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miércoles, 21 de abril de 2021

Todos muertos





El jurado declara culpable al policía que mató a George Floyd en Minneapolis. Este titular de El País de hoy quizás sea una muestra alentadora de que el racismo en Estados Unidos está en estos momentos un poco más cerca de ser un hecho del pasado.

Cuando este hombre murió, en 2020, esta novela cumplía sesenta años. En ella su autor ya defendía la causa antirracista. Hemos sido testigos de muchos casos de segregación a lo largo de todo este tiempo.

Chester Himes es un autor relevante en el género negro. Y es también un referente de la cultura afroamericana.

La obra es de 1960, pero si no fuera porque no hay móviles o Internet, cualquiera podría creer que se ha escrito recientemente. Posee un dinamismo vertiginoso, muy actual. Claro, las pequeñas  cantidades de dinero en la política corrupta también denunciaría que fue escrita hace ya un tiempo. Hoy las sumas serían mayores, pero las bases de los delitos no estarías muy alejadas entre sí. Chester Himes se rebela contra el racismo, pero no hace concesiones a los negros.

Los detectives protagonistas de la novela son los habituales de su serie negra Grave Digger Jones y Coffin Ed Johnson, Sepulturero Jones y Ataúd Johnson. El tono sarcástico de la novela ya se perfila en los nombres escogidos.

Se presentan transgresores, avispados, inteligentes, amantes del güisqui y de la buena comida. Cuando el superior intenta localizarlos en el coche patrulla, ellos no lo oyen porque están dándose un atracón de “patitas de pollo” con arroz y chile en el salón trasero de la charcutería de Mammy Louise.

Desde luego están dotados para perseguir el delito, unos verdaderos sabuesos simpaticones, algo heterodoxos. Ni cuando quedan magullados tras un accidente, detienen la carrera contra su presa. Hacen su trabajo con entrega devota.

Todo comienza una fría noche en Harlem. Son las once y media. El tiempo, la hora exacta irá balizando todo el relato. Los hechos transcurren en apenas cuarenta y ocho horas de un ritmo de vértigo.

Un ratero se afana en el robo de unos neumáticos cuando es testigo del atropello de una anciana. Ha sido un suntuoso Cadillac dorado. Cuando la mujer se levanta, un Buick, circulando a toda velocidad, la tira de nuevo, en su interior van tres policías.

Nada es lo que parece. Poco a poco iremos conociendo los detalles, que llegan atados con solidez y con mucha fluidez.

El ratero huye, primero portando el neumático en sus brazos, después haciéndolo rodar hasta que ve a unos policías y lo suelta. Lo vemos rodar y rodar hasta perderse en la noche en una loca carrera desbocada golpeando todo lo que encontraba a su paso.

La acción en esta novela empieza desde el primer segundo. Esta rueda lo simboliza, porque la cadencia de los hechos se hace galopante.

Buceamos en el mundo de Harlem, desafortunados que se buscan la vida y políticos junto a hombres de negocio, que solo se ocupan de acomodar su existencia.

Escenas simultáneas en el tiempo contribuyen a abrir el abanico narrativo. Se dibujan cinematográficas persecuciones policiales sobre calles heladas, con alguna pincelada gore, con humor negro.

La novela está llena de agudísimas descripciones de lugares y de personajes. Como esta: “Echaron a andar por el pavimento irregular, evitando los montones de hielo y los cuerpos congelados de ratas y gatos muertos. Los camiones de basura no podían entrar en el callejón y los vecinos apilaban las basuras en la calle, durante todo el año”. Así vivía la mayoría en Harlem. Los más ricos habían conseguido las casas que los blancos habían abandonado y que conservaban poco del glamur de otro tiempo.

 O como está otra: “Era gordo, pero sus carnes eran tan fláccidas que se derramaban alrededor de sus huesos como grasa fundida”.

Eran barrios donde la policía no daba confianza, aunque fueran negros como la mayoría: “…todos estaban atornillados a un denso mutismo”. Himes nos sorprende con mágenes como esta.

Denuncias contra situaciones de injusticia entre la gente de color y denuncias contra corruptelas de la gente de color se amoldan en el sarcasmo. El humor comparece para aliviar la dureza tratada.

“Eran diez minutos caminando, si estabas yendo a la iglesia, y a sólo dos y medio si tu mujer te perseguía con una navaja en la mano”

 

 

 

 

miércoles, 7 de abril de 2021

La noche de los niños

 


Un duro comienzo:

 “No es culpa mía. A mí no pueden acusarme. Yo no hice nada y no tengo ni idea de cómo pasó. Una hora después de que me la sacaran de entre las piernas ya me había dado cuenta de que había un problema. Un problema grave. Era tan negra que me asustó. Un negro medianoche, un negro sudanés. Yo soy de piel clara, con pelo del bueno, lo que se llama amarillo subido, igual que el padre de Lula Ann.”

Sobre la pequeña Lula Ann cae el peso del racismo, el racismo de los suyos, de los que tiene más cerca. Eso duele.

Crecerá afligida, clamando por sentir el tacto de su madre, que jamás sentía el deseo de tocarla: “Rezaba para que me diera un bofetón o un cachete, solo para sentir su mano”.

Nadie en la novela es culpable. Todos son un poco víctimas y un poco verdugos.

Para la madre las cosas no fueron fáciles tampoco. El padre las abandonó y la mujer tuvo que buscar un nuevo hogar, enfrentándose a caseros racistas, a pesar de las leyes antidiscriminatorias de los noventa. Hasta que encontró trabajo, debió plantarle cara a los servicios sociales, que las trataban como “pordioseras”. Y siempre, siempre hubo de lidiar con la vergüenza que sentía de esta hija negra azulada.

Detrás de este primer fragmento, vienen otros donde cada personaje se va a ir vaciando, refiriendo en primera persona trozos de sus vidas. Toni Morrison aprovecha cada uno de ellos para lazar pullas contra la realidad de esos años en Estados Unidos. Particularmente contra el racismo, “instrumento para perpetuar las divisiones en contra de lo que debería ser una verdadera democracia”, dice ella misma. Pero ahonda también en los agravios y vejaciones hacia los niños y las niñas.

La autora construye un sólido montaje donde confluyen realismo, arte y creatividad.

La novela es un relato fragmentario, nos movemos en el tiempo, y a medida que vamos leyendo, hilvanamos trozos de vida y armamos una historia donde se unen una especie de fábula y la realidad.

Nacida Lula Ann Bridewell, hasta los dieciséis fue Lula Ann, al terminar la secundaria se convirtió en Ann Bride, y después se quedó solo con Bride. Como vemos por el camino se fue despojando de las ataduras que la ligaban con la familia. Renacía. Como el gusano de seda, sale del capullo transformado en mariposa, también Bride se convierte en una extraordinaria belleza negra. Parece que en el transcurso de la novela se está transformando de nuevo, está decreciendo, caminando hacia la edad infantil. Pero esta vertiente ha quedado un poco incompleta, malograda, creo yo. Aunque quizás seamos los lectores los que debamos completarla.

“Antes de verle la cara ya me ha rodeado la cintura con los brazos, ha pegado el pecho a mi espalda, la barbilla a mi pelo. Luego noto sus manos en el vientre y bajo las mías para cogérselas mientras bailamos hacia delante y hacia atrás. Cuando se acaba la música me doy la vuelta para mirarlo. Sonríe. Estoy húmeda y tiemblo.”

Es Booker. Estaban destinados a conocerse, dos almas gemelas que se atraen como dos imanes. Los dos protagonistas soportaron grandes sufrimientos durante la infancia,  en sus vidas abundan las analogías.

Los dos personajes principales son algo hiperbólicos, algo excesivos; sin embargo el resto son auténticos, verosímiles.

Cuando al principio Booker se vaya con un simple: “No eres la mujer que quiero”. Ella irá a buscarlo y emprenderá un viaje iniciático. Cuando se encuentren se descubrirán muchas cosas de sus vidas que desconocían. Y entonces ante nosotros la narración hierve y se crece con giros sorprendentes. .

En el camino tropezarán con otras víctimas que naufragaron como ellos en la infancia. Fueron niños víctimas de racismo, de pederastia, de abandono. Toni Morrison hace una certera pintura de una parte muy dura de la sociedad. Quizás haya una sobrecarga poco real de niños vejados.

Un tono irónico y mordaz envuelve la tragedia de estos niños que vivieron una infancia oscura, a los que dureza marcó cuando eran pequeños. Y eso se mantiene para siempre, porque las heridas en la infancia no cicatrizan.

Al final vendrá una redención que la autora no se cree demasiado. Porque el peso del pasado siempre puede quebrar el presente.