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lunes, 31 de octubre de 2022

Perro muerto

 

“Pienso que por fin cayó esta lluvia que se va a llevar toda la mierda. Respiro tratando de recuperar la entereza, trago saliva para deshacer el nudo que tengo apretado en la garganta. Entonces Romina, a mi lado, me indica el sol saliendo allá en lo alto y me dice:

  —Mira qué bonito.

 Y yo me doy cuenta de que todavía hay esperanza.”

Otra vez una novela policiaca con un final que conforta y apacigua, un final necesario para que el lector se reconcilie con la existencia, porque el detective reordena el caos que el delito originó.

El mundo se desmorona por una esquina, mientras que por otra va retoñando. Romina consiguió que Santiago Quiñones la salvara, otras chicas y otros niños tuvieron menos suerte.

Una voz en primera persona, la del detective Santiago Quiñones. Una voz mordaz, cínica, con mucha verdad sobre la vida y sobre los andamios que la sustentan. Situaciones que se imponen y contra las que uno no puede nada.

Santiago Quiñones es un policía que trajina con frecuencia desviado hacia los márgenes, se ve obligado a combatir al delincuente con malas artes, son las mismas con las que ellos tratan de deshacerse del mordisco de su investigación.

En su vida privada se mueve en el callejón de atrás, donde se reparte cierta infidelidad, algo de droga y mucho tabaco y alcohol.

Este detective no puede evitar que la suciedad que rodea su trabajo haya salpicado su vivir. Quiere a Marina, su pareja, pero a veces no es suficiente con desear que el amor funcione, a veces los sentimientos se le mezclan con las esquirlas embarradas de sus tareas laborales.

Boris Quercia dibuja todo esto con un lenguaje directo y cortante, sin florecillas que adornen.

En un enfrentamiento con narcos Jiménez, el compañero de Quiñones, ha encontrado la muerte. El detective se verá empujado a recoger el testigo de su compañero y continuará con su investigación sobre abuso de menores entre los niños más desfavorecidos, los que se encuentran en orfanatos. Se implicará con ahínco.

Va a conseguir echar su red sobre esas vilezas, pero muchos conseguirán escurrirse, tienen demasiado poder. Algún delincuente va a quedar sin castigo, porque así es en la realidad y el autor chileno imita la vida.

El policía va dejando caer a lo largo del libro muchos de sus ácidos pensamientos. Construidos a lo largo de una vida codo con codo con la delincuencia y la maldad. Desde el comienzo la vida del policía se entrelaza con la investigación policial. Y  vamos conociendo a este tira, que es como se llama a los agentes en Chile.

En el metro descubre a la gente que vuelve a casa de un trabajo normal, y le pesa su tarea sin horarios y en roce continuo con la muerte-, que está borrando su relación con Marina.

Los hilos van espesando el tejido de la vida de Quiñones, que se parece a muchas vidas; y el contenido de la novela, que se alarga también hacia la situación social y política de Chile, muy parecidas a las de otros espacios. La corrupción ilumina con brillo pestilente cada rincón, como el de una policía corrupta que apoya a potentados viciosos. Una policía que se apoya en los medios para que la verdad reluzca, se establece una simbiosis entre prensa y detective  hasta que el periodista retrocede porque uno de esos poderosos es el que le paga el salario mensual.

Humor cáustico como único aderezo posible para combatir la angustia existencial de Santiago Quiñones.

El policía no desempeña aquí una investigación al uso, como sería asistir a comisaría, cotejar pruebas, salir a la calle a hacer comprobaciones. Lo que suelen hacer la mayoría de los policías durante un caso. Quiñones recupera de su compañero Heraldo Jiménez unos informes que involucran a muchos organismos influyentes, los había conseguido de manera torticera, pero también es cierto que los delincuentes han utilizado su peso social para atentar contra todas las normas. Ricardo seguirá su estela, aprovechará los métodos del otro y su tiempo de baja tras una agresión; el azar le va ayudar mucho, quizás un poco de más para ser creíble.

Detrás de todo ese interés del personaje por esos niños inocentes, quizás se esconda el interés del autor. Brinca una idea, los hijos que no pidieron nacer, y que padecen las consecuencias. Si algo se aprende siendo tira es que este es un país de padres de mierda. La meten y se van. Lo otro es que aquí el que la hace, no la paga, a menos que seas pobre. Pero eso da lo mismo. Los pobres la pagan siempre, aquí o en la quebrada del ají.” A la vez el escritor y su criatura se revuelven contra la injusticia que los rodea, que nos envuelve a todos.

Tras su escepticismo encontramos un vengador de la justicia, que lamenta que los más grandes se libren, mientras la policía se encarga de los pequeños rateros.

Hombres y perros fusionan sus destinos.


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