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miércoles, 30 de marzo de 2022

Ethan Frome


“Llegué a saber lo ocurrido en varias etapas, de la boca de diferentes personas y, como suele pasar en estos casos, con sucesivos cambios en el relato cada vez que me lo contaban”. Un comienzo sabroso, que crea expectación.

La autora copia la vida en su relato, esa es la manera que tenemos de atrapar los eventos que nos rodean en nuestro vivir; nunca los capturamos enteros; siempre recibimos fragmentos, briznas, que nosotros reconstruimos, remodelamos, con nuestra rúbrica.

Para llegar hasta "lo ocurrido", el narrador amalgama diferentes relatos que proceden de distintos testigos. No todos cuentan con el mismo grado de conocimiento, alguno posee una noción muy cercana a los hechos y se resiste a desvelarlos, por lo delicado de la situación.

Se aviva en nosotros el deseo de saber qué sucedió.  

Quien sufrió ese accidente fue Ethan Frome: ¡Se diría que ahora mismo ya está muerto y en el infierno!” Arrastra la vida por Starkfield, un pueblo inventado que se ubica en Massachusetts. El significado de la palabra en inglés es significativo “campo inhóspito, frío, riguroso”. Allí el invierno dura seis meses, unas temperaturas que estancan el ritmo de la vida, que lo convierten todo en hielo durante demasiado tiempo.

A veces fijamos la atención sobre las mujeres a las que el entorno familiar, y la sociedad, les dirigió -les dirige- la vida matando sus anhelos. Pero ¿y esos hombres que se vieron –se ven- obligados a dejar sus sueños aplastados por las circunstancias que les tocó vivir? ¿Es flaqueza, como muchas veces parecen decirnos las costumbres? Sería simplista una respuesta afirmativa, en ocasiones no es sencillo romper con la ola que te arrastra.

Ethan Frome es como el albatros, unas alas de gigante le traban el caminar.

En su caso el deber de hacerse cargo de su familia, a la muerte de su padre, lo arrastró de vuelta hasta Starkfield desde Florida, y en la ciudad de Massachusets el hielo congeló su impulso.

Debería haber luchado, pero ¿cómo reprochárselo? Fueron las circunstancias, una manta de nieve lo aprisionó.

Los muertos familiares parecían burlarse desde sus tumbas ante sus deseos de marcharse. “Nosotros jamás nos fuimos, ¿por qué tendrías que marcharte tú?”

El lector, sin embargo, quiere gritarle a Ethan que no se rinda, que busque su camino, que acalle a todos esos difuntos.

El narrador, poco sabemos de él, ha sido enviado por sus jefes hasta aquí para trabajar en una central eléctrica próxima. Coincide cada día con Frome en el edificio de correos, recoge el periódico y algún paquete para su esposa. Siempre se distinguía en la etiqueta que procedía de algún fabricante de específicos farmacéuticos.

“Había en su rostro un algo desolado e inabordable, y además se movía con tanta rigidez y tenía el pelo tan canoso que lo tomé por un anciano y me sorprendió averiguar que no pasaba de los cincuenta y dos años. […] –Tiene ese aspecto desde que se estrelló; y de eso hará veinticuatro años en febrero […]”.

Todavía hoy  acarrea secuelas en su cuerpo, y en su alma. 

La novelista analiza las emociones de este hombre, consigue atrapar su esencia; nos la sirve con palabras matizadas, con imágenes muy acertadas.

Todo el que tenía dos dedos de frente abandonaba Starkfield, ¿por qué no se va Frome? Edith Warthon sabe bien mantener la tensión narrativa. Nuestra curiosidad no hace más que crecer.

La casualidad quiere que el habitual transporte hacia la estación de trenes que disfruta el narrador le fallara, y es Ethan Frome el que le ayudará. Aunque no hablen mucho el viaje en trineo se presta a alguna confidencia. Una tormenta de nieve obliga al empleado de la eléctrica a pasar la noche en casa de Frome. Cuando llegan hasta allí se abre un paréntesis en la narración, y nos adentramos en todo lo que sucedió, en desvelar las particularidades de la familia y de sus relaciones.

Esa noche descubrió al verdadero Frome: tenía un alma cubierta de escarcha, con mucho fuego dentro.

Esa noche descubrió a dos mujeres de aquella familia, dos opuestos: Zeena, una respiración asmática; Mattie, un puro resplandor. Aunque quizás Mattie jugaba su papel, no tenía donde ir.

La escritora juega con nosotros y nos muestra falsos caminos para ocultarnos el verdadero final.

La historia va creciendo como un fuego, como una bola de nieve, como ambos.

Tras cerrarse el paréntesis, el final del libro, absolutamente sorprendente, se nos cae encima como una losa.




lunes, 21 de marzo de 2022

Los extraños

 


¿Nos enfrenta Jon Bilbao con lo que no queremos ver? ¿Cerramos los ojos ante la circunstancia de que somos extraños entre extraños? 

En la novela lo insólito se entremezcla con lo cotidiano y llena de perturbación la lectura.

Jon trabaja en la casa de su infancia en Ribadesella. Ahora que sus padres están en Canarias pasando la temporada invernal,  ha aprovechado con Katharina para instalarse en el domicilio de la familia. Allí trabajan los dos, él con más determinación que ella, la verdad. Traducen.

Lorena ayuda en la casa con las tareas domésticas, como ha venido haciendo desde que Jon era pequeño.

En las primeras páginas Katharina, aburrida, escucha el tecleo del ordenador de Jon,  espera a escuchar el ciclomotor de Lorena, alejándose de la casa, para salir de la habitación de la pareja y dirigirse a la cocina. Allí inspecciona  la comida que les ha dejado preparada y se entretiene luego en tirar a la basura todos los restos de alimentos, que dormían en platos, dentro del frigorífico, bajo el papel de aluminio.

El día se le hace tedioso. Le dice a Jon que va al super, aunque no haga mucha falta.

¿Una historia de pareja? Sí, en cierta medida, pero desde luego el contenido no es fácil de clasificar. Se hace difícil prever qué puede suceder en esta historia de Jon Bilbao.

Esa noche cuando han terminado de cenar y están en el salón el cielo de Ribadesella se llena de luces.No parpadean, como las luces de posición de los aviones.” Definen el contorno de tres objetos, imposible estimar las dimensiones, ni la distancia a la que se encuentran.

Después de este suceso extraordinario, que llena de ufólogos las playas, vendrán otros más, de distinta naturaleza, es cierto.

Por la mañana se presenta una pareja ante la verja de la casa, él se identifica como un primo de Chile. Sutilmente el autor hace que sintamos cierto recelo hacia los nuevos llegados.  Jon no lo conoce, pero por teléfono sus padres le piden que lo acoja en casa y le expresan cuánto lamentan no estar ahí para abrazarlo. Se instalan en el piso de abajo.

A partir de ahora lo sorpresivo se adueña del texto. Es como si tomáramos una cucharada de un guiso donde se han colado unos granos de pimienta, que se rompen en la boca incómodos y con un sabor vigoroso, desabrido.

La historia se llena de preguntas que no tienen respuesta, quedan muchos flecos al viento. Quizás hay alguno de más. Todo esto favorece la inquietud que va creciendo en el lector, cuando no ve conclusiones.

Pero asombra menos cuando uno se da cuenta de que en la vida sucede eso mismo muchas veces: puertas que se abren en el vacío o dan a pasillos largos e inconcretos.

Esta novela, de manera distinta al planteamiento más clásico, es un trasunto de la vida.

Los extraños es un espejismo del que gotea la realidad. Alarmante por momentos, precisamente por lo mucho que se asemeja a lo que vivimos. Mérito de los personajes y de la fábula que crea este escritor. La zozobra fluye desde los personajes hasta los que estamos fuera.

El libro de Jon Bilbao se encuentra sembrado de extraños. ¿No lo son el uno para el otro Jon y Katharina? ¿o esos primos lejanos forasteros? ¿acaso no son dos desconocidos Lorena y su marido?

¿No nos sentimos a veces nosotros mismos como extraños frente a los más cercanos? ¿No sentimos en ocasiones el vértigo de no saber bien cómo están o qué necesitan?¿No creamos extraños cuando decimos algo sin conseguir que los demás lo entiendan, cuando no hay fluidez en la comunicación?

El valor de Los extraños radica en que interpela al lector, la novela ya no es aquel reflejo que se captaba cuando se paseabasun espejo por un camino.


viernes, 11 de marzo de 2022

Los abismos

 


Este libro está construido con mucho fondo, son rincones que la autora ilumina poco a poco alimentando la tensión narrativa. Este libro contiene un lamento por esas mujeres a las que les rompieron las alas.

Claudia, una adulta de la que no sabemos nada, se instala en la niña que fue a los ocho años y nos presta sus ojos infantiles para darnos a conocer a su familia. El relato cubre unos pocos meses y son suficientes para ahondar en la vida de una mujer a la que vetaron los caminos vitales que ella hubiera transitado. La sociedad del momento decretaba que fueran los maridos y los padres los que dirigieran las trayectorias biográficas femeninas.

Pilar Quintana ha creado una voz narrativa infantil que suena perfecta. La ingenuidad de la pequeña levanta el velo de una vida doméstica llena de abismos. El candor de la corta edad que desvela los hechos no le resta dureza a lo que allí sucede.

Así comienza: “En el apartamento había tantas plantas que le decíamos la selva.”

Una palabra de ocho años nos predispone a esperar un discurso dulce, pero enseguida te vas dando cuenta que la savia de aquel mundo vegetal se había hecho veneno.

La madre, con sus cuidados y con la fuerza que le había dado la tierra, mantenía vivo aquel oasis. Hasta que ya no pudo más: se sentía como encerrada en un armario al que cada día le echaban una nueva llave.

“Me encantaba subir corriendo la escalera y mirarla [a la selva] desde el segundo piso, lo mismo que desde el borde de un precipicio, las gradas como si fueran el barranco fracturado. Nuestra selva, rica y salvaje, allá abajo.”

Las trayectorias de la mujer y de las matas viajarán unidas en el libro y  ese falso precipicio se convertirá en un barranco real, en muchos abismos.

La niña de pronto deja de percibir su vida como una resplandeciente tira de papel blanco, sin impurezas, sin arrugas; con muy poco escrito. De golpe algo ha ensuciado ese papel, algo lo ha engurruñado.

La pequeña Claudia ha sentido el verdadero mundo de los adultos. Se ha asomado a un abismo profundo. La niña no juzga, la niña mira. La niña se evade, como cualquier pequeño, no tiene los recursos de los mayores para asimilar todo lo que sucede.   

Ella dibuja lo que ve y nosotros, llenos de congoja, interpretamos. Su muñeca representa esa dulce edad infantil “que ella suicida”, como me decía una amiga el otro día.

Pilar Quintana utiliza las revistas del corazón que esta mujer lee para hacer su retrato, para plasmar su cronología vital. Su hija nos transmite sus comentarios. Se pregunta ante la niña si fueron accidentales las muertes de Grace Kelly o Natalie Wood, le habla de las bodas de Paquirri, de Lady Di, le comenta el parecido de su piel con la de Sophia Loren…

Así retrata y así considera Pilar Quintana la situación de las mujeres en los ochenta en Colombia. Asegura en un vídeo sobre su novela que es la generación de su madre y de su abuela. Así era también en España la realidad de muchas mujeres, quizás unos años antes.

De igual manera vivieron aquí mi madre y mi abuela, y sus madres y sus abuelas, así ha sido siempre. Triste es pensar que en muchas latitudes, incluso aquí cerca, estas prácticas persisten.

Cuando perteneces a una generación de mujeres que ha disfrutado de una cierta libertad, que ha contado con mejor acceso a la educación, que ha tenido más sencillo elegir una carrera profesional; les debes algo a las mujeres que pasaron antes que tú y que carecieron de todo eso. Me siento de alguna manera obligada a revelar y a denunciar las vidas, sometidas, que muchas de ellas sufrieron.

La niña, tan unida a su madre, culpa a su padre, pero él es tan producto de los viejos hábitos sociales como lo es la madre.

No deja de sorprender que lo que acontece en Colombia, el conflicto en el que todos pensamos cuando se evoca aquel país, aquí no aparezca. Apenas un comentario de un trabajador de la finca a las visitas de la guerrilla. Pilar Quintana parece haberlo hecho de forma deliberada, eso se deduce de sus declaraciones para El País: “En Colombia nuestro conflicto tiene tanta presencia y es tan fuerte que muchas veces no exploramos ni miramos a los ojos del monstruo, la violencia que hay en las casas y contra las mujeres”.

Hay muchos abismos reales, la autora lo sabe muy bien porque creció en la Carretera al Mar, en Cali, la ruta era terrible, con precipicios interminables: “Son abismos de terror”, se dice entre los vecinos del lugar.

Pero hay otros abismos, en realidad dentro de las casas es donde más abundan. Muchos son los abismos de silencio.

“Entonces lo vi en sus ojos. El abismo dentro de ella (…)”