Buscar este blog

viernes, 29 de abril de 2022

Progenie

 

En esta novela centellea una mujer: “Camino se pone las bragas y mira a su alrededor. Cree que no se deja nada. El sujetador ya está dentro del su bolso. Tira de la minifalda hacia abajo en un gesto de falso pudor, como si acaso alguien pudiera verla, y agarra la manija de la puerta con la mano derecha muy despacio mientras con la izquierda sujeta los tacones estratosféricos en los que ha estado subida desde las diez de la noche, hasta que Marco le regaló la horizontalidad al arrojarla contra la cama de uno treinta y cinco en la que ahora ronca como un león.”

Susana Martín Gijón nos la tira así a la cara en las primeras líneas.

Camino Vargas puede compartir una cama, pero para dormir no. Ella vive sola, su única compañía son las hormigas de su terrario. A veces las descuida, absorbida, hechizada, por algún caso.

La inspectora Vargas se encuentra temporalmente a cargo de la brigada de homicidios, sustituyendo al inspector Arenas, al que una bala en fuego cruzado llevó al coma.

Es verano y nos encontramos en Sevilla, el bochorno pegajoso nos sofoca desde el papel.

El grupo de homicidios se halla mermado. Arenas en el hospital, otro disfruta de vacaciones. Quedan cuatro. Fito, siente cierto resentimiento contra los que no tuvieron que luchar para salir de un barrio marginal que marcaba a fuego a los vecinos. Teresa con un pie en la jubilación piensa más en el Hola que en la policía. Lupe, la última en llegar, luchando en casa con marido e hijo y luchando en la brigada para hacerse un hueco. El oficial, Pascual, carga con un mal divorcio y carga con unos kilos de más, que combate midiendo calorías.

Con sus intuiciones me han empujado animosa entre estas líneas.

Susana Martín Gijón ha querido perfilar estos personajes y no ha llegado. Se han quedado en apuntes sin terminar.

Solo con Camino ha finalizado el croquis. Rompe un poco con el detective habitual, y no solo porque sea mujer, ya hay muchas.

Camino es rellenita, como dice Encarni. Tiene una larga melena rubia que remueve bailando salsa cada viernes en la Salsoteca, que se ata en coleta rápida cuando tiene que trabajar y no puede perder el tiempo en adornos. No hace ascos a unas copas que la animen y tampoco a un buen revolcón sin llamada de vuelta. Cuando trasnocha no tiene mucho tiempo para la ducha, me recuerda al detective improvisado de Eduardo Mendoza.

Le gusta comer, pero se olvida cuando trabaja. Porque en el trabajo es implacable. Para ella no hay balizas que la contengan, si tiene que valerse de atajos ilegales, lo hace. Todo por descubrir al asesino que se burla del orden ético. Camino Vargas es correosa, no le cuesta abrir la comitiva, con un pañuelo en boca y nariz, cuando se trata de enfrentarse a un cadáver que lleva varios días expuesto al calor. Usa ganzúas, le gusta el ajedrez.

Policía impaciente, mujer excesiva, que se atreve a tener claro que no quiere ser madre. Que lamenta entre lágrimas no dedicar demasiado tiempo a los que le importan.

Vive un poco al límite, se salta cualquier orden. ¿No estás huyendo de algo, Camino? ¿Quizás de ti misma?

“Y fue… no sabe quién fue el que lo sugirió, pero acabaron en el piso de él follándose de esa forma agresiva y ardiente que pretende espantar todo el vacío que uno acumula dentro.”

Progenie trata de mujeres frente a la maternidad. Mujeres que huyen de la forma convencional de ser madre. De clínicas de reproducción, de experimentos visionarios.  

La novela se divide en cuatro partes, cada una se abre con un retal de las vidas de María Jesús y Soraya. Susana Martín Gijón quiere distinguir estos fragmentos. Primero en la tipografía, aparecen en cursiva; después  porque estas dos mujeres caminan en el borde de la trama del libro,  hasta que al final saltan de lleno en él.

La autora en el desenlace las va a colocar en un espacio de privilegio. Porque quiere, porque Susana Martín Gijón amasa a su manera personajes e historias. Ella no copia en todo la realidad. Muchas mujeres en el libro disfrutan de puestos que en nuestro entorno normalmente ocupan hombres.

Es la apuesta clara de la mujer que está escribiendo.

En el caso complejo que les ocupa los policías se enfrentan con la maldad y resuelven, tranquilizan al que lee porque restablecen lo preceptivo. En eso no hay innovación respecto al esquema clásico de la novela negra.

Aparecen los cuerpos sin vida de tres mujeres, comparten un secreto y una decisión determinante en sus vidas. Un caso policiaco potente.

Tras las primeras diligencias, Camino  se afana: “Bueno, allá vamos.”

Allá vamos nosotros también. Seguimos a los diferentes miembros del equipo de Camino Vargas.

Susana Martín Gijón quiere aprovechar su libro para arremeter contra los que se oponen a la libre elección de las mujeres en su maternidad, contra la violencia de género.

Yo no sé si la novela es capaz de soportar una carga ideológica tan pesada, a veces se tambalea.

Entre las más de cuatrocientas páginas, sobra algún chiste fácil; alguna situación de comedia de serie B; algún tópico como el San Google, como los guiris de chancla y calcetín en el Barrio de Santa Cruz; como los paquistaníes que cosen nuestras ropas o la decoración ikeanense. Incluso se podría eliminar esa trama, que se cruza, sobre el mundo envidioso de los escritores. Además, aunque nos guste los problemas reales no se solucionan solo con un gato, precisan tiempo.

Pero este libro de ciento trece capítulos cortos, con una acción muy rápida, ha supuesto un gran entretenimiento.

Y por eso me ha valido la pena.


miércoles, 20 de abril de 2022

Náufragos

 


 “La primera vez que vi a Emma era una cálida mañana de septiembre. O, al menos, esa fue la primera vez que fui consciente de verla.”

Este comienzo nos cuestiona.  

Caminamos ajenos a los que nos rodean, a esos que se encuentran cosidos a nosotros en plazas y rincones. Miramos sin ver. Es como si nos desplazáramos solo con vista al frente por enormes tubos, que nos aíslan de los demás.

Sin embargo en el relato de Susana Martín Gijón, este comienzo se reviste de una dimensión especial, que se puede distinguir después de leer en el epílogo  una serie de palabras clave.

Este relato tiene dos lecturas. La primera va en el orden habitual, la segunda se revela desde el final. Cuando sentimos que una luz se proyecta sobre las páginas que acabamos de leer, tiñéndolas de un color diferente, de un significado nuevo.

Un impulso de denuncia social parece animar el relato. San Francisco. Una vagabunda, una mujer en la calle, expuesta a muchos más peligros que un hombre sin hogar. Otra mujer, una superwoman, emigrante española, extremeña, que ha dado todo por la empresa que la contrataba; acaban de prescindir de ella. El amiguismo no era algo exclusivo de España, allí también existe, ella lo ha sufrido. Mejor que un buen desempeño de tareas será el título de una universidad exclusiva o estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Ni su diploma era tan exquisito, ni parece haber estado donde hubiera sido más ventajoso.

El sueño americano se le ha deshecho entre las manos. Ahora está en la calle.

Se arrima a Emma, confinada en el pavimento. Se ha enganchado a esta mujer. Ha pensado que podría llegar a encontrarse en su situación, a sobrevivir como ella rodando por las aceras. Vierte ante la indigente su queja por el inmerecido trato laboral. La respuesta es el vacío.

Cuando mira a Emma no sabe cómo tratarla. Le cuesta enfrentarse con el infortunio. A todos nos cuesta. Resulta incómoda la desdicha. Nosotros tampoco sabemos, nunca miramos a los ojos a un desfavorecido. Nos sentimos intimidados ante ellos porque nuestro bienestar queda mucho más patente en contraste con su escasez, con su adversidad.

La narradora, que no tiene nombre, quiere ayudar a Emma y le pregunta cómo hacerlo. Sí, hay algo que puede hacer por ella, le responderá la mendiga: invitarla en un restaurante junto al Muelle 39. “Es una hamburguesería muy pintoresca, ambientada en los años cincuenta, con música de gramola y camareros uniformados de la época […] Sería maravilloso poder comerme una de aquellas hamburguesas otra vez. Hace tanto de aquello…”

Cuando están allí la pulcra exejecutiva le ofrece una ducha, Emma responde con sarcasmo, se pregunta si no estará en algún reality show, quizás le ha caído en suerte un poco de piedad cristiana. Hay azoramiento en la narradora, cómo ha podido cometer ese error, se lamenta. Quizás ha sido la contemplación de las manos de Emma, de su pelo: conservan trazos de una elegancia de ayer.

La cronista continúa el relato, estrena una vida nueva. Después de enfrentarse a una existencia sin alarmas mañaneras, sin exigencia ninguna; cuando lo nuevo ya no representa tanta novedad, siente curiosidad por cómo le irá a Emma. Pero no la encuentra en su esquina. Ahora la disfruta otro ignorado. Emma le ha pedido que la eche si vuelve por allí a interesarse por ella.

La búsqueda de Emma se convierte en una obsesión. En su empeño se familiariza con cualquier espacio, refugio de indigencia. Contacta con la desgracia, ella ha sido la triunfadora que siempre se había mantenido lejos del infortunio. Sentía cierto repelús hacia las situaciones que generaban infelicidad. Solo de lejos mantenía acciones “solidarias”: daba la ropa que ya no usaba, siempre dejaba algo a los que tocaban en el metro, contribuía en los bancos de alimentos… La fraternidad de la opulencia.

Comenzó tareas de voluntariado en zonas que nunca antes había pisado, centros a los que acudían buscando ayuda los que no tenían qué comer, los rechazados, que la miraban con desconfianza. Era una suspicacia mutua, ellos se preguntaban recelosos qué hacía allí esa mujer, por su parte ella tenía impreso en su cerebro que había que mantenerse lo más lejos posible de los excluidos.

Poco a poco se fueron estableciendo canales de comunicación. Se rasgaron los tejidos que los aislaban.

La antigua triunfadora llegaba a conseguir conversaciones con alguno de los damnificados cuando llegaba un ramalazo de cordura, que enseguida desaparecía. Es imposible vivir en el margen si no te vendas con enajenamiento.

Pero los barrios donde se ubicaban los comedores, los centros de ayuda eran poco frecuentados: “Se me hizo algo tarde, y al salir del centro la noche había caído ya.”

Sufre un ataque. ¿Quién aparece para rescatarla? Emma.

Una simbiosis se activa entre ambas.

“Pero un día ocurrió algo que vino a desestabilizar la frágil paz que habíamos alcanzado”.

La paz del lector también se va a ver comprometida porque ante la pregunta propuesta nuestros goznes morales chirriarán.

Trasfondo social, intriga psicológica, suspense. Para mí un eco de Patricia Highsmith, de aquellos asesinatos de conveniencia.

Un eje articulador: Emma. ¿Qué sabemos de ella?

Solo el epílogo nos aclarará quién es quién. O NO.