Tiempo
de vida es ejemplo de autoficción,
el autor se identifica con el narrador. Todo lo que sucede es real, aunque los
hechos que se relatan pertenecen a la ficción,
porque el que narra en el libro hace una selección previa, solo escoge
determinadas vivencias; ahí aparece la
elaboración literaria. Se trata de la
realidad vivida por Marcos Giralt y su padre, pero el escritor trata de fijar
esa realidad como él la sintió. Por eso no se trata de una autobiografía porque
el que redacta elige, opta, prefiere unas vivencias y deja de lado otras.
Estas páginas se convierten en una especie de ajuste de
cuentas entre los dos y un homenaje al padre.
Una ficción permite al novelista esconderse detrás de las
historias, aunque sentimos presencia. Aquí eso no es posible, aquí habla el
autor con su propia voz, exhibe sus comportamientos. Parece que sin demasiado
problema con el pudor.
No
estoy cómoda leyendo autoficción.
Quizás sea una cuestión de recato o quizás, que me
interesan más las narraciones que se ensanchan, que abrazan muchos mundos.
Este libro me descubre rincones propios en los que no
quiero detenerme.
Temas resbaladizos, que no deseo tocar porque ha pasado
el tiempo y ya no se reconocen los contornos; porque ya no están los que podían
proyectar luz sobre ellos.
Marcos Giralt Torrente toca aquí un tema universal: la muerte del padre a través de la desaparición
del suyo. Lo impulsa el deseo de recuperar lo que ya no está, perpetuar lo que se ha ido.
Cuando
un padre se va definitivamente, se echa la tapa a un baúl. Y
uno se encuentras frente a algo clausurado, que ya solo podrás abordar con la memoria.
Si
eres escritor tienes la literatura para acotar, para
comprender la realidad. Eso hace este autor. Si no escribes solo tienes los recuerdos para reordenar, para
degustar, para censurar, para lamentar.
Durante la niñez de Marcos padre e hijo pasaban mucho
tiempo juntos, pues la profesión de pintor, le permitía a Juan Giralt trabajar
en casa. Más tarde, como consecuencia del divorcio, la figura paterna se
desvaneció un poco. Él se quedó a vivir
con la madre, las cotidianidades domésticas de ambos se cruzaban. Al padre lo
veía menos y casi siempre fuera de casa. Aunque compartieron tiempo y espacio
durante algún viaje. El padre tenía pareja y eso parecía dificultar la relación
de ellos dos. Cuando Marcos Giralt habla de esto, se transparenta el resquemor.
En el momento en el que a Juan Giralt le diagnosticaron
una enfermedad grave, las vidas de ambos se coserán apretadas, sus existencias
se rozarán con fuerza. Marcos se vuelca con su padre. Y escribe cómo intentó
aliviarlo, cómo lo acompañó y apoyó; con cuánta entrega le dedicó su tiempo,
dejando de lado una parte de su propia vida.
Se produjo la muerte en febrero de 2007. El hijo tuvo que
pasar un año de duelo antes de plantearse trasladar al papel tan intensas
vivencias.
Marcos Giralt comienza su obra con una primera trama, la que destapa su búsqueda de una escritura, de
un comienzo, de un formato en el que verter la relación con su padre. Se siente
sofocado por las dudas sobre cómo abordar el tema, qué contar…
Al ser hijo único, Marcos Giralt solo dispone de una
perspectiva. Una gran responsabilidad, un gran desafío para reconstruir una
narración.
Cuando
se es hijo único (…). ¿Cómo construir con la memoria una historia equilibrada
cuando tan sólo disponemos de una mirada, y esa mirada está tamizada, influida
además, por nuestro propio ser único?
Junto
a esta primera trama se va desarrollando una segunda donde se camina desde el
desencuentro a la unión con el padre.
La primera mitad del libro abarca más de treinta años de
relación, en la segunda se desvelan apenas veinticuatro meses de vínculo
durante la enfermedad. Un claro desequilibrio, debido quizás al peso emocional
de estos últimos momentos.
En un principio los hechos van cayendo de manera
lacónica. En la segunda parte aumentan los detalles, sabemos mucho más de ellos
dos.
El
recurso de la repetición de palabras acerca el texto a la letanía religiosa y a
la lírica más elaborada. Es una prosa que llega a hechizar.
“En
páginas de Word que llené con insólita premura, intenté retratar a mi padre remontándome a su infancia, a su
orfandad materna y a su padre tan frío; intenté
poner mi culpa en primer plano para lanzarme en pos de la redención que la
aliviara; intenté aislar un episodio
iluminador que resumiera mi experiencia de él; intenté entrelazar con pulso impresionista escenas y recuerdos
aleatorios; intenté ser cerebral y
encarar nuestro problema reflexivamente, sin espacio para la poesía.”
Esta cita concreta se halla al comienzo del libro,
reflejando esas oscilaciones que tiene como escritor para iniciar la narración
sobre su padre.
La
relación de los dos en los últimos años cerraba un círculo, el hijo se entrega
al padre, ahora que lo necesita, como, seguro, el padre se entregó al hijo,
cuando era pequeño y lo necesitaba a él.
Marcos Giralt termina comprendiendo a su padre, habían vivido
una relación complicada, muy propia de los hijos de padres divorciados. El hijo
termina perdonando a su padre y perdonándose a él mismo, pues se reprochaba la
sobrecarga de intolerancia e incomprensión que hubo entre ellos.
Su
libro aspira a ser literatura, no una crónica; pero la verdad es que nos deja
un relato lleno de sinceridad, de verdad y de vida.
Nos
habla literariamente de los que conocemos, de lo que sentimos.
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