y siempre sin
que su nombre apareciera. Hay que decir que a partir de los
años sesenta el libro se continuó leyendo fotocopiado en medios estudiantiles y
feministas, coincidiendo con fechas en las que el pueblo alemán estaba
consiguiendo sacar a la luz recuerdos que se habían mantenido ocultos en la
memoria colectiva.
El diario recorre tres momentos que
se van sucediendo cronológicamente en el transcurso de esos pocos meses. Durante el cerco de la ciudad
sentimos con Anónima el hambre
desgarradora y las penurias en el microcosmos del refugio antiaéreo. Se palpan
las sensaciones. En estos críticos momentos los hombres que permanecen en
Berlín se han convertido en el sexo débil
a ojos de las mujeres. Así lo siente la autora. No es extraño que su libro no
despertara simpatías. En los últimos tiempos del cerco, los rusos llegan y se
llevan el hambre de Anónima, que ha
de pagarlo con su cuerpo: usa la frialdad y la indiferencia para aislarse y
sobrellevarlo todo. Nos habla con franqueza de que necesita un lobo que la defienda, se hace amiga
de algún oficial para evitar las agresiones de la tropa. Los intentos de denuncia
ante los jefes militares no servían de nada. Algunos de ellos respondían que no
habían sido muy diferentes los soldados alemanes en su país. Viven
desorientados: no hay reloj, ni calendario, ni periódicos, sustituidos estos por
los rumores que se oyen en las colas, sobre todo la del agua. …nosotros tragamos con todo. Estamos de pie
y esperamos.
Los ivanes, como ella los llama, se van, se
produce la capitulación germana y un
cierto atisbo de normalidad ilumina Berlín. Ya es posible abandonar el propio barrio
y recorrer otros lugares, a pie, entre cascotes, rodeados de un silencio
inusitado. La actividad organizada se relanza: alguien ha conseguido que brote
una peluquería de aquellos escombros, hay algún cine abierto. Anónima desempeñará diversos trabajos,
desde traductora a lavandera y editora. Chupar su dedo con una mezcla de agua y
azúcar le sabe mejor que los bombones del tiempo de paz.
¿Cómo
reacciona su pareja cuando vuelva del frente?
Qué mal parado queda ahora el gran
líder del Tercer Reich: ¿Podrá haber
nunca una resurrección de los dirigentes nazis? se pregunta Anónima. Los berlineses viven indiferentes a
las negociaciones entre los aliados, a sus celebraciones: ellos ya están
derrotados.
Trabajo duro, pan
escaso… pero el viejo sol sigue alumbrando en el cielo.
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