El mundo de Leo Caldas
empieza a resultarnos familiar después de las tres novelas que Domingo Villar
ha escrito con este policía como protagonista. La playa de los ahogados es
la segunda del autor vigués.
Una mañana de otoño un
cadáver aparece en una playa de Panxón, a pocos kilómetros de Vigo. Se trata de
un vecino del pueblo; todos piensan en
un suicidio, el Rubio se mostraba muy taciturno en los últimos tiempos. Pero
Caldas duda, llevaba las manos atadas y el lugar en el que aparece el nudo hace
pensar en un asesinato, él solo no hubiera podido hacer esa atadura. Caldas empatiza con la hermana del muerto y
confía en sus declaraciones, le asegura que su hermano nunca se habría quitado
la vida, mientras su madre estuviera aún viva. Jamás le habría causado ese daño.
Definitivamente la opinión del forense Guzmán Barrio convertirá el suicidio en
un caso de asesinato.
Caldas con su meticulosidad habitual
se dispone a meterse dentro de los hechos hasta el fondo y, de camino, nos
arrastra con él en la investigación y hacia el interior de los corazones de los
protagonistas.
El inspector no está solo en
sus pesquisas: dirige con mano firme un sólido equipo compuestos por Clara
Barcia y Ferro; y por supuesto cuenta con la asistencia de su peculiar
ayudante: Estévez, un aragonés que no acaba de entender a los gallegos.
Como si se tratara de ir
abriendo las famosas matrioskas que van descubriendo nuevas muñecas más
pequeñas dentro de las primeras, Leo Caldas va revelando nuevos casos detrás
del asesinato de Justo Castelo, el Rubio.
El imaginario gallego se
revela detrás de los amuletos que llevaba el muerto encima. El fantasma del
capitán Sousa había venido a desconcertar sus últimas semanas de vida.
Unos diez años atrás, en
1996, el fallecido y dos jóvenes
marineros del pueblo sufrieron un naufragio junto a este oficial, Sousa, que
fue el único que desapareció. Es difícil indagar para Caldas cuando las bocas
de los supervivientes están selladas por un miedo impenetrable.
En un periódico de esa fecha
Caldas descubre la desaparición de una persona en la zona de la costa más próxima
al hundimiento. Ahondando en las circunstancias conseguirá unir todos estos
acontecimientos hasta dar con la respuesta definitiva al caso, en una trama
fuertemente cohesionada. Como en un juego con los lectores, nos va dejando
algunos sospechosos entre las páginas de la novela, antes de mostrar al
verdadero culpable justo al final.
El envoltorio de La playa de los ahogados está hecho de
la geografía física y gastronómica absolutamente reconocible del área de Vigo,
con el mar como referente. Está hecha también de muchos ecos de autores de
novela policiaca. Aunque también está
cubierta con una red de personas que constituye un nudo humano de peso: entre
otros el padre de Caldas, que ha encontrado en la viticultura una salida a su
desesperanza; Alba, la expareja del policía, de la que huye porque rechaza el
compromiso, pero a la que está ligado de forma radical; y el propio Caldas, tan
enigmático. Calza en la novela unos
zapatos que no son los apropiados para visitar las tierras de su padre, tampoco
son los más adecuados para salir a navegar cuando lo invitan a dar un paseo en
barco: no es un hombre ni de tierra ni de mar.
Asegura Domingo Villar que si
la novela policiaca triunfa es porque da respuestas precisas, las necesitamos
cuando estamos rodeados de incertidumbres.
Comparto esta idea.
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