En una de las primeras páginas, Reverte compara los perfiles geográficos de Grecia con un corazón
reventado.
Esos mismos contornos me sugieren los diminutos fragmentos secos que se esparcen cuando se
ventea un diente de león. Y sugieren
también una bandera que ondea rota, desgobernada, deshilachada, derrotada.
Las dos
imágenes evocan el mundo griego clásico. Por un lado, derramó su
alma por el Mediterráneo como gotas de luz;
por el otro, este pueblo desperdició demasiado tiempo y energía combatiendo.
Reverte describe en este libro, un clásico de la
literatura de viajes, el periplo que realizó, a finales de los noventa, tras
las huellas del alma griega. Viajó solo, recorriendo el Peloponeso, islas
del mar Egeo, las costas occidentales de
Turquía; para terminar en Alejandría: territorios
que los antiguos griegos iluminaron y atropellaron.
“El
hombre griego intentó integrar los saberes, llegar a ser un hombre total,
organizar el caos fragmentado bajo la unidad de la luz del pensamiento.” Estas
ideas, que Reverte resume, se esparcieron por el Mediterráneo y se fueron
depositando en sus orillas. Hoy somos hijos de aquellas semillas.
Aunque también son griegas las luchas fratricidas entre
las distintas ciudades estados, buscando la hegemonía. Más difícil de
comprender sin pensamos que las polis compartían cultura, religión y hasta
idioma.
Porque todos procedían de una misma cepa. Los primitivos griegos fueron hijos de una larga emigración que procedía del norte. A lo largo
del tiempo los diversos espacios de tierra perduran, los hombres y las mujeres
se mueven desde ellos y hacia ellos en un movimiento natural, o provocado por
variadas circunstancias. Hoy seguimos siendo testigos de tales desplazamientos.
Emigración y mezcla: esos somos.
Homero también
mezcló: se sirvió de la tradición para crear a Ulises. El relato del héroe aventurero,
que vuelve a casa después de mucho tiempo, existía en otras culturas y otras
épocas. El autor griego tomó la herencia recibida y la remodeló al trenzarla
con sus aportaciones. Es lo mismo que harán todas las literaturas. Por eso
hemos ido encontrando resonancias de autores y obras a lo largo de tantos
siglos de letras. La relevancia reside
en ensanchar un poco más lo que recibimos.
Y aunque parezca un lugar común, es completamente cierto
que una manera de ensanchar nuestro universo
es con el viaje, leyendo a Reverte aprendemos a viajar más despacio, y también
improvisando: «Se llega más lejos cuando no se sabe muy bien adónde se va»,
dice él. Nos inicia en viajes a lugares
espectaculares y a sitios menos vistosos, pero quizás más repletos de energía.
Nos muestra cómo hay que leer en todo lo que vemos cuando recorremos cualquier
camino.
El azar ha querido que entre mis últimas lecturas haya
habido unos cuantos libros con Grecia como asunto, y Hélade se ha reavivado en
mí.
Reverte dice esto en el epílogo del libro: “…mientras
otros pueblos han conquistado grandes territorios del mundo a lo largo de la
Historia, ellos conquistaron algo mejor: nuestras mentes y nuestros corazones.
Nos enseñaron a reír, a reflexionar y a llorar.”
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