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jueves, 11 de agosto de 2022

Últimos días en Berlín

 


Cada lectura tiene su momento y su lugar.

Esta novela no demanda una gran concentración, no precisa un lugar retirado, no exige recogimiento, no pide la participación del que lee.          

Últimos días de Berlín recuerda aquellos cuentos que nos entretenían, que nos deleitaban en la infancia. Unos personajes maniqueos junto a una acción potente, que hipnotiza, con sorpresas permanentes; a veces previsibles.

Al iniciar la historia estamos en el Berlín de 1933, Yuri Santacruz se acaba de mudar allí, procedente de Madrid. Él nació en San Petesburgo. Su padre, Miguel Santacruz, se incorporó como agregado de negocios en la embajada española  durante el periodo zarista. Allí conoció a Verónika Olégovna, hija única de un rico comerciante de Rostov. Se casaron un año después de conocerse, en 1907, y tuvieron cuatro hijos.

La vida de la familia parecía una copia de la felicidad hasta que las circunstancias que les tocó vivir lo trocaron todo en tragedia.

Cuando empecé a leer, el personaje de Yuri Santacruz en la trama me hizo pensar en “El baile de las cintas”. Los danzarines en círculo alrededor de un mástil agarran una cinta de las que cuelgan desde lo más alto. El mástil es Santacruz y cada banda supone una parte del argumento, un personaje de esta novela, porque todo en ella está atado a Yuri. Los integrantes de la danza comienzan a dar vueltas respetando la circunferencia, así los vaivenes de las distintas creaciones de esta novela enrollan sus vivencias alrededor del joven español. Al compás de la música cada bailarín debe pasar por debajo de la cinta del otro, e inmediatamente después dejar pasar al que quiere avanzar en sentido contrario por debajo de la cinta que uno agarra. Con este movimiento en el mástil se va tejiendo una especie de hilado, colorido por las distintas tonalidades de las cintas. Ese hilado simboliza el contenido de Últimos días en Berlín, construido siempre manteniendo a Yuri como pivote.

El relato se instala entre el principio de la Revolución Rusa y el final de la Segunda Guerra Mundial, saltando principalmente entre Alemania y La Unión Soviética. Aunque lanza algunos hilos que nos abren caminos en hechos que acontecieron en España, Suiza o Polonia.

“A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle. Su casera, la señora Metzger, había oído la noticia en la radio: se había organizado un desfile de antorchas para celebrar el nombramiento de Adolf Hitler como nuevo canciller de Alemania.”

Estas son las primeras líneas. ¿Qué hace el joven en Berlín? ¿Qué ha sido de sus padres y sus hermanos? Yuri Santacruz ese día va a ser “testigo del salvaje apaleamiento de un indefenso” por parte de las nuevas milicias hitlerianas. Él no va a pasar de largo, como muchos,  se detendrá  para ayudarlo.

Ese será el inicio de un torrente de eventos que formarán un río profundo. Una nueva familia Santacruz va a salir a flote. Muchos -allegados y ajenos- se quedarán en las orillas y otros más se hundirán,  sin que él pueda hacer nada.

Algunos hechos previsibles y otros demasiado efectistas restan verosimilitud a la narración.

De manera algo simplista los personajes se agrupan entre dos polos: buenos y malos. Alguno de los primeros puede caer en una acción censurable, no por propia voluntad, sino impulsado por la pasión irrefrenable; distintas actitudes conseguirán redimirlos después. Varios de los personajes buenos mueren, constituyen la cuota de dolor que el lector ha de pagar. El homosexual que se esconde, el comunista convencido, el demócrata idealista; los que han descubierto que más allá de las fronteras soviéticas la gente disfruta de un bienestar que allí dentro es privilegio de unos pocos solamente.

Los eventos políticos están poco elaborados, no escarba demasiado la autora –probablemente no le interese-: la revolución bolchevique y el nacionalsocialismo encierran la misma filosofía de gobierno por el terror y la infantilización de la gente. De algunos textos del libro, leídos de manera autónoma, no sabrías decir si corresponden a situaciones del régimen soviético o nazi. Los te producen el terror, la pesadilla de la arbitrariedad en la autoridad, del ensañamiento en las actuaciones del poder, del abuso del fuerte.

“Lo que ocurrió en aquellos meses se mueve en mi mente como una masa viscosa, podrida y fría.” Esto pudo haberlo dicho una víctima de uno u otro régimen.

Muchos capítulos van encabezados por el doctrinario propagandístico de Goebbels: sorprendente y en muchos casos reconocibles más allá de aquella Alemania.

Un hombre y dos mujeres, muy distintas entre sí y a la vez muy próximas, provocan el poco realista enredo amoroso que, con alguna pizca de erotismo, edulcora la novela. Tiene un desenlace ocurrente, inesperado, o quizás no.

Una novela entretenida. Se presenta como una escalera donde cada peldaño es un paso más hacia arriba en la habilidad  creadora de la autora, que sin embargo deja caer adjetivos y expresiones manidas, imágenes poco afortunadas, obviedades en el contenido.

Un trasfondo histórico tan poderoso se queda dentro del que lee y uno no puede evitar preguntarse al rememorar algunos contenidos qué habría hecho en algunas de las circunstancias, extremas, en que han vivido estos personajes.


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