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jueves, 28 de noviembre de 2019

La violencia justa


En la formulación del título, La violencia justa, descubrimos cierta paradoja.
¿Puede ser justa la violencia? No, por supuesto que no. La respuesta se te cae de la boca. Pero, ahora piensa que has sido tú el agraviado. Se me ocurren numerosas injusticias que podrían exigir expiación. Tienes en tu mano la posibilidad de “hacer justicia” (o sea de vengarte), ¿cuál sería tu respuesta entonces?
Esta novela te inquieta porque las preguntas que arrastra y las respuestas que te genera se mueven en el terreno, resbaladizo, de lo moral e inmoral.
     Andreu Martín te hace  empatizar con el violento expolicía Alexis Rodón,  porque cuando reacciona con furia, lo hace contra el secuestrador de una pequeña, o contra unos traficantes de niños: crímenes más que despreciables.
Y entonces, surge otra pregunta: ¿se pueden transgredir las normas para ganar en el terreno de los malos? También aquí la respuesta negativa parece estar clara. Sin embargo brota de nuevo la duda: me alegro del triunfo del bien sobre el mal aunque conlleve dureza, sobre todo cuando los muertos son en el papel y están hechos de palabras. Los buenos y los malos, ¿están siempre claras las diferencias entre unos y otros?
El autor sale en defensa de la policía, contándolo todo, lo mejor y lo peor, pues  hay agentes buenos y malos, regulares y nefastos. Considera que el 80% de su actividad es de ayuda social y no de castigo. Se admite la actitud de Rosón porque está fuera de la disciplina policial, ya que fue expulsado del cuerpo, con equidad, pero quizás sin considerar todas las circunstancias.
La trama se divide en capítulos narrados en primera persona, unos por Alexis Rodón y otros por Teresa Olivella, presentados alternativamente. Dos acciones que terminan cruzándose. Solo hay un capítulo al final que rompe con esta tendencia, es el que se identifica como “El operativo”. En él el autor utiliza una técnica narrativa cinematográfica, incluye entre los personajes a una policía estrella que lo sigue todo desde un helicóptero: hoy ha venido sin sus tacones de aguja. El ritmo es excepcional, Andreu Martín es un maestro narrando. Dosifica, entrega los hechos de forma creíble.
Teresa busca a Alexis para, se sospecha pronto, una venganza. Aquí surgen los ecos del cine negro más clásico: Perdición de Billy Wilder, con guion del propio director junto a Raymond Chandler, que adaptan una novela de James M. Cain. Rodón se constituye en el caballero andante que ayuda a las damas en peligro, sin importarle los métodos.
Hay dos tipos de venganza en el libro: la de un criminal que quiere desagraviar a su amigo y la de una mujer que quiere hacer pagar los maltratos de su marido. ¿Hay diferencia? En este mundo se mezcla gente muy distinta, pero ¿son tan distintos sus sentimientos?
Hay sexo, quizás demasiado. Puede que sea una faceta más de lo salvaje del mundo que se refleja aquí.

“Mi planteamiento es que no hay respuestas fáciles ni sencillas ante situaciones complicadas", asegura Andreu Martín. 

domingo, 3 de noviembre de 2019

No cerramos en agosto


NO CERRAMOS EN AGOSTO
Eduard Palomares
Una novela negra en una Barcelona de luz  y sombras.
¿Por qué atrae tanto la novela negra? Quizás sea por la misma razón que la novela realista del XIX embelesaba a su público: la atracción por lo que se sitúa lejos de nuestra vida cotidiana, aunque está ahí, muy cerca de nuestra tranquilidad. Podría ser un caso de voyerismo, o quizás de simple curiosidad.
La novela negra, que crece y se reinventa, retrata un espacio, un estado de cosas;  imita aquel espejo de Stendhal que se paseaba por los caminos recogiendo el reflejo de la vida. Esa era la metáfora con la que el autor francés describía la novela realista. En el caso de No cerramos en agosto los delitos están estrechamente ligados a la Barcelona actual más turbia: la de la gentrificación, la precariedad laboral, los sombríos negocios inmobiliarios o el turismo tóxico. Pero para Eduard Palomares es también la Barcelona más tradicional, la de los bares más clásicos (aparecen muchos), esos del camarero amigo, donde los clientes ven pasar la vida.
De tono amable, hasta tierno; con frecuencia te despierta una sonrisa, aunque también, la cólera ante la codicia y la ambición. Me he encontrado la ironía, a veces algo manoseada: “Suerte que el ayuntamiento ha encendido ya las luces de Navidad para llenarnos a todos de buenos sentimientos.” Este libro se identifica como una novela negra bastante clara.
Jordi Viassolo, el protagonista, empieza su carrera detectivesca. Es un pardillo que se va a apoyar en el curtido Recasens, el del colmillo retorcido. Colaboran con los mossos en la persecución del crimen (una situación ideal, aunque quizás no sea lo frecuente). Se distingue bien a los más mayores de ambos cuerpos como más experimentados, más cultos; frente a los jóvenes que aún se muestran bisoños y con menos conocimientos. Quizás sea una cuestión de la educación recibida, una más tradicional y otra más moderna; con las peculiaridades de cada una.
El autor rinde homenaje a los grandes autores del tema policiaco,  a Vázquez Montalbán, el primero. Sin embargo se ha alejado con su Viassolo del estereotipo de investigador más clásico. A su detective no le falta deseo de hacer bien las cosas, aunque le falta empuje, pero ahí está Layla para tirar de él. Entre los dos hay unos sentimientos, congelados, que solo necesitan una pequeña candela para ser una hoguera.
Una Barcelona infestada de turistas y asfixiada por la especulación y la precariedad laboral. Leo en un artículo de Laura Fernández en El País. En contraposición escribe Eduard Palomares al final de la novela, cuando ya ha solucionado el caso: “Así es Barcelona, te pone las cosas difíciles pero luego te regala una agradable madrugada en pleno diciembre.”