Tongolele
está
al mando de un turbio departamento del estado nicaragüense, controla los
servicios secretos. Fiscaliza,
desvirtúa, pervierte; lo sabe todo. O eso cree él.
En un momento determinado pierde los favores institucionales y no entiende, no sabe quién lo
empujó fuera del sillón, ni siquiera cómo.
“Cuáles son mis
enemigos y cuáles mis amigos, ahora que todos los perros me orinan, quisiera
saber.”
Sergio Ramírez lo retrata como si apareciera de pronto, desorientado
y confuso, en una pista de baile donde ignorara los pasos del número que
interpreta la orquesta. Porque Tongolele
no sabía bailar.
En la novela aparece como el antagonista del inspector Dolores Morales. Comparten el mismo
germen ideológico, hicieron la
revolución contra el dictador
nicaragüense Anastasio Somoza, aunque más tarde sus desarrollos vitales mudaron,
llegando hasta caminos ideológicos
opuestos.
Morales fue
miembro de la Policía Sandinista desde sus inicios y tras recibir la baja se
hizo investigador privado. Es la
tercera vez que Sergio Ramírez lo coloca como protagonista en un relato.
Al
comienzo de este se encuentra en la frontera Hondureña. El
comisionado Tongolele lo encuentra incómodo y lo “ha forzado” a abandonar el país.
Pero el detective tiene una razón poderosa para volver a Managua y va a
intentarlo de la mano de la clandestinidad.
Cuando ya ha pisado suelo nicaragüense, asesinan a su
salvoconducto. Descubrir al culpable nos proporcionará el caso.
Pero
no nos confundamos, aquí no tenemos el inicio de un argumento policiaco,
donde la resolución del misterio es el objetivo principal. De hecho aquí
tenemos muchas claves para conocer el enigma, quizás no conozcamos la identidad precisa del asesino, pero sí el
aliento que lo impulsa y la guarida de dónde procede.
Tongolele no sabía bailar es una novela negra donde pesa más la realidad sociopolítica de la Nicaragua actual que la resolución del conflicto planteado. Es el retrato de una dictadura. Se pone el énfasis en que poco importa si estas se encuentran alineadas a la derecha o a la izquierda, las dictaduras, todas, pasan por encima de las ideologías como apisonadoras.
Existe una vieja
foto en la que el escritor aparece junto a Daniel Ortega y otros miembros
de la junta jurando su cargo hace ya más de 40 años. Hoy juegan en campos
opuestos. Ramírez cree que debe plantar cara, denunciar.
Desde el primer momento se ve en esta novela un ajuste de cuentas entre antiguos
compañeros de lucha.
Afirmaba en El Cultural que el detective Morales era una
especie de alter ego: “Sus
desencantos y los míos pertenecen al mismo ámbito, así que yo interpreto a través
de Morales un desengaño que no es solo mío sino de toda una generación que ha
visto a la revolución no solo envejecer sino descomponerse y convertirse en un
cadáver que huele mal, que está ahí, expuesto al
sol.”
Tongolele y Morales son personajes perfectamente trazados, pero no son los únicos, hay
varios más que nos seducen: la vidente Zoraida, La Chaparra y Fabiola, madre, secretaria y amante, respectivamente,
de Tongolele; Pedro, su ayudante y comparsa, que se pega al mejor postor;
monseñor Ortez y el padre Pancho entre los católicos reivindicativos; Rambo, mano
derecha de Morales, como lo fue Lord Nixon, que se ha convertido en su
conciencia y le habla desde el más allá; los viejos militares y los nuevos,
tecnócratas adiestrados en México.
“Y entró ella, una negraza de pelo lacio
teñido de un rubio triste, unos juanetes que la martirizaban al andar sobre
plataformas de corcho, una cartera de Ferragamo falsa de toda falsedad al
hombro, una blusa que dejaba desnudo el ombligo del que colgaba un piercing, en
cada pernera de los jeans mariposas de lentejuelas.”
Es Fabiola, la amante, busca su favor para ampliar sus
negocios, sin importarle aplastar a posibles competidores.
Un escritor en general toma distancia de la realidad que
describe para luego poder retratarla y hacer de ella literatura. En esta
ocasión Sergio Ramírez no ha esperado a alejarse del momento que vive su país, le urgía denunciar, eran tiempos de
emergencia, había que reaccionar pronto –confiesa él mismo.
Pero
la escritura no ha sufrido merma, sigue siendo punzante y adornada.
Lo que sí se nota es que lo que refleja ahora le duele mucho. En anteriores entregas de esta serie había también denuncia y desconsuelo por su gente, pero la perspectiva temporal había permitido que lo que él dibuja ya sean cicatrices. Tras la muerte de tantos estudiantes en 2018, se obliga a escribir muy próximo a hechos intolerables, por eso lo que pinta son heridas abiertas.
La prosa de Sergio Ramírez contiene hilos geniales,
excesivos y aparatosos que te envuelven, que se te pegan al cuerpo y al alma.
Su escritura la impulsa el desengaño, y conserva la
maestría de siempre al otro lado del Atlántico.
Así se refiere a lo que queda del esperanzado proyecto
revolucionario: Nos pusimos a montar entre todos un muñeco parecido a Buzz, el astronauta
que grita «¡al infinito y más allá!». Y vea lo que salió: Chucky, el muñeco
diabólico.”
Tongolele
no sabía bailar es tan excesiva que seguro que lo que cuenta
es la realidad. El humor y la ironía
arrastran las torpezas de los hombres. Como cuando en el descampado, donde los paramilitares
descansaban de masacrar, aparece una furgoneta repartidora de El pollo
ciudadano para calmar el apetito que te puede dar matar.
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