“Pienso que por fin cayó esta lluvia que se va a llevar toda la mierda. Respiro tratando de recuperar la entereza, trago saliva para deshacer el nudo que tengo apretado en la garganta. Entonces Romina, a mi lado, me indica el sol saliendo allá en lo alto y me dice:
—Mira qué bonito.
Y yo me doy cuenta de que todavía hay
esperanza.”
Otra vez una novela policiaca con un final que conforta y apacigua, un final necesario para que el
lector se reconcilie con la existencia, porque el detective reordena el caos que el delito originó.
El mundo se desmorona por una esquina, mientras que por
otra va retoñando. Romina consiguió que Santiago Quiñones la salvara, otras
chicas y otros niños tuvieron menos suerte.
Una voz en primera
persona, la del detective Santiago Quiñones. Una voz mordaz, cínica, con mucha verdad sobre la vida y sobre los andamios
que la sustentan. Situaciones que se imponen y contra las que uno no puede
nada.
Santiago
Quiñones es un policía que trajina con frecuencia desviado hacia los márgenes, se ve obligado a combatir
al delincuente con malas artes, son
las mismas con las que ellos tratan de deshacerse del mordisco de su
investigación.
En su vida privada
se mueve en el callejón de atrás, donde se reparte cierta infidelidad, algo
de droga y mucho tabaco y alcohol.
Este detective no puede evitar que la suciedad que rodea su trabajo haya salpicado su vivir. Quiere a
Marina, su pareja, pero a veces no es suficiente con desear que el amor
funcione, a veces los sentimientos se le mezclan con las esquirlas embarradas
de sus tareas laborales.
Boris Quercia dibuja todo esto con un lenguaje directo y cortante, sin florecillas que adornen.
En un enfrentamiento con narcos Jiménez, el compañero de
Quiñones, ha encontrado la muerte. El
detective se verá empujado a recoger el testigo de su compañero y continuará
con su investigación sobre abuso de menores entre los niños más
desfavorecidos, los que se encuentran en orfanatos. Se implicará con ahínco.
Va a conseguir echar
su red sobre esas vilezas, pero muchos conseguirán escurrirse, tienen
demasiado poder. Algún delincuente va a
quedar sin castigo, porque así es en la realidad y el autor chileno imita la
vida.
El policía va dejando caer a lo largo del libro muchos de
sus ácidos pensamientos. Construidos a lo largo de una vida codo con codo con
la delincuencia y la maldad. Desde el comienzo la vida del policía se entrelaza
con la investigación policial. Y vamos
conociendo a este tira, que es como se llama a los agentes en Chile.
En el metro descubre a la gente que vuelve a casa de un trabajo normal, y le pesa su tarea sin
horarios y en roce continuo con la muerte-, que está borrando su relación con
Marina.
Los
hilos van espesando el tejido de la vida de Quiñones, que se parece a muchas
vidas; y el contenido de la novela, que se alarga también hacia la situación
social y política de Chile, muy parecidas a las de otros espacios. La
corrupción ilumina con brillo pestilente cada rincón, como el de una policía
corrupta que apoya a potentados viciosos. Una policía que se apoya en los
medios para que la verdad reluzca, se establece una simbiosis entre prensa y
detective hasta que el periodista
retrocede porque uno de esos poderosos es el que le paga el salario mensual.
Humor
cáustico como único aderezo posible para combatir la angustia existencial
de Santiago Quiñones.
El
policía no desempeña aquí una investigación al uso, como
sería asistir a comisaría, cotejar pruebas, salir a la calle a hacer
comprobaciones. Lo que suelen hacer la mayoría de los policías durante un caso.
Quiñones recupera de su compañero Heraldo Jiménez unos informes que involucran
a muchos organismos influyentes, los había conseguido de manera torticera, pero
también es cierto que los delincuentes han utilizado su peso social para
atentar contra todas las normas. Ricardo seguirá su estela, aprovechará los
métodos del otro y su tiempo de baja tras una agresión; el azar le va ayudar
mucho, quizás un poco de más para ser creíble.
Detrás de todo ese interés del personaje por esos niños inocentes,
quizás se esconda el interés del autor. Brinca una idea, los hijos que no
pidieron nacer, y que padecen las consecuencias. “Si algo se aprende siendo tira
es que este es un país de padres de mierda. La meten y se van. Lo otro es que
aquí el que la hace, no la paga, a menos que seas pobre. Pero eso da lo mismo.
Los pobres la pagan siempre, aquí o en la quebrada del ají.” A la vez el
escritor y su criatura se revuelven contra la injusticia que los rodea, que nos
envuelve a todos.
Tras
su escepticismo encontramos un vengador de la justicia, que lamenta que los más
grandes se libren, mientras la policía se encarga de los pequeños rateros.
Hombres y perros fusionan sus destinos.