Una sencilla fábula.
Pero con esto no quiero infravalorar la breve novela de este autor francés, porque lo más sencillo no siempre es lo más
fácil. Al contrario, en el caso de Philippe
Claudel creo que ha sabido envolver en sencillez pedazos de humanidad: amistad,
sin necesidad de palabras; desarraígo, físico y sentimental; soledad de los que
pisan tierra desconocida; sentimiento de culpa.
Es
verdad que hay también una dosis algo elevada de sentimentalismo, que sobre
todo al final pesa un poco. Pero es un libro que conmueve.
En la novela brilla la
relación de dos hombres que desconocen el uno la lengua del otro. Se trata del
señor Linh y del señor Bark. El señor Linh llega como refugiado de un país, que
se supone asiático, hasta una tierra de acogida del primer mundo, donde vive el
señor Bark. Se unen dos soledades en un banco frente a un parque. Uno se ha
visto desterrado por una guerra que otros llevaron a su casa; el otro se duele
de la pérdida de su mujer y va cada día a sentarse frente al carrusel donde
ella trabajaba.
El señor Linh viajaba
con una pequeña maleta amarrando lo poco que le quedaba de allí: algunas ropas
viejas, un saquito con tierra y una fotografía desvaída. Y apretada contra su
corazón, entre sus brazos trae a su nieta de pocas semanas. Los servicios
sociales los alojan junto a unos compatriotas con los que solo comparten la
lengua. No hay solidaridad entre los
desheredados. Para mí, esto constituye una de las notas más dura del libro, construido en general
en un tono amable. La novela se alza calada de esperanza, sin reflejar las
posibles maldades que pudieran haber sufrido abuelo y nieta. No hay rencor en
el señor Linh.
La acogida de los
funcionarios en el nuevo país es buena, pero le falta alma. No son los tiempos
dorados a los que se refería Don Quijote
en su discurso a los cabreros, tiempos en los que no se conocían las palabras tuyo y mío. Alonso Quijano se sintió bien recibido por aquellos hombres
que compartieron con él lo que tenían, sin preguntar. Ahora muy probablemente ayudamos a otros países
porque tenemos la mala conciencia de que en un pasado nos llevamos lo suyo y les dejamos sin nada. Parece ser
el caso aquí.
Aunque hay
diferencia, leyendo la novela saltan hasta nosotros las imágenes de otros
emigrantes obligados a alejarse de sus raíces que no son bien acogidos en ningún lugar, son los modernos apestados.
Pero también vuela nuestra cabeza hacia otros tiempos en los que fuimos
emigrantes.
El señor Bark conoció
el país del otro, fue allí en una acción de guerra: nunca ha podido perdonarse
el dolor que dejó. También fue una víctima de los que pretendían el beneficio
del conflicto.
Después de unas
semanas, un destino definitivo le está reservado al señor Linh y a su nieta, es
un asilo de ancianos aparcados. Está muy lejos del primer albergue, se trata de
un nuevo destierro porque lo han separado del territorio que les pertenece a su
amigo y a él.
¿Qué va a ser de ellos entonces?
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