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jueves, 19 de noviembre de 2020

Entre dos palacios


“Se despertó a medianoche, como solía hacerlo siempre en ese preciso momento, sin necesidad de despertador ni nada parecido, tan sólo influida por el ansia que la obligaba a salir del sueño cada madrugada con puntualidad.”

Este es el comienzo de Entre dos palacios. ¿Quién es esta mujer? ¿Por qué tiene que despertarse a media noche cada día? ¿Qué tarea la reclama?

Se trata de Amina es la madre de una familia de cinco hijos; una familia musulmana y acomodada. Se levanta cada día a esta hora porque tiene que atender a su marido, tiene que servir al señor de la casa, que a esa hora vuelve de la juerga de cada noche. A los dos les parece normal que ella tenga que desvelarse para iluminarle el camino de acceso hasta su habitación, para recogerle la ropa, para ayudarlo con los preparativos del descanso,  para llevarle una palangana de agua caliente con la que alivie sus pies… Estamos en El Cairo, corren los años 1917, 18 y 19. A ella le importa poco el año, ella vive en su propio calendario: antiguo, indefinido, el de la tradición, el que le marcaron. En el que la mujer es la esclava del marido, de los hijos, de la casa.

La mente del lector puede volar a otros lugares, a otros momentos –no demasiado lejanos-. Esto le puede recordar actitudes y modos de vida, de los que ha podido ser testigo o de los que ha podido oír hablar. Con otros matices culturales España han sufrido esa misma filosofía de vida, la del servilismo en la mujer, que muchas llevaron y algunas llevan aún cosido a la piel.

Por otro lado la novela desde el comienzo se balancea entre lo interior y lo exterior. Ella se encuentra dentro, en la casa, su dominio, el femenino; él, fuera, en la calle, en el suyo, el masculino.

Así, los espacios del relato se distribuyen por sexos. Ellas, la madre y las dos hijas casaderas, se encuentran encerradas entre los muros de la casa, ven el exterior a través de las celosías, lo de fuera les está velado y vedado; tienen una visión distorsionada de la realidad, a veces incluso ridícula. Les han hecho creer que les faltan capacidades para comprender lo que está más allá de las paredes que las contienen. Ellos, el padre y los tres hijos, salen de la casa a su antojo,  y ahí tienen sus actividades profesionales y de estudio; de rezo; de esparcimiento, más o menos lícito, pero tolerado.

Las circunstancias sociopolíticas adquieren un relieve importante en la narración, van a empapar su final. Se enseñorean en la casa, avanzada la novela, de la mano de los hombres, porque ellas viven ajenas a todo lo que está al otro lado de la puerta. Tras el armisticio y la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, los ingleses afianzan su poder en Egipto, provocando el descontento y la agitación en las calles y en el alma del pueblo egipcio.

Naguib Mahfuz, el autor, dibuja la casa con todos sus rincones; la vida de cada día, hora a hora; las comidas; las ocupaciones, muy distintas, de los hombres y las mujeres del clan. El ocio entre ellos y ellas. Bodas, accidentes, nacimientos, infidelidades, desgracias, celos, deseos, inflexibilidad. Todos estos eventos siembran el relato y van tirando del hilo narrativo que nunca decae.                                       

También en los propios personajes se distinguen esas dos magnitudes: interior y exterior. Lo que dejan ver es su exterior, lo que callan es el interior. Y callan,  todos callan, y cada uno tiene sus razones: por una especie de superstición religiosa, por miedo a la arbitraria autoridad paterna, por acatamiento de costumbres atávicas y patriarcales. Todos viven (y así se muestran en el libro) como en un escenario, representando el papel que se supone que se ha escrito para ellos. Pero Naguib Mahfuz nos muestra sus pensamientos y sus almas, en una especie de monólogo interior, donde sus criaturas se desnudan ante el lector. Como nosotros tienen miedo, tienen fallos, se debaten, esconden lo que les duele, son mezquinos, desean y aman a quién no deben…Todos esos debate los hacen creíbles y hacen creíble la historia que se cuenta en Entre dos palacios.                                                              

“Una vez, en su primer año de convivencia, [ahora ya lleva 25 años confinada en la casa del esposo, saliendo solo cuando él lo autoriza] se le había ocurrido manifestar una especie de protesta educada ante su continuo trasnochar. Como respuesta él la cogió por las orejas y le dijo elevando la voz en tono tajante: «Yo soy un hombre, el señor absoluto, y no acepto ninguna observación sobre mi conducta. Lo único que tú tienes que hacer es obedecerme, y ten cuidado, no me obligues a corregirte».”

Aunque sabes que es una novela, aunque sabes que se refiere a una época ya lejana, aunque no ignoras que Egipto queda lejos, es difícil no sentir rabia cuando lees esto.