En el 2002, y durante tres meses, Javier
Reverte se deslizó por el ciclópeo Amazonas
desde su nacimiento hasta su desembocadura.
Para buscar el manantial de donde surge el río subió hasta 5672 m en el
altiplano de Perú: hierbas amarillentas, aire frío, piedras y unos pocos seres
humanos con sus animales. Te cuesta imaginar cómo puede la vida abrirse hueco
en esa dura geografía.
Tras recibir las aguas de más de mil
ríos -algunos entre los más largos del planeta- y recorrer muy por encima de seis mil kms, se abre en un descomunal
estuario de 250 kms de ancho. Es un laberinto de aguas que riega la enigmática
Amazonia.
Las palabras de Reverte en este libro trazan las corrientes, sus orillas, sus
poblaciones, los hombres y mujeres que las habitan; y la jungla amenazadora, de
un verde apelmazado. Pero sus palabras conllevan también la reflexión sobre la intervención del hombre
a lo largo de los siglos en este espacio.
Dos
ríos paralelos nos regalan estas páginas, el de hoy y
el que fue desde que Francisco de Orellana lo recorriera en su casi totalidad.
Reverte se muestra como un viajero
paciente, que se mueve con aparente sosiego, que mira lo que le rodea, que
se desplaza en los barcos de la gente de allí, huyendo de la exclusividad de los
turistas. Él se instala en los hoteles que encuentra, sin exigencias. No hay
temeridad en este viajero, sabe cuándo hay que ser prudente; busca los mejores
guías locales. Tiene encuentros y
tertulias en sencillos bares y restaurantes, habla cuando quiere, sabe
escuchar lo que le interesa.
Los
navíos siempre salen con retraso, ejércitos de
vendedores toman al asalto las cubiertas para ganarse la vida. Al anochecer, plagas de mariposas, mosquitos y
cucarachas. Nada le hace perder la paciencia.
Entre los viajeros también hay vacas que acompañan a sus dueños; o gallinas, que picotean a los pies del que lee tranquilo en su hamaca. Los trayectos en barco no se le hacen
tediosos, todo es nuevo y se acompaña de la lectura (al comienzo lee La vorágine). Las poblaciones que visita tuvieron tiempos mejores, las
construcciones de la orilla destilan pobreza.
Según va recorriendo Iquitos o Manaos
nos traslada al otro río, el de ayer. La época
del caucho, momento de luces y terror. Una sombra demoniaca domina el río y
su entorno, la de los terribles reyezuelos del oro verde, hombres codiciosos y
depredadores. Genocidas.
Es muy interesante la historia del
irlandés de consiguió con su denuncia sensibilizar a los pueblos civilizados
para que detuvieran aquellas atrocidades. Aunque antes de hacerse eco de las
acusaciones, esos pueblos civilizados, procurarían asegurar la producción
cauchera para sus industrias.
¡Qué poco imaginaban los que se servían de los neumáticos,
producto estrella del caucho, las vidas
que este estaba segando en la Amazonia! Y al lado de la muerte la riqueza lujuriosa de Iquitos y Manaos en su ayer cosmopolita.
En la primera se dice que el champán francés y el agua de Vichy manaban
desbocados. De la segunda se comenta que a principios del XX era cuatro veces más cara que Nueva
York.
Otra etapa negra del Amazonas lo
constituyó el loco deseo de construir un
ferrocarril que uniera los Andes con el océano. ¡Cuántos indígenas
desaparecieron por culpa de esta paranoia y con ellos tantos y tantos trabajadores
que llegaron de fuera! Las condiciones de trabajo eran terribles, las
enfermedades de la selva sus mayores enemigos.
Pero de nuevo captamos un río con luz porque la historia se
llena con los que traían apoyo a los habitantes con técnicas nuevas; y se llena
también con los que vinieron y siguen llegando para estudiar el gigante verde.
Cuántas
curiosidades nos regala Reverte, cuantos detalles
históricos, cuántos libros citados, cuantas reflexiones interesantes, cuántos
datos, cuántas historias. Cuántas aventuras, que se hallan entre la literatura y el mito.
Cuántas
almas humanas pudo entrever en este viaje, tan pegado a la realidad.
Como esa prostituta que se vendía en una triste canoa por dos soles, el
equivalente a sesenta céntimos de euro.
“…vivimos
en la peor miseria rodeados de la mayor riqueza: árboles, peces, dicen que oro
y petróleo…, y casi nos morimos de hambre todos los días. Éste es un lugar
olvidado del mundo, un salivazo en el mapa.” Así
se describía un natural de la zona.
Y
otra vez el río de luz detrás de
todos aquellos que conseguían vivir y gozar en su tierra.
Aunque es probable que el hombre termine marchándose y la
naturaleza se adueñe de lo que siempre fue suyo.
¡Qué aventura! Entran ganas de leerlo.
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