¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a
un hijo que comete un delito injustificable? ¿Debe prevalecer el instinto de protección paterna, o la
lealtad a unas normas sociales que garantizan la coherencia y la fortaleza del
grupo?
En el texto promocional de la novela se leen
estas preguntas que dejan un cierto regusto turbador.
La verdad es que La cena se aúpa como una
novela ácida y provocadora por los contenidos que encierra. Yo diría que a
veces puede resultar algo incómoda.
Dos hermanos, junto a sus parejas
respectivas, quedan para cenar en un
restaurante muy exclusivo de Ámsterdam:
tienen que discutir un importante asunto que les concierne a los cuatro. Son
Paul, Claire, Serge y Babette.
La novela se abre con una
crítica de Paul, en tono muy sarcástico,
a los restaurantes de lujo. Aquellos que cuentan con un número elevado de
empleados, que parecen más modelos que camareros; donde debes reservar con
meses de antelación; donde diminutas viandas se pierden en la inmensidad de los
ornamentados platos. Pero donde Serge Lohman, el hermano de Paul, un político
influyente -y un más que probable próximo responsable del gobierno holandés- no
tiene ningún problema para conseguir una mesa con tan solo una llamada.
Paul ridiculiza a los
políticos que se quieren cercanos a la gente, que exhiben sus habilidades en los
suplementos semanales de los periódicos; como su hermano. Lo trata con una inquina que sorprende, porque te preguntas qué hay
detrás de esa mala voluntad. Se burla de su afición a la enología, que en
algún momento lo llevó incluso a realizar cursos en el Valle del Loira para
ampliar conocimientos; todo para alardear luego ante cualquiera que se le
pusiera enfrente con una copa. Él, que
solo bebía Coca-cola cuando todavía vivían en la casa familiar.
Paul no para de zaherir a Serge. Cuánta animosidad encierran sus gestos.
Lo tacha de machista, de tragón insaciable; lo muestra estúpido cuando se hace
el graciosete con la camarera, cuando acepta hacerse una foto con unos
clientes, a pesar de que la muchacha “no era muy agraciada”.
¿Qué hay detrás de todo esa acidez
corrosiva?
¿Qué tiene Paul?
¿Qué le sucede? Habrá que leer la novela para comprenderlo.
Koch juega un poco
con nosotros pues no todo es como parece en un primer momento: con numerosos flashback nos va adentrando en el pasado de los personajes, el más lejano y el
más inmediato. Es como el ilusionista
que saca pañuelos de un sombrero, pero muchos no tienen brillantes colores,
sino que están destrozados y sucios.
Realiza el autor una
radiografía de la estupidez social: el revuelo provocado por el
matrimonio Lohman a su llegada al establecimiento; la sobreactuación del maître
al presentar cada plato señalando con su meñique; sus descripciones de las
comandas, el pregón de los exóticos orígenes de los ingredientes, como si
instruyera a los comensales, pobres ignorantes.
Y más aún, retrata una sociedad rancia, hipócrita y
egoísta, que ante cualquier inconveniente prefiere mirar para el otro lado.
Representan papeles de personas tolerantes; sus
conversaciones se llenan de menudencias, de obviedades; rehúyen la polémica;
cuánto menos se ahonde mejor.
Como te decía al
principio, uno se puede sentir incómodo leyendo el libro, al sospechar que
quizás te esté dibujando un poco a ti también.
Al comienzo, Paul, narrador en primera
persona, aseguraba esto:
“No me apetecía cenar en un
restaurante. Nunca me apetece.”
Afirmaba también que tener
una cita es “la antesala del infierno”,
porque le obliga a uno a pensar qué ponerse, ¿vaqueros?, ¿camisa blanca
planchada?, ¿recién afeitado?
En fin, supone un esfuerzo
grande, porque todo eso te va a definir frente a los otros, cualquier decisión
que elijas te condiciona, de esa apariencia depende tu imagen ante a los demás.
¿Cómo evitar pensar en A puerta cerrada, la obra teatral existencialista
de Jean Paul Sartre? La frase más célebre de la obra: “El infierno son los otros” quería decir para el autor que si
las relaciones con los demás se encuentran retorcidas, viciadas, entonces los
demás son el infierno. Porque los otros son lo más importante para para nuestro
propio conocimiento.
Una cita en los próximos días es
la antesala del infierno; la noche en cuestión, el infierno mismo.
A la vez que no se presagia
nada bueno en ese encuentro, esas palabras son un acicate para la lectura.
Lo he leído y coincido contigo.
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