Celia
en la revolución es una novela sobre la guerra civil española,
pero no es ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, como decía el
título de una obra de Isaac Rosa en 1907. En este libro algo atípico llama la
atención.
No se trata de una obra que se incline hacia un
bando u otro, es más bien un relato en el que se denuncian bastantes responsabilidades y, sobre todo, un número insoportable de
víctimas.
Se trata de la
crónica de una niña que recorre una parte importante de la España
republicana durante los años de la contienda, y que arrastra su vista sobre el
desamparo y la devastación que sufren los inocentes, golpeados por unos y otros.
Celia
en la revolución es la obra
póstuma de Encarnación Aragoneses, más conocida por su seudónimo Elena Fortún.
Una mujer “llamada a hacer feliz a miles de lectores
habiendo sido ella misma profundamente desdichada”. Así de contundente
es Andrés Trapiello al dibujarla de esta forma en la introducción. Es cierto
que Elena Fortún conoció el éxito en literatura con la publicación de unos
relatos infantiles que tenían a la pequeña Celia como protagonista.
Pero Celia se hizo mayor, y un día llegó el golpe de
estado que dio inicio a una guerra insensata que iba a trastocar su vida y la
de todos los españoles de aquella época, y de otras muy posteriores.
Cuando Elena
Fortún se exilió en Argentina, al terminar la contienda, convirtió en
novela las notas que había tomado mientras vivía el calvario que supusieron
para ella aquellos años de lucha entre españoles.
El borrador de esta obra se terminó en julio de 1943, lo
escribe la propia autora en la página final. Aquellas páginas quedaron en el olvido,
ni siquiera las trajo consigo cuando volvió a España. Fueron otros los que
publicaron el libro más de cuarenta años después, con poco éxito, al parecer.
El reconocimiento llegó cuando la
editorial Renacimiento lo publicó en 2016.
¿Por
qué se produjo esa tardanza en la nueva entrega de la saga?
Muy probablemente porque ya no
era un relato infantil, como los anteriores, en esta ocasión se trataba más de
una novela para adultos, centrada en la guerra, en la que Celia no toma partido ni por los sublevados, ni por los que decían
defender el gobierno legítimo. Por eso se especula que Elena Fortún no
quiso que su obra se publicara antes. Si se hubiera hecho, muchos de los
vencidos le habrían reprochado su falta de compromiso o se habrían sentido
molestos por el mal papel que les hizo jugar. Del lado de los vencedores eso
mismo podría haber supuesto una buena propaganda, pero no les habría gustado
verse masacrando a la población civil con sus bombardeos.
En el título aparece la palabra “revolución”. Creo que hay que aclarar el significado
de esta palabra. Según explican los estudiosos, se debe a que al estallar el
golpe de estado, el término se utilizó en los dos bandos. Parece que muchas
milicias a partir del 36 no luchaban tanto por defender a la república como por
realizar una revolución social. Por otro lado, algunos de los insurrectos
denominaban los hechos como «revolución nacional-sindicalista».
En el libro el término no solo está en la portada, sino que es así como en la
obra se identifica las acciones de ambas facciones. Una paradoja que supone una
muestra clara de proximidad de opuestos.
Celia en la revolución está narrado en primera
persona y cuenta lo que día a día vive la chica desde que abandona Segovia,
tras el 18 de julio del 1936, hasta que tomó un barco en Valencia, al final de
la guerra.
Al comenzar la novela, estamos en
el verano del golpe, Celia reside en esos momentos en la casa de su abuelo, en
la ciudad castellana. Algo terrible está sucediendo, hay mucho movimiento en la
casa. Tiene14 años, los mismos que la protagonista del libro que comienza a
leerle a Valeriana, su querida sirvienta, cuando se encuentran escondidas en el
sótano, junto a sus dos hermanas pequeñas.
Me oye distraída [Se refiere a la criada] y dice:
-Eso, ¿ha pasado? [Alude a unahistoria en Inglaterra que cuenta el libro que le lee la niña].
-No sé…puede que sí.
-Pues mira: si no ha pasado, déjalo y no te disgustes,
porque aquí están pasando cosas peores…
Aquí se ha iniciado una guerra y la adulta lo sabe, sin embargo la niña no se da cuenta de la gravedad de los hechos.
Celia cierra entonces el libro
que está leyendo, y con él cierra la cómoda existencia que ha llevado hasta
ahora. Los trágicos momentos que le tocan vivir le harán madurar de manera rápida. Se convierte en el reflejo de tantos y tantos españoles a los que la guerra les robó
infancia y juventud.
Cuando tienen que huir desde
Segovia a Madrid, los preparativos le recuerdan a una novela. La chiquilla aún
no ha tomado conciencia de la terrible realidad.
Sin embargo esa realidad arremete contra ella con el
fogonazo que perciben sobre la montaña,
cuando camina con Valeriana y las pequeñas huyendo hacia Madrid desde Segovia.
Después la niña tuvo que hacerse
mayor de golpe y viajar sola para
conseguir el reagrupamiento familiar. Su
padre, militar republicano, le dictaba sus siguientes destinos entre Madrid, Valencia, Albacete y Barcelona.
En el primer traslado, cuando llegan
a la capital descubren una ciudad desconocida, de aspecto sucio y sórdido, que
no tiene nada que ver con el Madrid que
conocía Celia.
Allí todo es confusión y dudas,
muchas dudas: “dónde está la razón”,
se preguntan todos. Pero la razón ha volado, se ha desintegrado.
Celia está ajena a cualquier ideología, ella solo abre
sus ojos espantados y mira. Ve cada mañana
los cadáveres de los que le dieron el paseo;
ve las burlas atroces sobre esos muertos; ve venganzas y delaciones; ve
las masas de refugiados que han dejado los bombardeos; ve mezquindad… Ve la
sinrazón. Ella ayuda todo lo que puede, no permanece inactiva, se mueve. No duda
en atravesar Madrid bajo las bombas para buscar a su amiga, comparte lo que
tiene, igual que otros le ofrecen a ella lo que tienen… Hay tiempo para el amor, para ir de compras en locales medio vacíos,
para tomar algo, lo que te den, en un local de moda…
Hay tiempo para el humor negro. Esos niños que reían
inocentes al ver como las hormigas entraban en la nariz de los cadáveres, o en
el miliciano que tachó de monárquico a alguien solo porque tenía en casa la
novela El vizconde de Bragelonne…
Todo se ha desquiciado. Dirá un personaje.
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