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domingo, 3 de noviembre de 2019

No cerramos en agosto


NO CERRAMOS EN AGOSTO
Eduard Palomares
Una novela negra en una Barcelona de luz  y sombras.
¿Por qué atrae tanto la novela negra? Quizás sea por la misma razón que la novela realista del XIX embelesaba a su público: la atracción por lo que se sitúa lejos de nuestra vida cotidiana, aunque está ahí, muy cerca de nuestra tranquilidad. Podría ser un caso de voyerismo, o quizás de simple curiosidad.
La novela negra, que crece y se reinventa, retrata un espacio, un estado de cosas;  imita aquel espejo de Stendhal que se paseaba por los caminos recogiendo el reflejo de la vida. Esa era la metáfora con la que el autor francés describía la novela realista. En el caso de No cerramos en agosto los delitos están estrechamente ligados a la Barcelona actual más turbia: la de la gentrificación, la precariedad laboral, los sombríos negocios inmobiliarios o el turismo tóxico. Pero para Eduard Palomares es también la Barcelona más tradicional, la de los bares más clásicos (aparecen muchos), esos del camarero amigo, donde los clientes ven pasar la vida.
De tono amable, hasta tierno; con frecuencia te despierta una sonrisa, aunque también, la cólera ante la codicia y la ambición. Me he encontrado la ironía, a veces algo manoseada: “Suerte que el ayuntamiento ha encendido ya las luces de Navidad para llenarnos a todos de buenos sentimientos.” Este libro se identifica como una novela negra bastante clara.
Jordi Viassolo, el protagonista, empieza su carrera detectivesca. Es un pardillo que se va a apoyar en el curtido Recasens, el del colmillo retorcido. Colaboran con los mossos en la persecución del crimen (una situación ideal, aunque quizás no sea lo frecuente). Se distingue bien a los más mayores de ambos cuerpos como más experimentados, más cultos; frente a los jóvenes que aún se muestran bisoños y con menos conocimientos. Quizás sea una cuestión de la educación recibida, una más tradicional y otra más moderna; con las peculiaridades de cada una.
El autor rinde homenaje a los grandes autores del tema policiaco,  a Vázquez Montalbán, el primero. Sin embargo se ha alejado con su Viassolo del estereotipo de investigador más clásico. A su detective no le falta deseo de hacer bien las cosas, aunque le falta empuje, pero ahí está Layla para tirar de él. Entre los dos hay unos sentimientos, congelados, que solo necesitan una pequeña candela para ser una hoguera.
Una Barcelona infestada de turistas y asfixiada por la especulación y la precariedad laboral. Leo en un artículo de Laura Fernández en El País. En contraposición escribe Eduard Palomares al final de la novela, cuando ya ha solucionado el caso: “Así es Barcelona, te pone las cosas difíciles pero luego te regala una agradable madrugada en pleno diciembre.”



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