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sábado, 24 de septiembre de 2022

Purgatorio


¿Qué hacer cuando ves a la hija del hombre al que asesinaste sentarse ajena en una mesa de tu restaurante?

¿Qué hacer cuando sientes que la doctrina por la que mataste se asentaba sobre tierras movedizas?

El alma se te llena de vergüenza, de culpa, de escepticismo; de desaliento.

Si empezaba a escribir, seguramente pasaría el resto de su vida en la cárcel. Cerró los ojos y volvió a pensarlo por última vez, apretando fuerte el bolígrafo con la mano derecha. Si confesaba, estaría redactando su propia sentencia […].”

Pero Josu Etxebeste está completamente decidido a confesar, necesita liberarse del peso que le ha aprisionado el pecho durante años.

Etxebeste es hoy el propietario de un afamado local en las afueras de Irún. Hace 35 años era Poeta y, junto a su compañero de comando Beltza, secuestraron a Imanol Azkarate en nombre de la Organización. Fue él el que entretuvo su tiempo hablando con el detenido durante aquellos días, fue él también quien apretó el gatillo. Su primera y su última vecindad con una muerte. Después, toda su vinculación con el grupo terrorista se secó.

La policía jamás resolvió el caso.

Ahora se disponía a revelarlo todo, pero consideraba que no debía ser el único en admitir su culpa, tanto sus colegas como el policía que lo torturó en jefatura  deberían también dar un paso al frente. Quiere moverlos para que hablen de lo que pasó, puede. Tiene pruebas.

Envía tres cartas que van a provocar un terremoto emocional en los destinatarios y en los lectores.

Pero sus compañeros seguro que no iban a admitir gustosos la culpa. Ellos ahora disfrutaban de una holgada posición social, personal y económica; no podían permitir que alguien arruinara sus logros. El policía encargado de la investigación estaría dispuesto a reabrir el caso, aunque eso supusiera su reprobación, con tal de poder resolverlo, para él era un desafío. Eso  arrastraría que la institución policial admitiera que en las comisarías se infligían duros castigos inútiles. No lo harían, supondría su descrédito.  “Perseguimos a los malos. Los malos no pueden ganar. Nunca.” Así se expresa un alto dirigente del cuerpo.

Una trama negra bien montada está servida.

Porque esta novela sería un thriller si no fuera porque se sabe que Jon Sistiaga habla de ETA –aunque las siglas jamás aparezcan en el libro-. No podemos ver solo una trama policiaca, porque estuvimos durante demasiados años sumidos en el espanto del terror.

Las reflexiones sobre el conflicto sobrevuelan todo el texto y despiertan reacciones muy pasionales en los lectores. Es difícil evitar sentirse interpelado.

Jon Sistiaga conoce bien las circunstancias reales que rodean estos hechos porque es periodista y porque es vasco. Como profesional ha cubierto noticias en distintos países relacionadas con el terrorismo –semejante, según él, en todas las latitudes- . Seguro que es grande su experiencia, pero en lo que se refiere a Euskadi, sin embargo, es inevitable que su veteranía se entrelace con su piel.

En sus consideraciones se enreda demasiado en lo que cuenta, se le nota el dolor que le late, se palpan demasiado sus rechazos y sus afinidades.

Probablemente no haya querido evitarlo.

Revela un claro repudio a los ideólogos del grupo terrorista que empujaban al abismo a jóvenes idealistas e influenciables. A veces se revuelve contra aquellos que se pusieron de perfil. Es un reproche algo injusto, no debió ser fácil vivir todo aquello.

Aun hoy, varios años después de la disolución de la banda terrorista, el daño no se ha reparado del todo, se ha acallado solamente. Se necesita más tiempo e indulgencia. Jon Sistiaga con su novela viene a escarbar red en todo aquello, saca al papel su verdad –que seguro que no es la única-. Los lectores dejarán que la suya brote también.

Sin separarse del periodista se ha convertido en creador de ficción para poder recorrer todos los rincones del conflicto. Hay verdades que flotan en el aire, verdades que todos conocen pero que nadie admite conocer. La novela le permite llegar donde la investigación periodística no le deja.

En la estructura se combina la actualidad con el pasado. La mayoría de la acción transcurre en el momento presente, son apenas dos semanas. Pero hay cuatro capítulos que se adentran en el secuestro, lo muestra en los detalles más cotidianos y en los de mayor carga filosófica.

Sistiaga esparce algunas estampas costumbristas como el aspecto de un zulo o aquel experto albañil que los bordaba. La vida en las cárceles; la vuelta de los presos, con bienvenida, pero sin pensión, porque no han cotizado en todos los años de cautiverio… La memoria debe hacerse también con las pequeñas cosas.

El libro está salpicado por la dualidad, se tocan las dos orillas del terrorismo: nosotros y vosotros; aquí y allí; en un lado se llama “secuestro” y en el otro “la forma de recuperar la justa plusvalía que esos explotadores debían reintegrar a la clase trabajadora vasca”. Fluyen dos formas de concebir el papel de la religión o de la policía; dos maneras de ver la lucha armada.

Drogas, machismo, homosexualidad, trato de favor, guerra sucia. Difícil de digerir.

En un momento del tiempo que pasaron juntos Josu y Azkarate, el primero coge la cuartilla en la que el secuestrado esboza una figura. El dibujo representa a un hombre, probablemente el propio Imanol, sentado en el suelo y apoyado en una pared. La figura, negra como una sombra, tiene la cabeza bajada y escondida entre las piernas. Imanol no ha dibujado nada más, solo tres rayas para representar la pared. El dibujo, tosco y sencillo, transmite soledad y desamparo. Quizá injusticia, piensa Josu para sí mismo.

—¿Te digo lo que me provoca este dibujo, Imanol?

—Dime —contesta Azkarate, curioso.

—¿Sinceramente? Joder, pues que podría ser cualquiera de nosotros en un cuartelillo de la Guardia Civil después de una buena tanda de hostias. —Ya, pero no.

Ya. Eres tú. Y nosotros te estamos haciendo lo mismo. ¿A que sí?



 

domingo, 11 de septiembre de 2022

Vera

 


El responsable de esta nueva editorial, Trotalibros, asegura en su web que pretenden recuperar obras fundamentales de la literatura universal “injustamente olvidadas”. Vera es una de esas novelas inmerecidamente desdeñadas por la historia.

En esta edición se apuesta por subrayar la labor de la traducción. En las primeras páginas aparece una semblanza biográfica de Claudia Gispert Codina, que ha hecho un gran trabajo al verter el texto al español.

Más habitual en nuestras lecturas es la presencia de datos sobre la vida de los autores. Elizabeth von Arnim (1866-1941), australiana afincada en Inglaterra,  no fue muy afortunada en sus relaciones sentimentales, la escritura se convirtió en su refugio. Del fracaso de su segundo matrimonio surgió Vera.

El libro es un trabajo intenso que se convierte en una queja profunda sobre una situación frecuente en su tiempo; las parejas desiguales con maridos prepotentes y mujeres anuladas.

Las grandes mansiones acallaban entre sus ladrillos estas condiciones de vida. Era un tema delicado que llevó a la autora, hace cien años, a sacar el libro como anónimo.

Elizabeth von Arnim aborda la situación social desde el sarcasmo, con cierto humor, un vehículo más eficaz para la denuncia,  la reflexión, el pensamiento crítico, la conmoción, quizás, del lector.

Cuando comienza el libro, la protagonista, Lucy, en la veintena, acaba de perder a su padre de manera repentina. Había sido su única compañía y ahora la dejaba desamparada y sola. Mientras allá dentro preparaban el cadáver, ella se encuentra fuera de la casa “como una estatua de mármol” dice el libro- apoyando sus manos sobre la valla, sin ver ni oír lo que se mueve a su alrededor.

Al lado, sin que ella se percate, pasará el señor Wemyss, unos cuarenta años, enlutado, martirizado por la ansiedad, desesperado porque los preceptos sociales le obligan a permanecer alejado de su entorno más confortable y próximo; sin permiso para hablar con  nadie, en la más desesperante soledad, después de la inesperada muerte de su esposa.

Se atrevió a pedirle un vaso de agua a aquella joven desconocida por hablar con algún ser humano.

Pareció despertarla, dio vida a la piedra.

Hermanados en el infortunio, el desconocido encontró en el duelo común el ojo de la aguja por el que colarse en la vida de la joven.

Ahora que el padre había desaparecido, sería él quien pensaría por ella.

 “La miró durante un momento mientras ella le devolvía la mirada y, entonces, posó sus manos grandes y cálidas sobre esas otras, heladas, que se apoyaban en la barra superior de la verja […]. Luego, cubriendo aún las manos de ella con una de las suyas, abrió la verja con la otra y entró.”

Entró en la vida de Lucy decidido a no volver a salir jamás.

Wemyss es consciente de tener el mando en su mano; Lucy, junto a aquel desconocido, siente: “la agradable sensación de estar a salvo, protegida”. Reconoce alguna diferencia respecto a lo que sucedía antes: con su padre tenía que pensar con Everard es solo dejarse llevar.

Dos personalidades diferentes las de estos dos hombres, dos yugos distintos sobre Lucy.  

Wemyss despliega sus alas, su sombra se va dilatando sobre la pequeña Lucy, cada vez más reducida.

Elizabeth von Arnim refleja en su escritura los pensamientos de Lucy, en ellos se esconden la desconfianza, el recelo y hasta los miedos, que le llueven desde el ciclón que es Wemyss. Pero enseguida la chica aparta de su ánimo esos sentimientos negativos, él le ha hecho creer que tiene la llave de la verdad. Cuando ella se ve dudar, comprende que está sumida en el error.

El viudo tiene prisa, la chica sustituirá a su anterior esposa, remplazará a Vera. Él nunca había conocido el dolor, siempre ha evitado preocuparse, no ha consentido en ningún momento que la duda lo desasosegara, jamás había reprimido un deseo. Un  retrato hiperbólico, brota el impacto en el que lee.

No resulta sencillo oponerse a los deseos de Everard Wemyss. Cuando ya tiene sus planes de boda perfectamente pergeñados, se los comunica a Lucy, que obedece dócil, apartando las dudas a manotazos.

“Lucy descubrió que el matrimonio era distinto de lo que ella había imaginado.”

A partir de la boda se abre una especie de segunda etapa. El viaje de boda se le hizo amargo a Lucy que empezó a comprender que la comunicación con su esposo no iba a ser fácil, que su papel iba a ser solo el de acatar órdenes.

Tras la luna de miel todo estaba previsto para pasar el cumpleaños del marido en la segunda vivienda, la casa donde murió Vera.

Pobre Lucy, la muerta pasa por delante de ella, ella allí es solo una extraña. Vera hasta le ha arrebatado el honor de titular la obra con su nombre.

Pero el fantasma de Vera no es una sombra que empañe su felicidad, como dice de forma poco cierta la faja que acompaña el libro. Incluso en algún momento es la única capaz de comprenderla.

Vera sonríe levemente desde un enorme cuadro que preside el comedor. La vamos conociendo. Comprendemos.

No reconozco la atmósfera asfixiante que se denuncia, más siento rabia e incredulidad al pasar las páginas. A Lucy solo le habían enseñado sumisión y obediencia.

El marido ahoga toda la ilusión de la recién casada: lo controla todo, amo y señor, caprichoso y déspota. El comportamiento con el servicio, su manera de dirigir esta casa y la de Londres es patológico. El gong escandaloso, el piano con botines, y más, son notas de humor que alivian la opresión que transmite esta forma de vida.

Nos encontraremos un final abierto, a partir del último capítulo una nueva parte se va a desvelar, seremos nosotros los que la compondremos reuniendo todos los detalles que la lectura nos ha dejado, porque esta es una lectura que permanece una vez que cierras el libro.