Los
asquerosos somos nosotros.
Casi
sin darnos cuenta, hemos contratado una hipoteca vital que estorba nuestra
existencia. Pagamos muy caro lo que creemos nuestro bienestar. Manuel, el
protagonista del libro, se ha liberado de ese peso, y ha sido el azar el que se
lo ha permitido.
“Nació en Madrid en 1991. Su padre era uno que
le daba igual a todo el mundo”. Así empieza el
libro. Con 24 años, tras un incidente fortuito con un policía, tiene que huir
de Madrid. Con la ayuda de su tío político, se refugia en Zarzahuriel, un
pueblo abandonado.
Allí va a iniciar una nueva vida, en la
más absoluta soledad. En un principio.
A pesar de que Santiago Lorenzo en el
propio texto lo desvincula de los solitarios más clásicos, yo no he podido
evitar pensar en Robinson Crusoe,
construyendo, metódico, su refugio en la isla con los restos del naufragio. De
la misma manera la nueva morada de Manuel se va creando con los desechos de los
que se fueron; tras el hundimiento de una forma de vida.
Aunque es verdad que hay algo sustancial que
distingue a ambos personajes: el de Daniel Defoe anhela el rescate; el de
Santiago Lorenzo realiza una voluntaria huida hacia la soledad. Una soledad
profunda e intensa; con elementos que la hacen bella. Resulta paradójico que durante
su vida anterior Manuel se esforzara tanto por tener compañía, sin conseguirlo;
mientras ahora se ve realizado en su aislamiento.
Manuel
vive solo, y eso no es fácil. Nos han obligado a
creer que debemos estar con alguien para ser feliz.
No
le resultaba difícil llenar el tiempo en aquel aislamiento semivoluntario. Uno de sus entretenimientos era matar moscas con una goma
elástica. O mirar la chimenea: “El fuego es el futbolín del solitario”, así lo explicaba a su tío con quien
hablaba una vez al día por teléfono. Este es también el que le solucionaba los
problemas de intendencia. El ingenio y
la inventiva de Santiago Lorenzo lucen en cada pasaje, se adivina un trabajo concienzudo,
y sistemático, diría yo. Me imagino que también ha debido ser una tarea placentera,
al resolver hasta los detalles más nimios. Seguro
que se ha peleado también con las palabras, pero no lo parece.
Aunque el personaje vive en estrecho lazo
con la naturaleza, no es un militante.
No conoce los nombres de las singularidades de su entorno natural. Él no quiere
estudiar, no quiere hacer proselitismo, quiere vivir.
Hay un viraje en la trama: llegan
vecinos. La vida de Manuel se trastoca. Los recién llegados son la
mochufa. Vienen a disfrutar al campo pero se traen la ciudad metida en
los bolsillos. Son descritos con mucha rabia. Son reconocibles para cualquier
lector: tienen algo de cada uno de nosotros.
Manuel intenta sacar el máximo provecho a
todo lo que tiene a su alrededor. ¡Qué lejos del derroche que nos identifica
hoy a tantos de nosotros! Descubre después de dos meses sin lavarse la cabeza
que el champú es “un compuesto premeditadamente adictivo para forzar su fidelización”.¡Se
puede (se debe) prescindir de tantas cosas!
Manuel intentaba con una y otra metáfora
explicar a su tío cómo se sentía, era difícil, pero consigue transmitirle la
idea: ESTABA COMO DIOS.
Muy acertado el análisis. Puedo añadir q me ha parecido una novela divertida,llena de ingenio, con un sinnúmero de palabras nuevas y crítica a más no poder con el consumismo y la idiotez contemporánea.
ResponderEliminarEstoy muy de acuerdo contigo. Santiago Lorenzo se muestra muy ingenioso. No nos ahorra la crítica, que envuelve con buena literatura y humor.
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