NO CERRAMOS EN AGOSTO
Eduard Palomares
Una novela negra en una Barcelona de luz y sombras.
¿Por qué atrae tanto la novela negra? Quizás sea por la misma razón que la novela realista
del XIX embelesaba a su público: la atracción por lo que se sitúa lejos de
nuestra vida cotidiana, aunque está ahí, muy cerca de nuestra tranquilidad. Podría
ser un caso de voyerismo, o quizás de simple curiosidad.
La novela negra, que crece y se reinventa, retrata
un espacio, un estado de cosas; imita
aquel espejo de Stendhal que se paseaba por los caminos recogiendo el reflejo
de la vida. Esa era la metáfora con la que el autor francés describía la novela realista. En el caso de No cerramos en agosto los delitos están
estrechamente ligados a la Barcelona
actual más turbia: la de la gentrificación, la precariedad laboral, los sombríos
negocios inmobiliarios o el turismo tóxico. Pero para Eduard Palomares es
también la Barcelona más tradicional, la de los bares más clásicos (aparecen
muchos), esos del camarero amigo, donde los clientes ven pasar la vida.
De tono amable, hasta tierno; con
frecuencia te despierta una sonrisa, aunque también, la cólera ante la codicia
y la ambición. Me he encontrado la ironía, a veces algo manoseada: “Suerte que
el ayuntamiento ha encendido ya las luces de Navidad para llenarnos a todos de
buenos sentimientos.” Este libro se identifica como una novela negra bastante
clara.
Jordi Viassolo, el protagonista, empieza su carrera detectivesca. Es un pardillo que se va a apoyar en el curtido
Recasens, el del colmillo retorcido. Colaboran
con los mossos en la persecución del
crimen (una situación ideal, aunque quizás no sea lo frecuente). Se distingue
bien a los más mayores de ambos cuerpos como más experimentados, más cultos;
frente a los jóvenes que aún se muestran bisoños y con menos conocimientos. Quizás
sea una cuestión de la educación recibida, una más tradicional y otra más
moderna; con las peculiaridades de cada una.
El autor rinde
homenaje a los grandes autores del tema policiaco, a Vázquez Montalbán, el primero. Sin embargo
se ha alejado con su Viassolo del estereotipo de investigador más clásico. A su
detective no le falta deseo de hacer bien las cosas, aunque le falta empuje,
pero ahí está Layla para tirar de él. Entre los dos hay unos sentimientos,
congelados, que solo necesitan una pequeña candela para ser una hoguera.
Una Barcelona infestada de turistas y asfixiada por la especulación y la
precariedad laboral. Leo en un artículo de
Laura Fernández en El País. En contraposición escribe Eduard Palomares al final
de la novela, cuando ya ha solucionado el caso: “Así es Barcelona, te pone
las cosas difíciles pero luego te regala una agradable madrugada en pleno
diciembre.”
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