La vida despunta inexplicable demasiadas veces, en ella
prevalece lo aleatorio. Escasean las certezas.
Leía hace poco a Juan José Millás en una
entrevista a propósito de este libro: “El ser humano es muy contradictorio porque
es producto de una evolución sin propósito, el propósito lo tiene que poner
él.”
Sentí una pizca de alivio, al menos, una
respuesta, aunque me afianzaba a la vez en el sosiego, por haberla encontrado,
y me sumía en el agobio por su naturaleza misma. El ser humano es incoherente,
disparatado, discordante, y el motivo está
quizás en sus orígenes. Me he adentrado en estas páginas creadas por Millás y
Arsuaga. En ellas se habla de la evolución.
Se habla de una evolución que no soporta las reglas, que
fluye a su manera, como fluye la vida.
Arsuaga le responde a Millás: “(…)
la naturaleza no está hecha para las categorías humanas”.
Somos azar. No podemos encerrar el
cosmos entre reglas.
Juan
José Millás es un hombre curioso en dos acepciones de esta palabra. Él
mismo despierta interés por su ingenio y originalidad; y además se le nota
inclinado a aprender lo que no conoce.
Esto segundo es el
motor de este libro. Su atracción por la prehistoria le hizo proponerle a Juan
Luis Arsuaga una serie de encuentros en los lugares que el paleontólogo considerara
oportunos y que allí le contara lo que veían y
se lo explicara, un eco de la manera de Sócrates en la Átenas clásica.
Él
después masticaría bien todo aquel alimento y lo pondría por escrito.
De estos diálogos pactados surgieron estas páginas que
reflejan
cómo hemos llegado los humanos hasta aquí.
En el libro
aparecen hechos planteados por el
científico y comentarios llenos de
perspicacia realizados por el literato. El humor y un cierto sarcasmo se mueven
por entre las líneas.
En 1974 se
descubrieron en Etiopía los restos de una hembra de homínido que vivió hace
tres millones de años, medía poco más de un metro de altura y pesaba 30 k,
murió a los 20 años. Se trataba de un australopiteco, los cuales habitaron en
África hasta hace un par de millones de años. Se llamó Lucy.
Lucy se
puso de pie y caminó. Es soberbio pensar cómo caminamos, aunque no seamos siempre
conscientes.
«El pie (…) cae sobre el talón, (…), Luego se transmite el
peso por el borde exterior hasta que se apoya en el pilar anterior de la
bóveda. A continuación, se flexionan los dedos y el pie se apoya en ellos. El
empuje final lo da el dedo gordo y la pierna sale impulsada hacia delante como
un péndulo. (…) Toda esa biomecánica la hacemos sin pensar.»
El pie tiene una arquitectura complejísima,
comparable a la de una catedral gótica, dice Millás.
Cuando levantamos una pierna para dar un
paso, el cuerpo no se vence hacia el lado que está en el aire porque tenemos
los abductores. La locomoción humana es un prodigio de la bioingeniería.
Arsuaga pone el conocimiento y Juan José Millás corresponde
con la literatura.
El mismo asegura sentirse conmovido cuando se imagina a
nuestro ancestro Lucy descendiendo de lo más alto de un árbol, “poniéndose
de pie (…) y atravesando el límite que separaba la selva de la sabana sin otras
armas que esas dos manos anudadas al final de sus brazos como dos prótesis que
aún no sabía utilizar”.
Imagina la curiosidad de este homínido al bajar de la
copa del árbol y conquistar la superficie de la tierra, llena de amenazas pero
también de grandes perspectivas. Y aquí
estamos.
Millás y Arsuaga buscan indagar en la existencia humana, revelar
los misterios de la evolución. Cuesta imaginar, por ejemplo, que el martillo y el yunque
de nuestro oído formaban parte, en los reptiles, de la mandíbula. La evolución
los convirtió en instrumentos para la escucha. Del diseño de un reptil ha salido
un mamífero, dice Arsuaga. “Estamos
hechos de la ropa de segunda mano que desecharon nuestros hermanos mayores.” Manifiesta también.
Nuestros dos protagonistas se mueven por
el Valle Secreto en la sierra de Madrid, el Museo del Prado, un mercado, un
parque infantil, un castro celta, la Institución ferial de la capital, una
juguetería, un sexshop, la cueva de la Covaciella -con pinturas de una
antigüedad de 14.000 años- un colegio, y para terminar un cementerio.
Hemos entrado en contacto con detalles
de nuestra realidad, como estos: la posibilidad de lanzar piedras que tiene el
ser humano terminó con la jerarquía de la fuerza, porque te podías defender en
la distancia; la nariz proyectada es un rasgo específico de nuestro rostro;
nuestros dientes, tan distintos de los de otros primates, se han visto
transformados por nuestra alimentación; ¿por qué no todos los adultos tienen
intolerancia a la lactosa?; ¿cómo se pasó de miembro de un clan a ciudadano?;
el dios y los cambios sociales; el reloj de Paley, este filósofo y teólogo aseguraba
que si te encuentras una piedra en el campo creerás que es parte de la
naturaleza, pero si te encuentras un reloj pensarás que alguien lo ha creado,
Darwin aseguraba que el reloj se había hecho a sí mismo.
El conocimiento del pasado nos proporciona una
identidad, gracias a él sabemos quiénes somos, ni más ni
menos. Esto afirma Arsuaga en una entrevista.
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