Buscar este blog

jueves, 21 de mayo de 2020

A corazón abierto





Cuando tu vida se va plagando de ausencias demasiado pronto has de esforzarte por no perder los rostros y las voces en la bruma del recuerdo. Las fotos no bastan. Hay que concentrarse en rescatar del olvido momentos que pueden estar a punto de perderse. Dicen que olvidar es una actividad saludable del cerebro, pero ¿y si uno teme perder lo poco que la memoria conserva?

Ante todo se trata de recuperar el recuerdo de Manuel, su esposa y sus hijos, antes de que el tiempo lo desvanezca todo. Elvira Lindo lo hace apoyada en recuerdos moldeados por la ficción, con una mezcla de impudor y respeto, como dice ella misma.

En esta novela se recrean momentos de la vida de la autora junto a sus padres y hermanos. Todo se centra en la pareja de progenitores, de manera especial en el padre, así como en la niñez y adolescencia de la autora, y secundariamente de sus dos hermanos y su hermana. Adivino una huida a profundizar en el territorio de los hermanos, ya que podría resultar comprometedor. Siente mayor libertad para hablar de los padres y de ella misma.

En los últimos tiempos la literatura española se viene liberando de una suerte de corsé que tradicionalmente ha reprimido la intimidad explícita en sus textos. Hace unos meses yo escribía en este blog sobre Ordesa de Manuel Vilas, ejemplo claro de dicha liberación.

Realmente no sé si esto es solo una cuestión exclusiva de nuestro país: creo que este rechazo a relatar lo más personal no es tanto una cuestión geográfica como individual. Aunque probablemente sea cierto lo que defienden muchos teóricos, que la intimidad en literatura se ha convertido ahora en un género frecuente.

De alguna manera este libro constituye un viaje hacia el interior de cada uno de nosotros, porque podemos recorrer mucha parte de nuestro mundo familiar y emocional mientras leemos estas páginas, y quizás mucho más después de cerrarlas.

Además, detrás de las evocaciones de esta escritora, que ya ha superado los cincuenta, realizamos indudablemente un viaje a la historia reciente de España, así vemos que sus padres crecieron y se forjaron durante la Dictadura y los hijos lo hicieron durante la Transición. Este hecho marca unas diferencias más profundas que las propiamente generacionales. Los lectores que, al igual que la autora, hemos rebasado ya la cincuentena vemos un reflejo de nuestras vidas en lo que se relata.

Constituían una familia de clase media alta representativa del momento, con una madre característica de los cincuenta, o sea, educada para seguir los designios del marido y ocuparse de la casa y de los hijos. Pero también vemos a una madre que se rebela a su manera contra la sumisión, lo que tampoco era raro . Estas situaciones frecuentes entre muchas parejas solían acarrear tensiones que los hijos sufrían porque nadie les explicaba lo que estaba sucediendo. Seguro que muchos desarreglos emocionales de los adultos de hoy encuentran su origen en estos episodios: hay cosas que uno no olvida.

El tiempo que se afana en su labor de aliviar el dolor no cura las heridas, las almacena y las devuelve el día menos pensado.

Esta idea subyacía también en Lluvia fina, de Luis Landero, que se comentaba hace unos meses en este blog.

Manuel y su esposa fueron de aquellos padres que les tocó sufrir el franquismo en la vida de cada día, ellos se habían quedado aquí, no integraban el grupo épico del exilio, era también una cuestión de edad: aprendieron a vivir con la dictadura. La política, sin embargo, no tiene mucha entidad en el libro, porque no la tenía entonces en nuestras casas. Luego la traerían los hijos militando de forma más o menos clandestina en partidos de izquierda.

Esos hijos empezaron a relacionarse con otros jóvenes de manera muy diferente a como lo habían hecho sus progenitores, que asistían asombrados al despegue de la libertad sexual de la que por cierto, de alguna manera, se beneficiaron muchos padres, las madres menos.
 
Fueron padres que no habían realizado estudios superiores, pero que llevaron a sus hijos a la universidad, padres –aunque aquí no fuera el caso - que sufrieron la droga en el cuerpo de sus hijos. Unos padres que aspiraban a una España nueva sin conexión con aquella previa a la guerra.

Muchas vivencias, hechos políticos, detalles cotidianos que viví han emergido con esta lectura, que se cierra en un episodio emocionante.




martes, 12 de mayo de 2020

En la Patagonia




EN LA PATAGONIA es un libro de viajes que rompe con la ortodoxia del género; su autor, BRUCE CHATWIN, no realiza una descripción de un espacio, sino que te adentra y te envuelve en su propio periplo.
Este hombre polifacético nació en Inglaterra en 1940 y murió en Niza, con tan solo 48 años. Los que lo conocieron dicen de él que fascinaba tanto por su aspecto como por su conversación,  y que esta hallaba una prolongación natural en su prosa. Chatwin fue viajero, fabulador, sibarita, excéntrico, caminante incansable, refinado, desgarbado, histriónico. 
Era el experto en impresionismo de Sotherby’s. Viajó a Sudán a recuperarse de ciertos problemas de visión, ocasionados por su trabajo, y a la vuelta se mostró desencantado por el mundo del arte. Inició de manera brillante estudios de arqueología, aunque los dejó pronto. Fue después colaborador del Sunday Times Magazine. Ahí se localizan  sus primeros contactos con la escritura.
Con un simple telegrama: "Me he ido a la Patagonia" cortó su relación laboral. Estuvo en la zona durante seis meses y de ahí surgió este libro, escrito a los 37 años, que se abre de esta manera tan sugerente.
En el comedor de la casa de mi abuela había una vitrina, con un trozo de piel en su interior. Un trozo pequeño, pero grueso y correoso, con mechones de pelo áspero y rojizo.
Desde pequeño se sintió atraído por aquel fragmento de brontosaurio, le dijeron que era. Tardó años en descubrir que el animal era en realidad un milodonte, o perezoso gigante, que se había desarrollado durante la época prehistórica en la Patagonia, conservándose este ejemplar entre sus hielos.
Ese fragmento de piel fue un regalo de boda que su abuela había recibido de su primo, el marino, Charley Milward.
Ella le había prometido que a su muerte sería para el nieto. Pero cuando la anciana falleció y él reclamó su ansiado trofeo su madre le respondió que lo habían arrojado a la basura.
Este libro recoge la narración del viaje realizado a Patagonia siendo ya adulto. ¿Buscaba la estela de Charley Milward? ¿Quería encontrar otro fragmento de piel que sustituyera al perdido? ¿Deseaba volar a nuevos espacios interiores en contacto con aquella legendaria región? Creo que todo a la vez.
Ligero de equipaje recorrió ese territorio mítico. Se movió en transporte público, de paquete en algún camión, como pasajero en el auto de un conocido; a pie, cuando el territorio lo exigía: se fiaba más de sus piernas que de las patas de un caballo, contestó en alguna ocasión.

En capítulos breves el viajero va trazando una ruta perfectamente identificable en el mapa. Viaja hacia el sur desde La Plata. Primero por la zona de la costa atlántica, y después hacia el área patagónica colonizada por galeses, en la frontera con Chile. Vuelve después a la orilla atlántica. Desciende hasta la zona más austral de Sudamérica, atravesó Tierra de Fuego hasta Punta Arenas.
Peregrinó por desiertos, playas, montañas, ríos; moviéndose de Argentina a Chile, porque a veces una región no sabe de divisiones administrativas. Hay descripciones en diferentes cronologías; visitó casas que con el tiempo ya no eran de sus propietarios originales. Soportó frío extremo y calor sofocante, sufriendo siempre el obstinado viento regional.
Dentro de aquellos límites geográficos va trazando su propio mapa humano. Busca el rastro de la primera colonia de galeses en la Patagonia. Encuentra alemanes, escoceses, bóers descendientes de los “afrikaners” más intransigentes, exiliadas rusas que habían huido de Alemania tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, misioneros persas procedentes de la universidad de Teherán. Algunos personajes, como estos, son solo una alusión, a otros los reviste de mayor entidad. Así Su Alteza Real el Príncipe Philippe de Araucania y Patagonia (al que el viajero visitó en su exilio de París), desdendiente del primer rey con ese título: Orélie-Antoine de Tounens, que en 1859 viajó desde Périgueux en Francia hasta la Patagonia persuadido de que los araucanos lo eligirían rey de su nación joven y vigorosa. Seguirían Butch Cassidy y su banda de forajidos, que se desplazaron hacia el hemisferio sur para continuar delinquiendo, y cuyo rastro el viajero fue localizando, siguiendo muchas de sus rutas. El trotamundos también se encuentra con el salesiano Manuel Palacios al que, recluido en la locura senil, poco le quedaba de su hondo conocimiento antropológico sobre Patagonia.
Y ya por fin aparecen las primeras huellas del gran marino Charley Milward, cuyas aventuras en el mar componen una parte del libro. Pero junto a él hay que mencionar a Antonio Soto, un gallego del Ferrol, que conoció a Franco y que encabezó una revuelta anarquista en aquellas tierras; o a Simón Radowitzky, uno de los prisioneros más conocidos del presidio de Ushuaia.
Se menciona a Darwin y a los castores invasores que destruyeron bosques, a los indios que fueron llevados como trofeo a Londres y aquella ocasión en que un marinero perdió la nariz al sonársela a causa del frío extremo y un capítulo lleno de terror que alberga la historia de la secta de los brujos varones…
Constantemente me preguntaba mientras leía sobre la veracidad de lo narrado. ¿Se inventó una parte? Y a quién le importa. 

Es un fabulador natural, que funde en sus relatos saber científico y erudito y, sobre todo, pasión por lo que cuenta.
Realiza sucesivas descripciones vigorosas que devuelven la experiencia vivida a los que han estado allí y que invitan con fuerza a los que nunca fueron. Muchas como esta: Un encaje de ondulados peñascos blancos danzaba en torno del horizonte. La superficie del suelo estaba salpicada de costras chorreantes de color purpúreo.
Llegó por fin a la cueva donde se suponía que Charley Milward había hallado el trozo de piel. Y entonces, vi asomar de un ramo unas hebras de aquel pelo áspero y rojizo que conocía tan bien. Las desprendí cuidadosamente, las deslicé en un sobre y me senté, inmensamente satisfecho. Había logrado el objetivo de aquel ridículo viaje.
—¡La Patagonia! —exclamó—. Es una amante exigente. Te embruja. ¡Es una hechicera! Te atrapa en sus brazos y nunca te suelta.
Así se expresa algún personaje.