La novela se abre con una noche de estreno en el Teatro Lliure de Barcelona. María Broto, una actriz de éxito en la cuarentena ha triunfado como protagonista de El jardín de los cerezos de Chejov. En el patio de butacas todos aplauden enfervorecidos, el autor enfoca a alguien entre los espectadores: Rafael. La actriz y él se criaron en el mismo pueblo, Valdecádiar. A pesar de que hacía mucho que no la veía, la ha reconocido enseguida. Al contemplarla, muchas caras y muchas vivencias han volado hasta él. La aborda a la salida y ella lo confunde con un admirador pegajoso, y quiere quitárselo de encima rápido, pero Rafaelín viene con una triste misión, tiene que comunicarle que su padre, Teodoro Broto, ha muerto.
María y su padre no se trataban desde hacía muchos años. No supo perdonarle y rompió con el pueblo y con él. En un principio por rencor ella misma se prohibió pensar en su pasado, estaba dolida; más tarde todo su ayer fue desvaneciéndose porque María estaba demasiado ocupada en vivir su vida, en buscar su propia identidad. Su padre falló al negarle la verdad y ha caminado desorientada. Por fin Rafael le descubrirá esa verdad.
La noticia de la muerte del padre suscita en la hija un huracán de sensaciones. El paisano le propone acompañarlo hasta Valdecádiar, para asistir al funeral al día siguiente. Serán solo unas horas, volverán a tiempo para la siguiente función.
La noche de María se puebla con el debate, no sabe si quiere ir o no. Finalmente decide que se agregará al viaje. María siente que por lo menos una vez en la vida hay que mirar a la verdad a la cara. Es algo que dice su personaje en la obra y le viene en este momento a la cabeza. No va a ser la única vez en la novela que esta réplica aparezca en su mente. Parece un descuido del escritor.
No visitaba el pueblo desde hacía unos treinta años. Para ella los momentos despreocupados que vivió allí son jauja. En el libro cada personaje tiene su propia jauja. Para su padre o su abuelo, o para los más mayores, está más ligado al bienestar económico; que para muchos estaba en la emigración a la gran ciudad.
El pueblo no existe en realidad, es un espacio imaginario construido con trozos de otros pueblos aragoneses, incluido el de los abuelos de Use Lahoz, en el que él pasó muchas temporadas. El escritor aseguraba en una entrevista que la obra es pura ficción. Aunque dice también que el origen de la novela está en una noche de teatro en la conocida sala barcelonesa, algo que quedó allí guardado en su memoria, y que se fundió luego con sus experiencias. Porque en toda obra de ficción está siempre el escritor de una u otra manera.
Cuando la hija rompió los lazos con su padre, cerró una puerta en falso. Rafael ha venido a abrirla de nuevo. Por ahí ahora en la novela se van a colar la vida en Valdecádiar de Teodoro; de Zacarías, su padre; de la madre, Amparo y de la tía Gracia; también de Pablo Peñalver y de la propia María. Y la vida de todos ellos en Barcelona. Porque el libro se mueve entre estos dos espacios preferentemente, aunque asimismo volamos a Montoro o a Málaga para conocer el devenir de Gloria. Es una novela coral.
Jauja refleja con una cierta carga crítica las diferencias de vivir en una España de pueblo y una España de capital durante la segunda mitad del siglo XX. Use Lahoz nos hace testigo en cierta medida de la transformación de este país durante todos estos años. Nos desplazamos hacia atrás en el calendario, desde el 2016, cuando muere el padre hasta el 1955, la fecha más antigua. Pero no en un recorrido lineal, sino que vamos saltando de fechas: 1977, 86, 90, 92, 66, 75 y en cada una la historia va dando un giro relevante.
Descubrimos esa España como si hubiéramos entrado en una casa cuyos dueños acabaran de fallecer, hurgamos en cada rincón, en armarios y cajones. Se desvela mucho dolor, también felicidad, pobreza, fascinación, pactos de silencio, intolerancia, imposiciones, mentiras.
Rafael se convierte en la llave de un pasado que María desconocía y que le va a cambiar su percepción de las cosas. Pero el pasado no siempre viene con cara amable, en ocasiones viene con ganas de molestar. Como decía la tía Gracia. En efecto el pasado puede ser un invitado incómodo o un invitado anhelado. El pasado puede ser una cueva oscura en el que no queremos penetrar, porque tenemos miedo de lo que podemos encontrar allí. En ocasiones, aunque deseemos recordar, desde nuestro presente ya no podemos recuperar el ayer, que percibimos desenfocado.
Creemos que el futuro es lo que se nos oculta, pero muchas veces el pasado es más imprevisible que el futuro. Eso es lo que le pasó a María. Y ahora que lo ha conocido es tristemente consciente de que aquello ya no está. Su jauja ya no existe. Valdecádiar es el paraíso perdido de María Broto.
Pero de sus ruinas ha florecido una nueva mujer.
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