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jueves, 27 de mayo de 2021

El río de la desolación

 



En el 2002, y durante tres meses, Javier Reverte se deslizó por el ciclópeo Amazonas desde su nacimiento hasta su desembocadura.

Para buscar el manantial de donde surge el río subió hasta 5672 m en el altiplano de Perú: hierbas amarillentas, aire frío, piedras y unos pocos seres humanos con sus animales. Te cuesta imaginar cómo puede la vida abrirse hueco en esa dura geografía.

Tras recibir las aguas de más de mil ríos -algunos entre los más largos del planeta- y recorrer muy por encima de seis mil kms, se abre en un descomunal estuario de 250 kms de ancho. Es un laberinto de aguas que riega la enigmática Amazonia.

Las palabras de Reverte en este libro trazan las corrientes, sus orillas, sus poblaciones, los hombres y mujeres que las habitan; y la jungla amenazadora, de un verde apelmazado. Pero sus palabras conllevan también la reflexión sobre la intervención del hombre a lo largo de los siglos en este espacio.

Dos ríos paralelos nos regalan estas páginas, el de hoy y el que fue desde que Francisco de Orellana lo recorriera en su casi totalidad.

Reverte se muestra como un viajero paciente, que se mueve con aparente sosiego, que mira lo que le rodea, que se desplaza en los barcos de la gente de allí, huyendo de la exclusividad de los turistas. Él se instala en los hoteles que encuentra, sin exigencias. No hay temeridad en este viajero, sabe cuándo hay que ser prudente; busca los mejores guías locales. Tiene encuentros y tertulias en sencillos bares y restaurantes, habla cuando quiere, sabe escuchar lo que le interesa.

Los navíos siempre salen con retraso, ejércitos de vendedores toman al asalto las cubiertas para ganarse la vida. Al anochecer, plagas de mariposas, mosquitos y cucarachas. Nada le hace perder la paciencia.

Entre los viajeros también hay vacas que acompañan a sus dueños; o gallinas, que picotean a los pies del que lee tranquilo en su hamaca. Los trayectos en barco no se le hacen tediosos, todo es nuevo y se acompaña de la lectura (al comienzo lee La vorágine). Las poblaciones que visita tuvieron tiempos mejores, las construcciones de la orilla destilan pobreza.

Según va recorriendo Iquitos o Manaos nos traslada al otro río, el de ayer. La época del caucho, momento de luces y terror. Una sombra demoniaca domina el río y su entorno, la de los terribles reyezuelos del oro verde, hombres codiciosos y depredadores. Genocidas.

Es muy interesante la historia del irlandés de consiguió con su denuncia sensibilizar a los pueblos civilizados para que detuvieran aquellas atrocidades. Aunque antes de hacerse eco de las acusaciones, esos pueblos civilizados, procurarían asegurar la producción cauchera para sus industrias. 

¡Qué poco imaginaban los que se servían de los neumáticos, producto estrella del caucho, las vidas que este estaba segando en la Amazonia! Y al lado de la muerte la riqueza lujuriosa de Iquitos y Manaos en su ayer cosmopolita. En la primera se dice que el champán francés y el agua de Vichy manaban desbocados. De la segunda se comenta que a principios del XX era cuatro veces más cara que Nueva York.

Otra etapa negra del Amazonas lo constituyó el loco deseo de construir un ferrocarril que uniera los Andes con el océano. ¡Cuántos indígenas desaparecieron por culpa de esta paranoia y con ellos tantos y tantos trabajadores que llegaron de fuera! Las condiciones de trabajo eran terribles, las enfermedades de la selva sus mayores enemigos.

Pero de nuevo captamos un río con luz porque la historia se llena con los que traían apoyo a los habitantes con técnicas nuevas; y se llena también con los que vinieron y siguen llegando para estudiar el gigante verde.

Cuántas curiosidades nos regala Reverte, cuantos detalles históricos, cuántos libros citados, cuantas reflexiones interesantes, cuántos datos, cuántas historias. Cuántas aventuras, que se hallan entre la literatura y el mito.

Cuántas almas humanas pudo entrever en este viaje, tan pegado a la realidad. Como esa prostituta que se vendía en una triste canoa por dos soles, el equivalente a sesenta céntimos de euro.

“…vivimos en la peor miseria rodeados de la mayor riqueza: árboles, peces, dicen que oro y petróleo…, y casi nos morimos de hambre todos los días. Éste es un lugar olvidado del mundo, un salivazo en el mapa.” Así se describía un natural de la zona.

Y otra vez el río de luz detrás de todos aquellos que conseguían vivir y gozar en su tierra.

Aunque es probable que el hombre termine marchándose y la naturaleza se adueñe de lo que siempre fue suyo.


martes, 18 de mayo de 2021

El lunes nos querrán

 

                                                



Una mujer joven, de origen marroquí, retrata un periodo complicado de su vida. Con la escritura hurga en el tiempo que se abre desde su adolescencia hasta la madurez.  Vive en la periferia barcelonesa con su familia. Hasta allí emigraron todos desde el otro lado del Estrecho cuando ella era pequeña.

Ahora, cuando tiene por encima de veinticinco años, echa la vista atrás y desentraña en un relato cronológico sus vivencias desde que salió de la niñez.

Un yo, Naima, la que escribe; un tú al que se dirige; y una tercera amiga, Samira, que se enfadaba si no la llamaban Sam.

Estas tres adolescentes han crecido vecinas en un barrio vertical, en el extrarradio barcelonés, rodeadas de otros inmigrantes marroquíes, que recrean allí las costumbres del país de origen. Nadaban en un clima asfixiante.

Las tres jóvenes ven su futuro lejos de la tradición familiar, cobijan el deseo de abandonar la senda que siguieron sus madres.

Ellas perciben otras realidades posibles, muy apartadas de las que se alojan en su entorno. Pretenden alcanzar esos nuevos horizontes, pero el camino no va a ser sencillo. Territorios áridos, para los que no existe una brújula. La única guía con la que cuentan son ellas mismas, pero se equivocan en muchas de las decisiones que toman, porque se basan en percepciones que no son reales. Los tropiezos se van a multiplicar. Caminan a ciegas, pues no es fácil integrarse en el universo de acogida. No lo ponemos muy fácil.

En frente, impidiéndoles quebrar la tradición está el entorno, que mantiene una estrecha vigilancia. Entre la protagonista de esta novela y sus hermanos apenas existe relación; con el padre faltan los lazos afectivos, solo se da una relación de dominio. Para él esposa e hija, además de estar a su servicio, deben constituir la cara de la decencia que él quiere que los demás vean de su familia, como ha sido siempre. Sin embargo Naima y su madre están ligadas por unos nudos primarios, que a veces a la joven le cuesta reconocer.

Entre las primeras páginas de la novela, se lee: “Te escribo para recuperarte pero también para recuperar a la persona que fui”. La escritura se revela como instrumento para entenderse y para entender mundos diferentes. La escritura aparece como sanación, como búsqueda de respuestas.

¿Es esto lo que guía a la autora de la novela cuando escribe? Podría ser. Najat El Hachmi, como la protagonista de su novela, también es marroquí, también llegó con su familia a Cataluña siendo una niña. También buscaba dejar volar su yo, sin subordinación a la tradición. Y aún hay algo más. El personaje principal de otra de sus novelas, La hija extranjera tiene datos vivenciales muy similares. Siendo una niña, vino del sur a vivir a Cataluña, donde tuvo que romper barreras para desarrollarse alejada del camino marcado por su tradición.

La temática parece recurrente, ¿está conjurando una situación adversa que le duele?

He observado que en muchas de las entrevistas que le hacen a la ganadora del premio Nadal, hay demasiado interés en sus peculiaridades biográficas, más que por la propia novela con la que obtuvo el galardón.

La novela dibuja vidas que se desarrollan muy cerca de nosotros, y eso tiene un gran valor humano, porque ayuda a conocer al otro.

Lo primero que tiene que haber es respeto al que viene de fuera, y eso muchas veces escasea. Muchos creen que los que llegan cargan un error, y pretenden –seguro que con buenos deseos- sacarlos del entuerto; cuando no hay tal.

Entrar en la vida de estas mujeres me enseña que en España desde los sesenta se ha recorrido un camino que guarda similitudes con el que muchas inmigrantes están emprendiendo ahora. Las mujeres marroquíes inmigrantes pueden encontrar en las leyes españolas para la igualdad un gran apoyo, pero dejar sus normas para acogerse a otras nuevas no es fácil. Hay algo profundo que nos amarra a todos a nuestro atavismo.

Esta novela te escarba por dentro, pero además en ella encontramos literatura. Una elaborada construcción narrativa nos arrastra desde el principio detrás de la identidad que alberga ese “tú” al que se dirige la narradora, detrás de la relación que existe entre ambas.

Los lunes nos querrán porque “el lunes encajaremos en todos los moldes que nos proponen”.

No. Cada persona ha de labrarse su propia horma.


miércoles, 5 de mayo de 2021

Panza de burro

 

Panza de burro es un relato áspero, es incluso algo turbador, realista, escatológico, carnal. Pero es también valiente, inteligente y libre, porque Andrea Abreu se adentra con sutileza y talento en un territorio al que le rehuimos la mirada.

La primera persona narrativa te habla directa, cercana, contundente.

Ha terminado el colegio. La narradora y su amiga Isora tienen diez años y tienen todo el verano por delante para retozar por el barrio. Son como dos gatitos morosos que se desplazan silenciados, como dos perrillos que lo olfatean todo curiosos, que reciben coscorrones y varapalos.

Con cierto impudor las niñas indagan en sus cuerpos, no les importa acudir juntas al excusado. Hay un constante desaliño, no se tapan los excrementos ni los órganos genitales. Los juegos se tiñen muchas veces de furia. No tienen contención, no hay barreras.

Esas niñas son literarias, pero tienen rasgos que existen, aunque en ellas se vean más concentrados que en el mundo real.

Viven en el norte de Tenerife, su territorio es su barrio, más allá todo es ajeno.

El barrio está en constante crecimiento, es como un animal enorme que coge peso, las casas se van estirando según las posibilidades y las necesidades. Es una cuesta, abajo se ve el mar, lejano, que se funde con ese cielo panza de burro del título.

Mar y cielo se confunden, son la metáfora de esta complicada edad. Se indaga a fondo sobre la preadolescencia. Es un momento difícil para estas chicas.

Frente al norte donde viven, el Sur es el gran centro de trabajo, allí se ganan la vida los padres de la que nos cuenta la historia, el padre en la construcción, la madre limpia en los hoteles.

Para ellas de momento ese sur no existe, porque su territorio se reduce a las cuestas de su vecindario. Su mundo es muy pequeño, lleno de juego,  y conformado por muy pocas personas, anclado en el presente, el futuro no es el tiempo de la infancia.

El sur es el territorio ignoto de los mayores y del mañana por descubrir.

Las niñas viven al cargo de las abuelas. La de Isora gestiona un colmado. De su padre no sabemos; de su madre, sabremos avanzada la lectura.

Las abuelas no pueden remplazar a los padres ausentes, pero como figuras complejas que son dan el amor y la protección que conocen, que saben, que creen que deben dar; aunque a veces no es lo oportuno. Transmiten costumbres y tradiciones cumplidas de luces y sombras.

Paradójicamente, viviendo en una isla, nadie las lleva a la playa, que termina simbolizando el anhelo. Los baños en la orilla del mar se sustituyen por zambullidas en una piscina cochambrosa. Se ven abocadas a crear su playa alternativa en el canal que corre junto a sus casas.

Hay que leer Panza de burro porque nos muestra una sima real, muy real. Desde las primeras líneas se abre un abismo de desolación. Son temas de una gran dureza, que no están ni dulcificados ni desdramatizados porque estén en boca de una niña. En un recipiente de candor se introduce una infancia con claridad y oscuridad,  y a la vez un mundo adulto realmente desorganizado.

Hay una niña que parece que quiere apagar la falta de cariño comiendo hasta el vómito. Se vislumbra el suicidio como única salida. Se intenta acallar la homosexualidad con violencia. Se margina la enfermedad siquiátrica. Se retrata el ambiente de la marginación de los barrios. Se dibujan aburridos matrimonios sin amor. Niños y niñas viven de espalda. Se lanza a los pequeños a su suerte, sin brindarles una guía. Quizás porque los propios adultos, que deberían ser tutores, se hallan totalmente desnortados.

En el libro hay una potente toma de postura, hay una crítica, hay una queja.

Se refleja otra cara del paraíso canario, se escarba en la costra dorada que se ve desde fuera.

Es un concentrado literario. Hay libros que relatan todos los pormenores, este no, estas páginas sugieren más que dicen, están muy cerca de la poesía.

La infancia se yergue como el universo de la transgresión, de la desobediencia de las normas, de la creación de reglas nuevas; de los miedos inexplicables, insondables que el niño tiene que digerir en la más profunda soledad; de los más grandes amores.

En el fondo aquí hay un agasajo a la amistad.

Andrea Abreu rompe la frontera entre lo bello y lo feo. Como rompe la barrera lingüística introduciendo la oralidad en el relato, va más allá de la norma de la lengua canaria, hace hablar a los personajes como se expresan en un reducido espacio en el norte tinerfeño. Rompe también la frontera del precepto en la expresión literaria.

Pero la novela al final nos remueve como personas, como los niños que fuimos, hurga en territorios poco frecuentados.

Y esta magnífica foto de portada que nos dice tanto del libro:

Hay poco que hacer, una niña –chanclas, pantalón corto y camiseta- se sienta indolente  sobre una bombona de gas, entorna los ojos y parece abandonada a la brisa liberadora del bochorno. Una mano cae sobre el borde del improvisado asiento. En la otra un objeto indefinido, que recuerda a una pistola, apunta hacia su mentón, o apuntala su rostro.

A su lado otra niña con un cuerpo enorme, tiene los brazos en jarra, mira enfadada, ceñuda,  une la barbilla con el pecho. Apenas tiene cuello. Lleva botas de goma con calcetines, poco acorde con el resto de su vestimenta, mucho más veraniega.

La foto se enmarca en un entorno poco complaciente, detrás de ellas una gran puerta herrumbrosa cerrada con un candado y una cadena. Agua en el suelo.

Parecen esperar algo que no llega. Una más tranquila, otra enfurruñada.


sábado, 1 de mayo de 2021

Corazón de Ulises

 



En una de las primeras páginas, Reverte compara los perfiles geográficos de Grecia con un corazón reventado.

Esos mismos contornos me sugieren los diminutos fragmentos secos que se esparcen cuando se ventea un diente de león. Y sugieren también una bandera que ondea rota, desgobernada, deshilachada, derrotada.

Las dos imágenes evocan el mundo griego clásico. Por un lado, derramó su alma por el Mediterráneo como gotas de luz;  por el otro, este pueblo desperdició demasiado tiempo y energía combatiendo.

Reverte describe en este libro, un clásico de la literatura de viajes, el periplo que realizó, a finales de los noventa, tras las huellas del alma griega. Viajó  solo, recorriendo el Peloponeso, islas del  mar Egeo, las costas occidentales de Turquía; para terminar en Alejandría: territorios que los antiguos griegos iluminaron y atropellaron.

“El hombre griego intentó integrar los saberes, llegar a ser un hombre total, organizar el caos fragmentado bajo la unidad de la luz del pensamiento.” Estas ideas, que Reverte resume, se esparcieron por el Mediterráneo y se fueron depositando en sus orillas. Hoy somos hijos de aquellas semillas.

Aunque también son griegas las luchas fratricidas entre las distintas ciudades estados, buscando la hegemonía. Más difícil de comprender sin pensamos que las polis compartían cultura, religión y hasta idioma.

Porque todos procedían de una misma cepa. Los primitivos griegos fueron hijos de una larga emigración que procedía del norte. A lo largo del tiempo los diversos espacios de tierra perduran, los hombres y las mujeres se mueven desde ellos y hacia ellos en un movimiento natural, o provocado por variadas circunstancias. Hoy seguimos siendo testigos de tales desplazamientos. Emigración y mezcla: esos somos.

Homero también mezcló: se sirvió de la tradición para crear a Ulises. El relato del héroe aventurero, que vuelve a casa después de mucho tiempo, existía en otras culturas y otras épocas. El autor griego tomó la herencia recibida y la remodeló al trenzarla con sus aportaciones. Es lo mismo que harán todas las literaturas. Por eso hemos ido encontrando resonancias de autores y obras a lo largo de tantos siglos de letras. La relevancia reside en ensanchar un poco más lo que recibimos.

Y aunque parezca un lugar común, es completamente cierto que una manera de ensanchar nuestro universo es con el viaje, leyendo a Reverte aprendemos a viajar más despacio, y también improvisando: «Se llega más lejos cuando no se sabe muy bien adónde se va», dice él.  Nos inicia en  viajes a lugares espectaculares y a sitios menos vistosos, pero quizás más repletos de energía. Nos muestra cómo hay que leer en todo lo que vemos cuando recorremos cualquier camino.

El azar ha querido que entre mis últimas lecturas haya habido unos cuantos libros con Grecia como asunto, y Hélade se ha reavivado en mí.

Reverte dice esto en el epílogo del libro: “…mientras otros pueblos han conquistado grandes territorios del mundo a lo largo de la Historia, ellos conquistaron algo mejor: nuestras mentes y nuestros corazones. Nos enseñaron a reír, a reflexionar y a llorar.”