Benito Bernal, protagonista
de LAS GANAS, es lo más distinto que podamos imaginar de un macho alfa. Las ganas significan aquí los deseos que
tiene Benito de estar con una mujer. Hace
mucho que no se da un revolcón. Cada vez que ve a una chica, un deseo
mayúsculo y endiablado le quema y le intimida.
Cada día Benito arrastra sus apetitos a lo largo del
enorme trayecto que separa su casa, en la colonia de Los Rosales, de Valdemoro,
donde se ubica su lugar de trabajo. A pie, en
metro o en cercanías sufre viendo, o creyendo ver, cómo todo el mundo achucha y
es achuchado. Nuestras carencias
multiplican la abundancia en los demás. Cuando te falta algo, sientes que, a los
otros, eso mismo les sobra.
“A esta angustia frustrante
y callejera, Benito la llamaba el tremedal. El tremedal era la congoja
de ir por la ciudad muerto de ganas, perplejo
ante la belleza de miles de rostros y miles de miembros con los que no tendría
jamás la más mínima posibilidad de porlar.”
Madrid tiene una presencia importante
en la novela, como en Los millones, del que escribí el 27 de septiembre de 2019. Aunque
el Madrid más ilustre solo se toca de manera tangencial. En el libro se dibuja una ciudad más pedestre, donde viven los que
sufren el mundo y no los que lo dirigen.
Ni su casa ni su lugar de trabajo se caracterizan por ser
muy glamurosos. La primera la han
heredado su hermana y él de una abuela que casi no conocían. Asquito le daban cortinas,
papeles pintados, sartenes y cubiertos de la esa morada. Nada le invitaba a convertir aquella
cochambre en un hogar. Químico de profesión, Benito dirige una
empresa calamitosa de este ramo. Un limitado local, en un bajo, que daba a un
sombrío patio interior, regado de pinzas de la ropa.
Pero lo cierto es que Benito ha conseguido crear una sustancia,
que es un prodigio, el mocordo, un producto que
conserva la madera en un estado óptimo para siempre. Ha ofrecido la sustancia a
una importante compañía de Bristol,
que tendría que promocionarla y ponerla en el mercado.
“Mientras Bristol no
comprara, haber destilado el mocordo le valía Benito lo mismo que
haberse hecho un Cola-Cao.”
Jornada tras jornada, su
tarea consiste fundamentalmente en intentar
una y otra vez comunicar con el responsable de la compañía inglesa, que
jamás se pone al teléfono. Pero Benito no desiste, y espera, ante el asombro
del que lee, que llega a desesperarse con este pobre necio, que también nos
conmueve, porque Santiago Lorenzo lo ha tejido con ternura, con mucha ternura.
Reconocemos esta manera de querer a sus personajes, ya lo hemos visto antes. El idealismo se aloja en este personaje
como en Francisco García, en Los
millones.
En
Las ganas se apuesta fuerte por el
que no se deja vencer por el desaliento. Cualquiera que no fuera el
afanoso Benito se habría olvidado ya del
mocordo y se habría dedicado a los análisis de
polución, a los informes de acidez de suelos o a las tramitaciones de calidad
ISO.
«Mucho rollo con prevenir el deterioro de
madera, pero aquí el que se está pudriendo soy yo. Más me habría valido
inventar un remedio para inyectármelo a mí y no pudrirme, en vez de para
inyectárselo a un retablo»
Benito tiene una pobre
imagen de sí mismo porque no es un gran conquistador, quizás el problema está
más en que se valora al hombre por el número de camas que visita. Es un triste modelo de masculinidad.
Creamos demasiados estereotipos, sin darnos cuenta que somos distintos, y
tenemos derecho a ello.
Benito
y su hermana no han tenido suerte con la familia.
Afortunadamente, ellos dos se apoyan uno en el otro. En el libro siempre se compensa el polo negativo con el positivo.
“Nunca
habían esperado mucho de unos padres que no querían saber nada el uno del otro
y que parecían haber encargado progenie por imperativo de un sorteo vinculante
en el que les había salido la china negra.”
Ganas
de sexo y ganas de que el ejecutivo de Bristol responda a su llamada. No
sabemos cuál de las dos frustraciones es mayor. Pero hay muchas más ganas en el libro, las de Crespo, que se las tragaba
amargas cuando veía el trato injusto de las niñas del colegio a su hija.
También las de María, rota porque no sabe por qué no funciona su relación. A
veces resulta muy difícil expresar lo que sentimos, a Benito le pasa. Santiago Lorenzo, entre bromas y veras, nos
retrata e interpela un poco a todos, al tocar temas muy cercanos. Es el
caso también de la falta de comunicación, debajo de todos estos desengaños se
ha instalado un gigantesco vacío de conexión.
Desde la primera línea, el
pobre Benito te provoca la risa, la carcajada incluso. Aunque la risotada se te
va congelando en la cara cuando te das cuenta de que todos tenemos algo de Benito Bernal, de que hay muchos Benitos
Bernal entre la gente que nos rodea, que hay
muchos trocitos de él desperdigados ante nuestros ojos.
Se disfruta esta lectura
con los sorprendentes giros a lo largo de la trama y con el brillante lenguaje
entre ácido y dulce del autor. Sin embargo, da la impresión que al final Santiago Lorenzo aprieta demasiado el
acelerador. Voy a pensar que es como si tuviera prisa, como si se hubiera
cansado ya del divertimento que le supone escribir, cuando supongo que no es fácil
crear esto. Debajo de toda esta inventiva
léxica, de este chisporreteo
lingüístico, de esta agudeza
para cubrir lo importante con humor, se transparenta un duro trabajo.
He leído que su literatura es nieta de la de Rafael Azcona
y sobrina de la de Eduardo Mendoza.
Detrás
de las bromas, de la creatividad lingüística hay una destacable ternura al
tratar a sus personajes, tan creíbles, si retiramos la capa de esperpento que
los recubre, reflejos de él; de nosotros
mismos.
Gracias por estos regalos quincenales que nos haces
ResponderEliminarGracias por estos regalos quincenales que nos haces
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