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domingo, 11 de septiembre de 2022

Vera

 


El responsable de esta nueva editorial, Trotalibros, asegura en su web que pretenden recuperar obras fundamentales de la literatura universal “injustamente olvidadas”. Vera es una de esas novelas inmerecidamente desdeñadas por la historia.

En esta edición se apuesta por subrayar la labor de la traducción. En las primeras páginas aparece una semblanza biográfica de Claudia Gispert Codina, que ha hecho un gran trabajo al verter el texto al español.

Más habitual en nuestras lecturas es la presencia de datos sobre la vida de los autores. Elizabeth von Arnim (1866-1941), australiana afincada en Inglaterra,  no fue muy afortunada en sus relaciones sentimentales, la escritura se convirtió en su refugio. Del fracaso de su segundo matrimonio surgió Vera.

El libro es un trabajo intenso que se convierte en una queja profunda sobre una situación frecuente en su tiempo; las parejas desiguales con maridos prepotentes y mujeres anuladas.

Las grandes mansiones acallaban entre sus ladrillos estas condiciones de vida. Era un tema delicado que llevó a la autora, hace cien años, a sacar el libro como anónimo.

Elizabeth von Arnim aborda la situación social desde el sarcasmo, con cierto humor, un vehículo más eficaz para la denuncia,  la reflexión, el pensamiento crítico, la conmoción, quizás, del lector.

Cuando comienza el libro, la protagonista, Lucy, en la veintena, acaba de perder a su padre de manera repentina. Había sido su única compañía y ahora la dejaba desamparada y sola. Mientras allá dentro preparaban el cadáver, ella se encuentra fuera de la casa “como una estatua de mármol” dice el libro- apoyando sus manos sobre la valla, sin ver ni oír lo que se mueve a su alrededor.

Al lado, sin que ella se percate, pasará el señor Wemyss, unos cuarenta años, enlutado, martirizado por la ansiedad, desesperado porque los preceptos sociales le obligan a permanecer alejado de su entorno más confortable y próximo; sin permiso para hablar con  nadie, en la más desesperante soledad, después de la inesperada muerte de su esposa.

Se atrevió a pedirle un vaso de agua a aquella joven desconocida por hablar con algún ser humano.

Pareció despertarla, dio vida a la piedra.

Hermanados en el infortunio, el desconocido encontró en el duelo común el ojo de la aguja por el que colarse en la vida de la joven.

Ahora que el padre había desaparecido, sería él quien pensaría por ella.

 “La miró durante un momento mientras ella le devolvía la mirada y, entonces, posó sus manos grandes y cálidas sobre esas otras, heladas, que se apoyaban en la barra superior de la verja […]. Luego, cubriendo aún las manos de ella con una de las suyas, abrió la verja con la otra y entró.”

Entró en la vida de Lucy decidido a no volver a salir jamás.

Wemyss es consciente de tener el mando en su mano; Lucy, junto a aquel desconocido, siente: “la agradable sensación de estar a salvo, protegida”. Reconoce alguna diferencia respecto a lo que sucedía antes: con su padre tenía que pensar con Everard es solo dejarse llevar.

Dos personalidades diferentes las de estos dos hombres, dos yugos distintos sobre Lucy.  

Wemyss despliega sus alas, su sombra se va dilatando sobre la pequeña Lucy, cada vez más reducida.

Elizabeth von Arnim refleja en su escritura los pensamientos de Lucy, en ellos se esconden la desconfianza, el recelo y hasta los miedos, que le llueven desde el ciclón que es Wemyss. Pero enseguida la chica aparta de su ánimo esos sentimientos negativos, él le ha hecho creer que tiene la llave de la verdad. Cuando ella se ve dudar, comprende que está sumida en el error.

El viudo tiene prisa, la chica sustituirá a su anterior esposa, remplazará a Vera. Él nunca había conocido el dolor, siempre ha evitado preocuparse, no ha consentido en ningún momento que la duda lo desasosegara, jamás había reprimido un deseo. Un  retrato hiperbólico, brota el impacto en el que lee.

No resulta sencillo oponerse a los deseos de Everard Wemyss. Cuando ya tiene sus planes de boda perfectamente pergeñados, se los comunica a Lucy, que obedece dócil, apartando las dudas a manotazos.

“Lucy descubrió que el matrimonio era distinto de lo que ella había imaginado.”

A partir de la boda se abre una especie de segunda etapa. El viaje de boda se le hizo amargo a Lucy que empezó a comprender que la comunicación con su esposo no iba a ser fácil, que su papel iba a ser solo el de acatar órdenes.

Tras la luna de miel todo estaba previsto para pasar el cumpleaños del marido en la segunda vivienda, la casa donde murió Vera.

Pobre Lucy, la muerta pasa por delante de ella, ella allí es solo una extraña. Vera hasta le ha arrebatado el honor de titular la obra con su nombre.

Pero el fantasma de Vera no es una sombra que empañe su felicidad, como dice de forma poco cierta la faja que acompaña el libro. Incluso en algún momento es la única capaz de comprenderla.

Vera sonríe levemente desde un enorme cuadro que preside el comedor. La vamos conociendo. Comprendemos.

No reconozco la atmósfera asfixiante que se denuncia, más siento rabia e incredulidad al pasar las páginas. A Lucy solo le habían enseñado sumisión y obediencia.

El marido ahoga toda la ilusión de la recién casada: lo controla todo, amo y señor, caprichoso y déspota. El comportamiento con el servicio, su manera de dirigir esta casa y la de Londres es patológico. El gong escandaloso, el piano con botines, y más, son notas de humor que alivian la opresión que transmite esta forma de vida.

Nos encontraremos un final abierto, a partir del último capítulo una nueva parte se va a desvelar, seremos nosotros los que la compondremos reuniendo todos los detalles que la lectura nos ha dejado, porque esta es una lectura que permanece una vez que cierras el libro.




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