Un duro comienzo:
“No es culpa mía. A mí no pueden acusarme. Yo
no hice nada y no tengo ni idea de cómo pasó. Una hora después de que me la
sacaran de entre las piernas ya me había dado cuenta de que había un problema.
Un problema grave. Era tan negra que me asustó. Un negro medianoche, un negro
sudanés. Yo soy de piel clara, con pelo del bueno, lo que se llama amarillo
subido, igual que el padre de Lula Ann.”
Sobre la pequeña Lula Ann cae el peso del racismo, el racismo
de los suyos, de los que tiene más cerca. Eso duele.
Crecerá afligida, clamando por sentir el tacto de su
madre, que jamás sentía el deseo de tocarla: “Rezaba para que me diera un
bofetón o un cachete, solo para sentir su mano”.
Nadie en la novela es culpable. Todos son un poco
víctimas y un poco verdugos.
Para la madre las cosas no fueron fáciles tampoco. El
padre las abandonó y la mujer tuvo que buscar un nuevo hogar, enfrentándose a caseros
racistas, a pesar de las leyes antidiscriminatorias de los noventa. Hasta que
encontró trabajo, debió plantarle cara a los servicios sociales, que las
trataban como “pordioseras”. Y siempre, siempre hubo de lidiar con la
vergüenza que sentía de esta hija negra azulada.
Detrás de este primer fragmento, vienen otros donde cada
personaje se va a ir vaciando, refiriendo en primera persona trozos de sus
vidas. Toni Morrison aprovecha cada uno de ellos para lazar pullas contra la
realidad de esos años en Estados Unidos. Particularmente contra el racismo, “instrumento
para perpetuar las divisiones en contra de lo que debería ser una verdadera
democracia”, dice ella misma. Pero ahonda también en los agravios y
vejaciones hacia los niños y las niñas.
La autora construye un sólido montaje donde confluyen realismo,
arte y creatividad.
La novela es un relato fragmentario, nos movemos en el
tiempo, y a medida que vamos leyendo, hilvanamos trozos de vida y armamos una
historia donde se unen una especie de fábula y la realidad.
Nacida Lula Ann Bridewell, hasta los dieciséis fue Lula
Ann, al terminar la secundaria se convirtió en Ann Bride, y después se quedó
solo con Bride. Como vemos por el camino se fue despojando de las ataduras que
la ligaban con la familia. Renacía. Como el gusano de seda, sale del capullo
transformado en mariposa, también Bride se convierte en una extraordinaria
belleza negra. Parece que en el transcurso de la novela se está transformando
de nuevo, está decreciendo, caminando hacia la edad infantil. Pero esta
vertiente ha quedado un poco incompleta, malograda, creo yo. Aunque quizás
seamos los lectores los que debamos completarla.
“Antes
de verle la cara ya me ha rodeado la cintura con los brazos, ha pegado el pecho
a mi espalda, la barbilla a mi pelo. Luego noto sus manos en el vientre y bajo
las mías para cogérselas mientras bailamos hacia delante y hacia atrás. Cuando
se acaba la música me doy la vuelta para mirarlo. Sonríe. Estoy húmeda y
tiemblo.”
Es Booker. Estaban destinados a conocerse, dos almas
gemelas que se atraen como dos imanes. Los dos protagonistas soportaron grandes
sufrimientos durante la infancia, en sus
vidas abundan las analogías.
Los dos personajes principales son algo hiperbólicos, algo
excesivos; sin embargo el resto son auténticos, verosímiles.
Cuando al principio Booker se vaya con un simple: “No
eres la mujer que quiero”. Ella irá a buscarlo y emprenderá un viaje
iniciático. Cuando se encuentren se descubrirán muchas cosas de sus vidas que
desconocían. Y entonces ante nosotros la
narración hierve y se crece con giros sorprendentes. .
En el camino tropezarán con otras víctimas que
naufragaron como ellos en la infancia. Fueron niños víctimas de racismo, de
pederastia, de abandono. Toni Morrison hace una certera pintura de una parte
muy dura de la sociedad. Quizás haya una sobrecarga poco real de niños vejados.
Un
tono irónico y mordaz envuelve la tragedia de estos niños que vivieron una infancia oscura, a los
que dureza marcó cuando eran pequeños. Y eso se mantiene para siempre, porque las heridas en la
infancia no cicatrizan.
Al
final vendrá una redención que la autora no se cree demasiado. Porque el peso
del pasado siempre puede quebrar el presente.
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