En la portada el primer plano de un niño, tiene unos diez
años, no mira al objetivo, está abstraído. Sobre el pelo oscuro, rizado y algo
alborotado sobresalen dos cuernos: el azar de la instantánea o la manipulación
burlona del fotógrafo.
También la vida caprichosa manipuló con cierta burla la
foto del pequeño Tambu, el protagonista de Malaherba,
y lo colocó en una familia que se desquició. Su infancia se hace porosa a
la vida enrevesada que estalla ante sus ojos.
“…ese día lloré por Claudia, y por todas
las desgracias de los hijos que quieren a sus padres sin que sus padres sepan
muy bien qué querer.”
“La primera vez que
papá murió todos pensamos que estaba fingiendo.” Así se abren estas
memorias del joven Tambu. Una muerte que no es real da paso en esta novela a
muchos pasajes opacos donde afloran más
intuiciones que certezas. Jabois sugiere hechos, va dejando hilos, y es el
lector el que construye la tela, su propia tela. El propio título es un
ejemplo: ¿Quién es Malaherba?, ¿qué es
la mala herba?
El adolescente rememora astillas de su infancia: unos
abuelos y sus desavenencias con los padres, una nueva casa en Pontevedra, el
mundo de la droga en el barrio, la familia que se ha tronchado, el maltrato.
Una escuela aburrida con maestros anticuados, sus briosas anécdotas. La amistad
eterna de los primeros años; el miedo y las dudas del que está creciendo.
Tambu y su hermana Rebe, pocos años mayor que él, durante
un breve tiempo se quedan a cargo de Armando, que vive arriba, con sus dos
hijos Clara y Elvis.
Desde ahora vemos que dos mundos corren paralelos en la
novela: el desdibujado universo de los adultos, y el infantil, más
transparente, que conforman los dos niños y el entorno. Cuando uno crece brotan
las incertidumbres y apremian las respuestas. Y si estas tardan puede ser
irremediable.
Tambu y Elvis se descubren y descubren la complejidad que les rodea. Son refugio el
uno del otro. Elvis es su amigo, su apoyo, su igual, ¿su novio? (a esa edad aún
no lo sabe bien). Elvis y él eran de los niños que no tienen más remedio que
juntarse “porque se encuentran fuera de
los sitios”. La infancia de aquí no se identifica con el mundo feliz que
con frecuencia dibuja la literatura. Se muestra más bien como la alta montaña
que uno debe subir. Con guía resulta más sencillo, pero estos niños no la
tienen.
“Me
aprendí todas las capitales europeas con ese puzzle de la misma manera que
aprendí muchas cosas de la gente a la que quería juntando sus pedazos.”
Esto no puede resultarle sencillo a un niño porque cuando
empezamos a hacernos mayores necesitamos que alguien nos ayude a unir los
trozos.
Su familia se hace añicos y los hijos pagan un alto
precio. Me ha gustado la paradoja que plantea Jabois con el cambio de nombres
del domicilio. Cuando vivían en la calle Salvador Romero “que había sido un fascista, o algo así”, la casa de Tambu lucía
feliz; cuando el nombre se trocó en calle Rosalía de Castro, la poeta preferida
de su madre, las luces se apagaron en el hogar.
Han pasado unos cuantos
años, Tambu escribe desde la adolescencia pero se siente muy cerca de sus diez
años y los plasma con mucho acierto y con mucha credibilidad. Los que lo leemos
nos reconocemos en muchas de las sensaciones que se evocan en ese discurso fragmentario.
El Tambu de ahora, el que
escribe, arropa con tolerancia a los muchos desoficiados del barrio donde
creció: “Eran malos, tampoco había otro
oficio”. Sin embargo le cuesta mucho comprender la maldad gratuita de los
que arremetían contra Elvis y contra él: “¿Por
qué siempre hay alguien que te lo quiere decir a la cara, que quiere que sepas,
que no se va tranquilo hasta ver cómo empiezas a sufrir?”
Él solo quiso defenderse y
defender a Elvis.
El párrafo que has destacado me ha dado que pensar.Cómo sabes si lo estás haciendo bien con tus hijos, o por el contrario les estás arruinando la vida que les regalaste?
ResponderEliminarEstos padres tenían problema con sus vidas, no con sus hijos.
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