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viernes, 29 de octubre de 2021

El vendedor de pasados

 




 “Nací en esta casa y aquí me crie. Nunca he salido. Al atardecer recuesto el cuerpo contra el cristal de las ventanas y miro el cielo.”

Este es el comienzo. Nunca he salido. Curioso, ¿no? Una situación poco frecuente: ¿Se puede vivir sin salir de una casa? Desde luego que sí, si uno es una lagartija que teme ser devorada al pisar el exterior.

Ella es la que va a narrarnos esta historia; unos hechos llenos de singularidad, de reflexiones sobre la vida y las personas, sobre la mentira, la identidad y la memoria; adornado con una fina ironía y un cierto desconsuelo por los males de aquel país.

“Yo lo veo todo. Dentro de esta casa soy como un pequeño dios nocturno. Durante el día duermo.” Así se expresa la lagartija, que pronto será conocida como Eulalio

Félix Ventura comparte la casa con ella, se trata de un negro  albino. Si la ausencia total de pigmento melánico es insólito en cualquier lugar del planeta, en África su exotismo se multiplica. Y esta novela se desarrolla en el continente africano, en Angola. Una Angola que padeció la colonización portuguesa, que se independizó tras una larga guerra y que se sumió más tarde en una honda contienda civil.

Toda esta situación la muestra el libro pero no de forma ostensible. La realidad se revela en forma de cortos brochazos, que adquieren una presencia mayúscula porque Agualusa desea evidenciar, denunciar  incluso, el pasado de su país.

Cuando nos asomamos a la escritura ese pasado aparece con la configuración de unos puntos fulgurantes que nos deslumbran allá al fondo, pero hay que entregarse para llegar hasta ellos, es como cuando miramos en un estanque y tenemos que afanarnos para descubrir los peces, que están ahí.

Descubrimos con sorpresa la ocupación de Félix cuando una noche aparece un extranjero a solicitar sus servicios: inventa pasados, trafica con la memoria, para emborronar lo que no queremos recordar.

Trabaja para la nueva burguesía angoleña.Eran empresarios, ministros, hacendados, traficantes de diamantes, generales, gente, en fin, con un futuro asegurado. Lo que le falta a esas personas es un buen pasado…”

Uno de sus clientes vivirá como cierto el ayer inventado por Félix Ventura, y ahí el libro nos muestra la fragilidad de la memoria y de la identidad.

“El pasado es

Un río que duerme

Y la memoria, una mentira

Que cambia de forma”

Sé que muchos de mis recuerdos -de nuestros recuerdos- son falsos porque son reconstrucciones de lo que aparece desmoronado en nuestra memoria.

“La memoria es un paisaje contemplado desde un tren en movimiento.”

¿Las cosas son lo que parecen? No siempre. Nuestro protagonista es negro pero parece blanco, “…cada uno ve lo que quiere en el fugaz dibujo de una nube”.

Eulalio fue hombre en otro tiempo, vamos descubriendo –y rellenando a nuestro antojo- algo de su condición anterior; es como si quitáramos los nudos a una madeja de lana enmarañada. La verdad es un prisma con muchas caras, cada cual inventa la suya.

No puede hablar, solo se le puede oír cuando sueña. Mis sueños son, casi siempre, más verosímiles que la realidad”.

“Hay verdad, aunque no haya verosimilitud, en todo lo que un hombre sueña.”

Eulalio ha aprendido mucho de la vida y sobre este país de las pequeñas palabras que Esperanza murmura mientras limpia en la casa. La mujer reniega de los muros añadidos al patio porque son ellos los que fabrican a los ladrones. Para el narrador se ha convertido “en la columna que sustenta la casa”. La mujer enlaza la Angola de hoy con la Angola perpetua. Se siente inmortal porque en 1992 sobrevivió a un tiroteo en la casa de un político donde acudió: se salvó porque en la lista de ejecución quedó la última y a los asaltantes se le acabaron las balas. Las dos caras de la crónica de un totalitarismo: el horror y su reflejo esperpéntico.

En la novela hay más apuntes que grandes desarrollos narrativos, pero los distintos pasajes son muy sugerentes.

¿Los encuentros de José Buchmann y Ángela Lucía son meras coincidencias? No, ellos representan el sólido puntal de la novela.  El tema del libro se va aparejando con ellos.

Parece que estamos lejos de la cordura, pero entre estos hilos de aparente sinrazón encontramos mucha verdad.  La vida, la realidad también se puede contar desde el otro lado, desde el lado de lo insensato, de lo absurdo.

Hay mucho, mucho en esta novela corta, en cada rincón una o mil reflexiones. 

Este libro hay que leerlo de forma lenta, rastreando el fondo de las páginas, catando los nuevos sabores que Agualusa nos sirve. Son males de siempre, reflexiones antiguas, que él va filtrando entre las líneas.

José Eduardo Agualusa vuela  hacia lo irreal, lo inverosímil para conocer más de cerca lo real.


miércoles, 20 de octubre de 2021

Catedrales

 

                                                                    


A los que construyen su propia catedral, sin dios.

El libro se abre con esta dedicatoria.  Adivino ahí  el propósito de Claudia Piñeiro, que me apropio: cada cual debe construir su propia realidad, y no permitir que otros la fabriquen en tu lugar.

Cuando nos crean un sistema de vida, unos carriles sobre los que caminar,  puede resultar cómodo, pero también puede resultar una falacia. Y de pronto te ves viviendo sobre un montón de mentira.

La religión te marca sendas y nunca va a permitir que te salgas de ellas. Todo lo que acontece es un designio divino. Eso supone un consuelo en la adversidad, te ayuda a soportar cualquier dolor, cualquier trastorno. Lo difícil es cuando ese bálsamo comienza a resultarte falso.

El cuerpo despedazado de Ana había aparecido en un terreno baldío.  Este mazazo aparece al principio.

Claudia Piñeiro ha encontrado en la novela negra un arma contundente para golpear conciencias.

Este género le permite dibujar un retrato de su entorno y subrayar la realidad que le interesa. Al mismo tiempo nos permite reflexionar a los lectores,  a veces para indagar en nuestras verdades ocultas.

Tenemos un cadáver, el quién, elemento esencial del género. Aunque no podemos olvidar que la autora argentina se sale del canon, aquí percibimos también el cómo y el porqué. Estos los irá construyendo el propio lector a partir de seis relatos en primera persona. Entre todos trazan para nosotros la trama, y a la vez se muestran unos personajes: bien matizados, y construidos de forma sólida. 

En la novela se abren dos polos. En uno se agrupan los que busca la verdad, los que se rebelan; y en el otro los que consideran el tétrico suceso como un designio de Dios, que hay que acatar.

Los primeros encaran  la realidad y sufren, los segundos agachan la cabeza y sobreviven. Claudia Piñeiro aposta por los que no se encogen, y entre ellos coloca, esperanzada, al más joven.

Si hemos hablado del quién, el cómo y el porqué de esta novela de aire truculento, conviene definir al que en este caso hace el papel de detective. El investigador nunca puede faltar en la trama policiaca, que puede hacerse sin crimen y sin criminal, pero jamás sin alguien que indague y restablezca más tarde el orden roto.

En la novela negra siempre surge un desgarro que imita la vida, pero en la ficción siempre halla una compostura para alivio del que lee, algo que no es tan frecuente en la realidad.

En este caso esa función la asume Alfredo el padre, que desde el momento que suceden los hechos se dedicará a averiguar lo que aconteció. Se siente cargado de culpa, porque quizás no estuvo muy pendiente de lo que sucedía con sus hijas y con su casa.

La autora arremete contra la familia tradicional cuyos miembros no se comunican, y entonces las dudas se pudren dentro. Resulta curioso que las madres de la obra sustenten su proyecto vital sobre bases falsas, que se derrumbarán, claro.

Desde ese terreno baldío el cadáver descuartizado nos interpela a todos, a sus familiares y a todos nosotros.

¿Hasta dónde somos capaces de llegar en una situación límite? Sabemos lo que somos pero no lo que podemos llegar a ser. No elegimos a la familia, nos la imponen.

Piñeiro se arroja contra la hipocresía social y la corrupción; contra los grupos que descuidan a sus miembros; contra la religión que te impide pensar; contra los que prefieren que sean otros los que razonen por ellos; contra el celibato que impone la Iglesia; contra el perdón de la confesión; contra los que combaten el aborto, pero que lo utilizan cuando les conviene.

Al final del libro en el testimonio de Alfredo, se desarrolla una paradoja, que no puedo revelar, pero que me ha parecido sustancial: ya está todo aclarado, sabemos qué sucedió y cómo, pero ¿quiénes son los culpables?

¿Es culpable el que lo hace porque tiene todas las puertas cerradas o el que cierra las puertas?

martes, 5 de octubre de 2021

Todo esto te daré

 


La novela policiaca de alguna manera podría resarcirnos de los pesares que supone el vivir en ciertos momentos. ¿Podría venir de ahí su enorme expansión y resonancia en otros géneros?

En ocasiones la existencia humana se presenta difícil de descifrar, todas esas muertes absurdas, esos desastres sin contención, aquellos engaños y corruptelas desmedidos.

Es como si tuviéramos ante nosotros fragmentos que intentamos juntar sin conseguirlo;  como si pretendieras llevar arena de la playa en un cesto de caña.

Frente a esta eventualidad, el género policiaco combate la dispersión, el caos, los atropellos, los favoristismos que nos desconciertan en las imágenes que vivimos. Porque esta literatura goza de una estructura definida, acabada, donde los elementos que sufren del caos se reordenan al final.

En un esquema muy básico de esta modalidad de ficción después de un delito, un personaje se empeña a fondo y descubre al culpable, que paga por lo que ha hecho.

Algo se rompe y alguien lo repara. Unas veces queda perfecto, otras veces queda tocado.

Hay muchas variantes sobre las bases creadas en el XIX. El mérito del creador se localiza en su deseo de innovar. Con todo, el lector sabe que en el desenlace siempre habrá una salida, cierta satisfacción.

En la vida nos gustaría que las cosas florecieran así, pero corremos lejos de la gratificación final. Esa es la razón por la que  la novela policiaca triunfa, porque en esa faceta se aleja de la verdad que nos rodea. En nuestra realidad demasiadas veces los acontecimientos  quedan abiertos, y eso produce desasosiego.

El universo de la novela negra es muy amplio. Se ha adaptado a cuantos cambios han surgido  y ha sabido digerir las nuevas circunstancias.

Cuando los distintos autores se pusieron a crear variantes esta novela se enseñoreó en el panorama literario.

Y lo mejor es que sigue muy viva porque tiene una gran capacidad proteica, y sobre todo es capaz de generar gran cantidad de preguntas y respuestas.

Todo esto te daré ha supuesto más de 500 páginas de puro entretenimiento, no hay mucho más. Hay mucho de novedoso sobre el esquema básico del género negro. Aquí sigue importando el clásico ¿quién lo mató y por qué?, que señalaba Claudia Piñeiro en una entrevista con Berna González Harbour.

Aquí el presente espacio gallego no tiene mucha presencia, solo algunos rasgos algo manidos y obvios de aquella zona: un mundo atávico, a la vez innovador, creativo, pasto del feísmo, verde, amigable.

No veo tampoco una novela de personajes. Los que aparecen  son más bien planos: malos malísimos y buenos buenísimos; fuertes y rompedores frente a débiles continuistas; el poderoso avasallador, el pequeño que resiste, el clásico David contra Goliat.

El detective, elemento clave en el género, aquí es Nogueira, es un profesional muy hábil, sabe cómo dirigir una investigación, conoce el fango. Es un gran fumador, como los grandes clásicos. Como muchos de ellos vive atormentado Tiene prejuicios homófobos,  que se van diluyendo según va tratando a Manuel. Quizás va transformándose demasiado rápido, no es muy verosímil. En la vida las cosas no se producen de forma tan rápida y sencilla. Pero cuánto nos gustaría que algunas mudanzas fueran veloces y, sobre todo, efectivas.

Las personas necesitamos mitos a los que aferrarnos para sobrevivir en este entorno inestable; el policía, elemento esencial del género negro, empeñado en revelar la verdad y desenterrar lo podrido es el modelo perfecto.

Manuel recibe la noticia terrible de la muerte de su marido en La Ribeira Sacra. Consternación y sorpresa se aúnan en él, porque sabía a su esposo de viaje, pero en Barcelona. Acude a Galicia ya allí descubre a un Álvaro que desconocía, allí averiguará también mucho sobre sí mismo.

La forense ha hecho ver que tienen entre manos un asesinato. Como al inspector, recién jubilado,  ya no le corresponde realizar el trabajo,  convirtió entonces a Manuel en su investigador vicario. El marido de Álvaro seguiría las órdenes del antiguo detective  y se dedicaría a indagar, olisquear, preguntar hasta llegar a la verdad.

Dolores Redondo no quiere saber la verdad de su mundo, de nuestro mundo; ella crea una verdad cómoda para todos, donde triunfa el bien. Esta vez la reparación será completa.

Así la novela negra se ha hecho un cobijo frente al mundo desordenado e incomprensible.