Lo mismo que se obtiene aguardiente
cuando se destila el orujo de la vid, Lara Moreno consigue un licor, amargo, al destilar un trozo de las vidas de estas dos
hermanas: Sofía y Rita.
Me resulta
desasosegante esa sustancia de hiel que chorrea de la vida familiar de estas
dos hermanas. Nada dulce se ha colado en el licor extraído, nada que me
reconcilie con la vida de esas dos mujeres, ni con el mundo que las rodea. Una
separación; una maternidad, que dudo que sea aceptada; y aquello. Pero sobre todo
la falta de comunicación entre todos. Y no es que no hablen, es que rehúyen los
temas que duelen.
La novela de
Lara Moreno vive en el sur, pero en ningún momento reconozco el sur luminoso
que me es familiar. La autora nos
encierra en una casa que huele a culpa. Hasta ella se trasladan Sofía y
Rita primero para deshacerse de las cosas del padre cuando ha muerto, y después
la elige Sofía como estancia transitoria para ella y su hijo, cuando se produce
la separación; hasta ella va la hermana,
parece que para ayudarle. Se supone que es lo que se espera de una
hermana, pero ¿la ayuda? Es la misma casa a la que se mudaron, siendo pequeñas,
junto a sus padres, cuando las relaciones con abuelos y tíos se enturbiaron a
raíz de aquello.
Piel de
lobo no es una novela de grandes eventos, es una novela en la que vemos pasar la vida. Una vida cercana, la que
se expande detrás de cualquiera de las ventanas que nos rodean.
Lara Moreno escarba en la existencia, revolotea insistente,
como mosca, a veces, irritante, alrededor de un momento preciso, en ocasiones
doloroso. Aplica la lupa a un hecho cotidiano y descubre mucho detrás. Al que
lee puede llegar a desvelarle extractos de su pasado o de su presente, y no
solo porque haya semejanzas en eso que observa. Simplemente porque observa.
Es cierto
que a veces estos escritos que nos remueven por dentro no resultan cómodos,
quizás son más amables esos que te alejan de tu entorno, porque no destapan tu
yo. Pero no hay que dejar de observar algo simplemente porque resulte poco
grato, la literatura está para sacudirnos, igual que para entretenernos.
Esto está en la línea de lo
que aseguraba la autora, que se adjudicaba una forma de narrar microscópica.
No nos ahorra
la novela detalles de cotidianeidad de los personajes. Son detalles que añaden
pesadez y pesar (es lo que traslucen para mí) a sus días. Contribuye a destacar el tedio de unas vidas frustradas
por miedo a enfrentarlas. Me pregunto
si Sofía verdaderamente quería ser madre, o lo fue porque tocaba, sin
cuestionamiento alguno.
Me intriga saber si se quería casar con ese hombre o
fue esa también una decisión que tomó arrastrada por la corriente.
Rita vive en la novela en
función de su hermana, no sé nada de ella fuera de esa casa en la que viven
atrapadas.
En
ese magma la novela está sembrada de intrigas, de anticipaciones: unos hechos
que fueron el germen de una ruptura familiar; un desafortunado episodio tras un
viaje a Portugal. Pero, claro, nada aparece con nitidez, con orden: van cayendo
las informaciones, las caracterizaciones de personajes de forma sutil: ”Mientras
se pone crema sin etanol frente al espejo, se fija en que en el lavabo no está
el cepillo de dientes de Julio”.
“Ese
pequeño trozo de tierra seca la deprime. No significa nada, porque lo significa
todo. Odia profundamente ese pequeño trozo de tierra sedienta y estéril y sin
sentido.” Su vida, ¿hay una luz al final?