Una
escritura desde el sosiego, un sosiego quizás más anhelado que
real, el sosiego de una vida que ya ha perdido la efervescencia primera, que ha
sabido maquillar cicatrices.
El
primer capítulo representa una armazón firme, se convierte en la base sólida de la novela; desde dónde irradia toda la
historia.
El título de este primer fragmento es inequívoco: Un
accidente cinegético.
“Un
poco más adelante entró muy deprisa en una curva, de modo que las ruedas se
agarraron al asfalto sollozando.”
Desde las primeras líneas afloran detalles que arrastran la inquietud.
Un
accidente que aplasta una ilusión y que, como si fuera un torrente
desbocado, remueve los fondos de muchas vidas. Incluso las de los lectores
porque, cuando accedemos a los contenidos de los libros, los incorporamos a
nuestra piel y a nuestra alma.
“—
¿No vas demasiado rápido? —le preguntó Dana inclinándose un poco para ver el
velocímetro (…)
Dana y Remo conducen hacia Breda. El autor sitúa a sus personajes en esta ciudad de ficción, cercana a Portugal; los datos geográficos
creados proliferan.
Eugenio
Fuentes construye una historia de amor roto. Mezclando el
presente y el ayer nos refiere la historia de esta muy joven pareja. La
bonhomía de este escritor se despliega cuando va dibujando con todo detalle
esta relación. Es como si estuviera soñando despierto, es una historia que a
todos nos gustaría vivir, fluye sin apenas obstáculos: amor, pasión, acuerdo,
ternura.
Se toma su tiempo, tiene deseos de crear algo exquisito,
placentero, delicioso. ¿No aumentará así
el dolor cuando se rompa?
Circulan por un
tramo de curvas, que se convierte en una
metáfora del contenido de la narración. Cada viraje, como cada capítulo,
guarda una sorpresa. La novela es
imprevisible.
El lector no quiere, Dana y Remo no lo merecen, pero intuyes
que algo va a suceder. La vida te enseña
que nunca merecemos lo desafortunado que nos ocurre, pero eso no evita que
la losa de la fortuna adversa te manche para siempre.
“Ciego
de dolor, vio que una figura se acercaba por el asfalto, se arrodillaba junto a
él y, un segundo antes de perder de nuevo la consciencia, se dio cuenta de que
era un ciclista”.
Así termina ese capítulo uno. Los que hemos seguido a Eugenio
Fuentes reconocemos en ese ciclista a su detective Ricardo Cupido.
Así lo calca una miembro de la Guardia Civil: Era alto y delgado, pero no se le podría
llamar débil; se movía despacio, pero con una decisión indomable y fluida; daba
sensación de calma y resistencia […].
Con
él Eugenio Fuentes despliega una mirada reposada hacia el universo del delito. Construye
una novela policiaca pero huye del mundo truculento del crimen, se aleja de los
territorios más oscuros del género, unos submundos que se encuentran demasiado
lejos del lector. Él escruta el alma,
se adentra en los males más cercanos.
Cada
página, cada línea están calibradas.
En la novela se le da cabida a algunas reflexiones
personales, da la impresión que el escritor necesita gritarlas.
La
trama se va espesando de forma pausada y verosímil. Ciertos
detalles que pueden pasar desapercibidos cuando se leen por primera vez,
destacan con un gran brillo cuando al final se desvelen la totalidad de los
hechos.
Todo aparece engarzado con gran maestría; los pasos de la
acción están cosidos con mucha pericia, sin huellas de costuras.
Se
escucha la calle del 2020 en la desolación y las lágrimas de los
hospitales y de los centros de mayores, en las dificultades de la policía para
trabajar por falta de medios, en los encierros obligados... Palpita
la vida que tenemos siempre alrededor en el dolor por la pérdida de un
hijo, en la culpabilidad que puede llegar a generarte; en cómo se puede desmoronar
una vida en poco tiempo; en el amor que uno no gobierna; en una cierta denuncia
a las instituciones que actúan como autómatas, que no miran a la persona, sino
al delito.
Culpabilizamos a unos y a otros desde el comienzo de la
lectura. Sin embargo, como dice uno de
los personajes nunca se está seguro de conocer bien al que está junto a
nosotros. Lo vemos a lo largo de la novela igual que en la vida real.
Perros
mirando al cielo es
una novela policiaca que cobija dos crímenes y que alberga
una investigación, la de un detective privado, en este caso. Aquí la institución policial se mantiene más bien ausente,
quizás haya que leer aquí una crítica a los responsables de estos funcionarios
a los que la falta de medios impide ahondar más.
¿No es eso lo que se puede deducir de estas palabras de Cupido?:
Que
a pesar de todo el Estado de Derecho, la policía dedica más tiempo a demostrar
la culpabilidad de un sospechoso que a demostrar su inocencia.
—Sea
pequeño o grande el asunto, siempre consistirá en no hacer trampas y, al mismo
tiempo, en evitar que te las hagan a ti. Sus propias palabras caracterizan
a este detective.
Asegura que al inicio de cualquier investigación sentía
entusiasmo ante el reto de resolver un enigma –es literal- […] y un vago temor hacia lo que descubriría:
dolor, odio, ansia de poder, prerrogativas de alguien sobre alguien, miedo a
perder el amor, dinero, alguna primacía, algo querido.
Él penetra – y nos ayuda a penetrar- más hondo en los
casos, mientras que la policía abarcaba más espacio. Así lo explica el propio
responsable de la Guardia Civil.
Averigua hablando con los vinculados a los hechos,
sacando conjeturas de las pequeñas observaciones.
Cupido no lleva a nadie frente al juez, no pone a nadie en
el pasillo de la prisión. Aquí Cupido pone a los autores materiales frente al
espejo de sus conciencias, ellos serán los primeros en juzgarse.
Perros
mirando al cielo, ¿novela
policiaca?, ¿novela negra? Novela humanista, porque cuestiona y nos hace
cuestionar, porque pone el azar en el eje de nuestras vidas.
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