2015 en
francés, 2016 en español.
Mi padre me había dicho que antes de
mi nacimiento, su trabajo consistía en cazar moscas con un arpón. Me había
enseñado el arpón y una mosca aplastada.
De esta
manera se inicia Esperando a míster
Bojangles, una novela que nos sumerge en una realidad que no se reglamenta con
las normas convencionales.
Con una ingenuidad deliciosa, un niño
nos va contando su infancia junto a su madre y a su padre. Estos no se ajustan en absoluto a
la idea que nos venden de los buenos progenitores, pero, sin embargo, a muchos
nos hubiera gustado, al menos en alguna ocasión, tener una familia como esta,
que rezuma amor. Me podría imaginar la reacción de Asuntos Sociales, si supieran que tras las frecuentes fiestas
nocturnas en casa, por la mañana el pequeño se hacía enormes ensaladas de fruta
con los restos de los vasos de sangría.
Te vas metiendo en la atmósfera del
relato y desearías que la vida pudiera ser así de fácil. No tienen problemas económicos, el
padre dejó ese primer oficio de cazador de moscas, para abrir un gran número de
talleres automovilísticos: un senador amigo creó la inspección técnica de vehículos y, consiguientemente, desencadenó
la necesidad de negocios de reparación de coches. Al poco tiempo el padre vendió
todos los talleres y se dedicó a vivir de las rentas. Con eso obtuvo el aplauso
de la madre, porque ahora trabajaría menos y pasaría más tiempo en familia. Bourdeaut engarza de forma implacable cada elemento para hacerlos creíbles.
Me he dejado abrazar por la fantasía
y el humor: una
montaña hecha con la correspondencia sin abrir se alza en la entrada de su
casa; un pájaro revolotea libre por el hogar, es como un miembro más de la familia; a veces la
cocina se convierte en una laguna cuando la madre se da cuenta de que las
muchas macetas que crecen allí están secas y las anega; la cara de Claude
François en un poster se utiliza por padre e hijo como una diana. En la casa
cada día había montones de invitados, recibían también en el castillo que
poseían en España. Si la expresión “castillos en España” en francés tiene el
sentido de quimeras, ¿no puedo adivinar
ahí un guiño del autor?
¿Y la
escolarización del pequeño? En esa escuela tan tradicional a la que asiste, la maestra
amenaza a la familia, podría perder el tren, el tren de la vida ordenada, si
continúa faltando. Pero la madre le responde que por nada del mundo podría
permitir que su hijo se privara del espectáculo del florecimiento de los
almendros, solo porque tiene que ir a clase.
Son imágenes que generan afecto, sorpresa y cierta envidia, porque no son como las que aparecen en nuestro entorno.
La fantasía
no es frecuente en la temática de mis lecturas, quizás estoy demasiado
acostumbrada a deambular cerca del
suelo. Al comienzo de esta novela, trataba de buscar anclajes con la realidad a
modo de explicación de lo que estaba sucediendo: son unos recuerdos
transformados por una mente infantil que se complementan con la transcripción de los cuadernos secretos del padre.
El muro de la fantasía se desploma al
final del relato.
Para
el novelista es un derrumbe con sombras y luces, por ese orden. Para mí es la
corroboración de una certeza que me persigue: lo maravilloso dura poco.
Este escritor ha dado más peso a la ilusión.
Olivier Bourdeaut lanza una cometa al escribir su libro, y yo he agarrado su hilo al leerlo.
Quizás lo que yo interpreto nada tiene que ver con lo que él proyectó. Quizás tenga que dejar crecer otra mirada.
La novela se estira en su contenido
con la canción que encierra el título, y con la que bailan, enamorados, el
padre y la madre: Míster Bojangles. En ella este bailarín es capaz de
saltar muy alto, y apenas tocar el suelo después; pero vienen malos tiempos
para él.
Y HAY QUE
SEGUIR BAILANDO MR. BOJANGLES.