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sábado, 25 de enero de 2020

Un caballero en Moscú



Comienza la novela con un acta fechada el 21 de junio de 1922 en Moscú, que corresponde a la “Comparecencia del conde Aleksandr Ilich Rostov ante el comité de emergencia del comisariado político de asuntos internos”. Para mayor verosimilitud el documento aparece con una tipografía distinta a la del resto del libro. Se condena al conde Rostov a una pena de confinamiento en el hotel Metropol, donde ha vivido los últimos años.
Asegura el escrito que merecería una condena a muerte porque “ha sucumbido a las corrupciones de su clase”. Pero tiene defensores entre los estamentos superiores del partido que lo consideran uno de los héroes de la causa prerrevolucionaria por un poema que escribió en 1913. El azar lo ha salvado, porque ya veremos lo que el propio Rostov nos dice sobre ese poema.
Pero no se confunda: si vuelve a poner un pie fuera del Metropol, será ejecutado. Siguiente caso.” Así finaliza la nota y así comienza la historia de los 32 años que el conde Rostov pasó en este edificio singular. Supone un arranque muy sugerente.
Condenado a la reclusión él mismo se compara con Edmundo Dantes, Cervantes o Napoleón. Es como Robinson Crusoe, se crea un mundo. “Tras renunciar a los sueños de un rescate rápido, los robinsones del mundo real buscan cobijo y una fuente de agua potable, aprenden a hacer fuego con pedernal, estudian la topografía de la isla, su clima, su flora y su fauna y, mientras tanto, vigilan el horizonte por si ven aparecer velas en él y buscan huellas en la arena.” Ese será su propósito en el hotel: adaptarse a las nuevas circunstancias, y lo hace sin perder su refinada formación, su perspicacia, su inteligencia, su ternura, su conocimiento del alma humana.
Lo obligan a abandonar la suite de la que venía disfrutando para enviarlo a una minúscula habitación abuhardillada unos pisos más arriba. Solo podía escoger unos cuantos de sus objetos personales, los que cupieran en su  nueva morada. Las descripciones de estos enseres nos hacen participar de la exquisitez de los diseños y la finura de los materiales. Renuncia a todos sus libros, conserva solo uno: los Ensayos de Montaigne.
Su nueva vida se hace de gestos pausados, no conoce tensión ni agobio. Él ha sabido conservar parte de su poder económico. Almuerza y cena sofisticados platos en los elegantes restaurantes del hotel, vedado para tantos compatriotas. Durante una de estas comidas conoce a Nina, hija de un burócrata ucraniano viudo, que de momento también vive en el Metropol. Con ella se convertirá en un niño que descubre hasta los rincones más apartados del gran establecimiento. Esto produce una sensación placentera comparable a las que generan nuestras  incursiones en viejos álbumes de fotos: la aventura de lo cotidiano
Nina tiene un tesoro, ha conseguido una llave maestra que les lleva a cualquier recoveco. Nina y Rostov descubren la lujosa vajilla de Sèvres, que contuvo los manjares de la vieja aristocracia y que va a acoger las delicias que consuma la nueva élite bolchevique. Observan agazapados el salón de los exclusivos bailes de ayer que hoy se llena de reuniones políticas, pero sin que las actitudes personales ni las estrategias de los participantes hayan cambiado.
            El libro se llena de amigables historias que seducen nuestra curiosidad y nuestra fantasía. Hay amor y humor, grandes amistades, y no falta la intriga, ni tampoco el esperpento. ¿No es irrisoria la medida populista de despegar las etiquetas de las botellas de vino para  arrancarles su identidad? ¿Qué mejor metáfora podría encontrar el autor para dibujar lo que tantos han criticado del poder uniformizador soviético? Towles juega con la ficción y la historia.
            Y llega Sofía: con pocos años y escasos kilos. ¿Cómo algo tan pequeño puede adquirir tan grandes dimensiones cuando entra en la asentada vida  del conde, que ya lleva 16 años en el Metropol?
Sofia va a colmar la vida de este hombre. La niña crece junto a Rostov en el Metropol y se convertirá en una gran pianista.
Él debe planear algo para ella.
¡Cómo puede haber tanta vida, tantas historias, en un alojamiento del que solo salimos en dos breves ocasiones! ¿Y de dónde ha podido sacarlas Amor Towles? En una entrevista aseguraba que en sucesivas estancias en un hotel suizo se familiarizó con muchas de las caras que deambulaban por el hall año tras año. A partir de ahí surgió su novela.
Amor Towles me ha  me ha hechizado con su texto conduciéndome por un mundo de realidad y de ficción, lleno de atractivo y emoción.
           

domingo, 19 de enero de 2020

La playa de los ahogados



El mundo de Leo Caldas empieza a resultarnos familiar después de las tres novelas que Domingo Villar ha escrito con este policía como protagonista. La playa de los ahogados  es la segunda del autor vigués.  
Una mañana de otoño un cadáver aparece en una playa de Panxón, a pocos kilómetros de Vigo. Se trata de un vecino del pueblo;  todos piensan en un suicidio, el Rubio se mostraba muy taciturno en los últimos tiempos. Pero Caldas duda, llevaba las manos atadas y el lugar en el que aparece el nudo hace pensar en un asesinato, él solo no hubiera podido hacer esa atadura.  Caldas empatiza con la hermana del muerto y confía en sus declaraciones, le asegura que su hermano nunca se habría quitado la vida, mientras su madre estuviera aún viva. Jamás le habría causado ese daño. Definitivamente la opinión del forense Guzmán Barrio convertirá el suicidio en un caso de asesinato.
Caldas con su meticulosidad habitual se dispone a meterse dentro de los hechos hasta el fondo y, de camino, nos arrastra con él en la investigación y hacia el interior de los corazones de los protagonistas.
El inspector no está solo en sus pesquisas: dirige con mano firme un sólido equipo compuestos por Clara Barcia y Ferro; y por supuesto cuenta con la asistencia de su peculiar ayudante: Estévez, un aragonés que no acaba de entender a los gallegos.
Como si se tratara de ir abriendo las famosas matrioskas que van descubriendo nuevas muñecas más pequeñas dentro de las primeras, Leo Caldas va revelando nuevos casos detrás del asesinato de Justo Castelo, el Rubio. 
El imaginario gallego se revela detrás de los amuletos que llevaba el muerto encima. El fantasma del capitán Sousa había venido a desconcertar sus últimas semanas de vida.
Unos diez años atrás, en 1996,  el fallecido y dos jóvenes marineros del pueblo sufrieron un naufragio junto a este oficial, Sousa, que fue el único que desapareció. Es difícil indagar para Caldas cuando las bocas de los supervivientes están selladas por un miedo impenetrable.
En un periódico de esa fecha Caldas descubre la desaparición de una persona en la zona de la costa más próxima al hundimiento. Ahondando en las circunstancias conseguirá unir todos estos acontecimientos hasta dar con la respuesta definitiva al caso, en una trama fuertemente cohesionada. Como en un juego con los lectores, nos va dejando algunos sospechosos entre las páginas de la novela, antes de mostrar al verdadero culpable justo al final.
El envoltorio de La playa de los ahogados está hecho de la geografía física y gastronómica absolutamente reconocible del área de Vigo, con el mar como referente. Está hecha también de muchos ecos de autores de novela policiaca.  Aunque también está cubierta con una red de personas que constituye un nudo humano de peso: entre otros el padre de Caldas, que ha encontrado en la viticultura una salida a su desesperanza; Alba, la expareja del policía, de la que huye porque rechaza el compromiso, pero a la que está ligado de forma radical; y el propio Caldas, tan enigmático.  Calza en la novela unos zapatos que no son los apropiados para visitar las tierras de su padre, tampoco son los más adecuados para salir a navegar cuando lo invitan a dar un paseo en barco: no es un hombre ni de tierra ni de mar.
Asegura Domingo Villar que si la novela policiaca triunfa es porque da respuestas precisas, las necesitamos cuando estamos rodeados de incertidumbres.
Comparto esta idea.

sábado, 11 de enero de 2020

La nieta del señor Linh




Una sencilla fábula. Pero con esto no quiero infravalorar la breve novela de este autor francés, porque  lo más sencillo no siempre es lo más fácil.  Al contrario, en el caso de Philippe Claudel creo que ha sabido envolver en sencillez pedazos de humanidad: amistad, sin necesidad de palabras; desarraígo, físico y sentimental; soledad de los que pisan tierra desconocida; sentimiento de culpa.
            Es verdad que hay también una dosis algo elevada de sentimentalismo, que sobre todo al final pesa un poco. Pero es un libro que conmueve.
En la novela brilla la relación de dos hombres que desconocen el uno la lengua del otro. Se trata del señor Linh y del señor Bark. El señor Linh llega como refugiado de un país, que se supone asiático, hasta una tierra de acogida del primer mundo, donde vive el señor Bark. Se unen dos soledades en un banco frente a un parque. Uno se ha visto desterrado por una guerra que otros llevaron a su casa; el otro se duele de la pérdida de su mujer y va cada día a sentarse frente al carrusel donde ella trabajaba.
El señor Linh viajaba con una pequeña maleta amarrando lo poco que le quedaba de allí: algunas ropas viejas, un saquito con tierra y una fotografía desvaída. Y apretada contra su corazón, entre sus brazos trae a su nieta de pocas semanas. Los servicios sociales los alojan junto a unos compatriotas con los que solo comparten la lengua.  No hay solidaridad entre los desheredados. Para mí, esto constituye una de  las notas más dura del libro, construido en general en un tono amable. La novela se alza calada de esperanza, sin reflejar las posibles maldades que pudieran haber sufrido abuelo y nieta. No hay rencor en el señor Linh.
La acogida de los funcionarios en el nuevo país es buena, pero le falta alma. No son los tiempos dorados a los que se refería Don Quijote en su discurso a los cabreros, tiempos en los que no se conocían las palabras tuyo y mío. Alonso Quijano se sintió bien recibido por aquellos hombres que compartieron con él lo que tenían, sin preguntar.  Ahora muy probablemente ayudamos a otros países porque tenemos la mala conciencia de que en un pasado nos llevamos lo suyo y les dejamos sin nada. Parece ser el caso aquí.
Aunque hay diferencia, leyendo la novela saltan hasta nosotros las imágenes de otros emigrantes obligados a alejarse de sus raíces que no son bien acogidos en ningún lugar, son los modernos apestados. Pero también vuela nuestra cabeza hacia otros tiempos en los que fuimos emigrantes.
El señor Bark conoció el país del otro, fue allí en una acción de guerra: nunca ha podido perdonarse el dolor que dejó. También fue una víctima de los que pretendían el beneficio del conflicto.
Después de unas semanas, un destino definitivo le está reservado al señor Linh y a su nieta, es un asilo de ancianos aparcados. Está muy lejos del primer albergue, se trata de un nuevo destierro porque lo han separado del territorio que les pertenece a su amigo y a él. 


¿Qué va a ser de ellos entonces?