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jueves, 24 de octubre de 2019

Pequeño país



PEQUEÑO PAÍS. Salamandra 2018
Gaël Faye
¿Los Hutus?, ¿los Tutsis?; apenas un lejano recuerdo de aquellos terribles enfrentamientos que nos sobrecogieron a todos en 1994 en Ruanda (11.000 muertos al día, 470 a la hora). Pequeño país me los ha acercado desde la mirada de un niño, Gabi, que los vivió de cerca. El protagonista nació en Burundi y allí vivió su infancia. Una niñez demasiado parecida a la de muchos de nosotros, a pesar de las distancias.
Gabi es en cierta manera el alter ego del autor de la novela, el cantante de rap francés Gaël Faye, hijo como aquel de francés y ruandesa, nacido también en Burundi.
Gabi huyó de la guerra que veía aproximarse en su país natal tras el conflicto de Ruanda. Ya ha sobrepasado la treintena y ahora vive en Francia. Una duda y una obsesión: volver a su lugar de nacimiento. Algo le llama desde allí porque no sabe bien de dónde es; ha crecido entre dos mundos.
Gabi nos transporta con palabras a su primera adolescencia en Buyumbura: la escuela, como aquí; los amigos, como aquí; la familia, como aquí; la guerra, tan distinta. En una ocasión, con su padre, hablaban sobre las causas de los enfrentamientos entre Hutus y Tutsis. No era una cuestión de territorios, ni de lengua, ni de religión; era por –aseguraba el padre- el tamaño de la nariz, los unos tenían una nariz ganchuda y los otros chata.
El mestizaje del autor legitima su discurso: “Mi mestizaje fue un motivo de desarraigo durante mucho tiempo. Ahora intento convertirlo en una riqueza”, asegura Faye, que se muestra contenido en su relato, no cae en la desmesura o el barroquismo: toma prestados los ojos del niño.
Hay una literatura que nos zarandea, que nos interpela y descubre realidades que a veces pueden resultar lejanas en el espacio, pero que están ahí, vividas por personas como nosotros, aunque con fisonomías diferentes.
Gabi recurría a los libros para escapar a todo aquel horror. Así se lo había enseñado su vecina, dueña de esa enorme biblioteca que Gabi devoraba día tras día, cuando la situación no le permitía salir a la calle, a su calle.
-       ¿Ha leído usted todos estos libros? Le pregunté.
-       Sí. Algunos varias veces, incluso. Son los grandes amores de mi vida. Me hacen reír, llorar, dudar, pensar. Me permiten volar. Me han cambiado, han hecho de mí otra persona.
-       ¿Un libro puede cambiarnos?
-       Por supuesto, ¡un libro puede cambiarte! E incluso puede cambiar tu vida. Como el rayo. Y no se sabe dónde tendrá lugar el encuentro.

sábado, 12 de octubre de 2019

Pelea de gallos


2018
María Fernanda Ampuero. Ecuador. 1976
La literatura es mi vehículo para gritar, aseguraba la autora en la prensa recientemente.

En Pelea de gallos María Fernanda Ampuero nos lanza a la cara una realidad que duele, y ante la que el lector no se va a quedar indiferente. La autora busca que nos despertemos, que reaccionemos ante el abuso de poder, el abuso de fuerza, la hipocresía social, el clasismo, la superchería, el machismo, el desprecio del diferente…

Ha dado voz a los que casi nunca tienen voz. Ha rebuscado entre los escombros vivenciales que tenemos más cerca. Y ha encontrado muchos pedazos de almas.

La autora ecuatoriana descubre detrás de un mundo de luz las sombras más negras. Al leer comprendemos que hay que abrir puertas y ventanas para que entre el aire y se lleve las miasmas.

“Uno ve gente  y no sabe lo que ha pasado detrás de la puerta de su casa.” Leemos en uno de los cuentos.

Una escritura certera, donde nada sobra, donde sentimos la fuerza de esta mujer reivindicativa.

13 cuentos.
¿Hasta dónde tiene que llegar una mujer para impedir que la vendan a unos depredadores sexuales?
¿Qué brazos cobijarán a esas niñas que nunca tienen a sus padres con ellas, él porque trabaja, ella porque se pasa el día fuera jugando naipes?
Debajo de una tarta de cumpleaños con la cara de Mickey se puede esconder todo el dolor de un alma herida  y toda la hipocresía de un vecindario.
Un pobre monstruo abrasado por el napalm y una pobre niña abrasada por un amor a otra niña.
¿Cómo puede la familia preocuparse tanto del alimento físico y tan poco del espiritual?
Se cierra la persiana, hay que ocultar a los niños que buscan el amor donde pueden, porque no lo encuentran en donde debe estar.
¿Puede la superstición acallar pobres conciencias?
Una mujer despreciada, tratada como un perro, por un embaucador de conciencias.
“Nos quedamos solas, hermana mía, más que solas: sin un hombre en casa, y tendríamos que estar tiritando como cachorros de perra muerta”. Pero lo mejor es que no lo están, por primera vez dirigen sus vidas.
Ali murió dos veces: la primera fue lenta, mientras su padre abusaba cruelmente de ella.
El chismorreo: “(…) no hablar de los demás significa tener que hablar de una misma(…)”.
¿Hasta dónde puede llevarte la soledad en un paraíso?
Y…

Un grito de SE ACABÓ  en el último cuento. Un grito de esperanza.