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sábado, 24 de octubre de 2020

La acompañante

 




Esta novela aparece precedida por unas breves notas de su creadora, Nina Berbérova. En ellas desvela que La acompañante recoge las memorias de una ignorada y anodina pianista rusa, encontradas dormidas en un cuaderno forrado de hule que alguien localizó en una chamarilería de París.

Ese alguien, ruso también, las leyó, sin reconocer a la autora. Se las pasó
entonces a Berbérova, nacida en San Petesburgo en 1901 y exiliada en París en los años veinte. Antes de reproducirlas, ella asegura que cambió algunos detalles porque  comprendió que muchos de sus conciudadanos, desterrados también en la capital francesa, en algún momento, sin duda, habrían visto, oído o conocido a aquella mujer. Asegura que una muerte súbita tuvo que ser la causa por la que aquel escrito no fue arrojado al fuego. El cuaderno forrado de hule llevaba tiempo guardado en un armario polvoriento y contenía una vida que no importaba a nadie.

“(…) esa mujer olvidó este cuaderno como el pasajero que olvida un paquete al saltar de un tren en marcha.”

 El resto de las escasas pertenencias de la dueña del cuaderno habían servido para pagar la habitación del hotel “de mala muerte” donde había fallecido: unos cuantos vestidos, ropa de cama y otros objetos “(…) es decir, todo lo que queda cuando desaparece una mujer”.

 Qué poco quedó de esa mujer. Sonia (o Sónechka, su diminutivo) nació en N., en la vergüenza, según ella misma dice. Era hija única.  Con su madre, profesora de piano, se trasladó a San Petesburgo y allí se inició ella también en ese instrumento. En esta ciudad conocería a la gran soprano María Nikoláievna Trávina, una dama de gran carisma que le debía todo a su empeño y a su trabajo. Un encuentro de opuestas, porque Sonia, muy al contrario que la cantante, no creía en ella misma, no gozaba de empuje alguno. Podía vivir o morir: en el fondo todo me daba igual.”

 “Después decenas de veces la acompañé en el escenario, pero nunca aprendí a saludar, adónde mirar, si debía o no sonreír durante los aplausos o a cuántos pasos ir detrás de ella. Yo entraba rápidamente, como una sombra, sin mirar al público, tomaba asiento con la mirada baja y colocaba mis manos en el teclado.”

 Nina Berbérova ha iluminado con su escritura afilada en acero la zona en penumbra en la que se hallaba la acompañante, la otra, la que no brilla. Ha puesto el foco en ella y la ha zarandeado  para reprocharle que no haya sabido conquistar su lugar en el mundo.

Y Sonia, en medio de un tono general mustio y conformista, va sembrando de gritos su diario: contra Dios que no las ha hecho semejantes; perversa y retorcida, hinchada de rencor, rabia y dolor.

Todos los personajes del libro, como sin duda la propia Berbérova, se han visto azotados por los acontecimientos que les ha tocado vivir. Pero mientras unos han peleado, otros se han metido en su escondrijo vital. Berbérova nos muestra sus simpatías por los primeros.

 “Delante de mí habían pasado personas y pasiones: yo las veía desde mi rincón, (…); pero me quedé al margen, no me aceptaron en ese juego (…).”

 

¿Peleó  Sónechka lo bastante para ganar la aceptación de los demás o solo supo llorar?

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