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viernes, 4 de junio de 2021

Como polvo en el viento

 


Desde Tacoma, al noroeste de los Estados Unidos, Loreta llama a su hija, tras 16 meses sin hacerlo. Durante ese tiempo, y para mantener los encrespados lazos entre las dos, la que había telefoneado, a razón de dos veces al mes, había sido Adela, la hija.

Estas líneas resumen el comienzo de la novela.

Treinta y siete días después Loreta se presenta en casa de su hija en Miami. Nadie sabe dónde ha estado. Ha meditado en firme, ha recapacitado; ha decidido darle la explicación que le debía desde hacía 26 años.

Esto es el final del libro.

En medio, la dilatada historia de un grupo de jóvenes nacidos en Cuba en las inmediaciones de 1959.

Constituyen una imagen muy acabada de esa generación que gozó y sufrió la Revolución castrista.

Recordar puede doler, pero siempre es mejor mirar hacia atrás que olvidar; se pueden sanar las heridas que cicatrizaron sin haberse curado del todo.

Padura se pasea desde el presente al pasado y desde el pasado al presente, pero en ningún momento el lector se siente perdido, porque el camino narrativo está sembrado de boyas en forma de fechas precisas, que nos guían.

Eran un grupo de chicos y chicas que se conocieron en el preuniversitario, el Clan, así los bautizó uno de ellos.  En un primer momento vivieron todos acunados en la esperanza de que se alcanzaría la meta revolucionaria.

Pero en un momento la isla se vio aplastada con el peso de la corrupción, de la inquina foránea, de la mala práctica de los dirigentes. Y ellos también cayeron en el hoyo profundo. Y entonces, empujados por la tragedia, por el desengaño, por el miedo;  estalló la diáspora y algunos emprendieron el camino al exilio, donde nunca consiguieron echar raíces, porque sus raíces las habían dejado para siempre en Cuba. Su deriva se confundió con la del país.

“¿Qué nos ha pasado?”. Es una pregunta recurrente en la obra, muchos de los protagonistas la lanzan a las páginas de la novela.

“Nos ha pasado que perdimos”. Contesta algún personaje. Sus sueños se habían convertido en pesadillas.

Eran jóvenes brillantes, que al llegar a la universidad desarrollarían todas sus capacidades, y más tarde germinarían en ellos grandes actitudes profesionales. 

No todos pertenecían a buenas familias, en Cuba cualquiera que demostrara talento tenía abiertas escuelas y facultades. Así lo reconoce uno de ellos. “Y aunque todavía haya tanta gente viviendo en la mierda, yo sería muy ingrato si no le agradeciera a este país que me haya dado la posibilidad de ser el milagro que soy.” Hijo de madre soltera, había nacido en unas penosas condiciones, que se prolongarían en sus primeros años, pero con voluntad y las facilidades gubernamentales consiguió zafarse de todo aquello.

Padura nos muestra las dos caras de su país.

Vivían una amistad rotunda, sin apenas fisuras. Las familias apenas cuentas en la narración, se presentan como meros marcos donde habían nacido, curiosamente no aparecen lazos familiares. Me pregunto por qué no perfila Padura vínculos con un hermano, una hermana, un primo, una tía. Aparecen las relaciones que tú te has creado, no las que te dio la biología. Es curioso.

Según han ido acumulando edad, el deterioro del país, en lo político y en lo social, se ha acrecentado, las condiciones de vida empeoran y el exilio se abre como única salida. Otro exilio más. Lo hubo antes de la revolución y  justo después del levantamiento. Cuba está hecha de migraciones –como casi todos los países-. Hasta mediados del XX muchos fueron los que se refugiaron allí, hoy son más numerosos los que huyen. Al final de la novela los que se van son los hijos.

Estos abandonan el país por razones diferentes a las de sus padres: Se van de Cuba “(…) porque no resistían más vivir en un país que ni Dios sabe cuándo se va a arreglar y de donde la gente se va hasta por las ventanas porque allá están empeñados en arreglar las cosas con las mismas soluciones que nunca funcionaron...”. Buscan nuevos universos de expansión material o intelectual.

“—Aquello no lo entiende ni Dios y no lo arregla ni Dios...”. Lo resumía así un personaje: medicina de calidad, salud pública envidiable, pero farmacias desabastecidas; teléfono o electricidad baratos, pero cortes y poca potencia. Alguien había decidido que un cubano no tendría un móvil o un acceso fácil a internet.

Incomprensible.

Tantos jóvenes competentes saliendo de Cuba van a tener un coste importante para la isla. Me pregunto si alguien se ha ocupado de pensar en eso.

Una fotografía despierta un monstruo dormido, la verdad tiene que abrirse camino; y la intriga zigzaguea entonces por las páginas de Como polvo en el viento. Con una gran habilidad Padura va atando cabos, retratando las personalidades y las vidas de los que fueron jóvenes y hoy ya alcanzan más de cincuenta y tienen hijos. El exilio, la muerte intempestiva  y la huida fragmentarán al grupo y a su descendencia, pero como si estuvieran imantados volverán a reunirse.

Padura ha escrito un cuento con tinta de realidad. Retrata las penurias, retrata el dolor del que abandona su tierra; pero hace un retrato suave, sin aristas; quizás porque comprende al que se va, y también al que se queda. Y quizás también porque ya se ha acostumbrado a vivir en la sinrazón de su país, que tanto cuesta comprender al que es de fuera. Lo veo amable con sus personajes. No hay excesiva aflicción en ellos, y podría haberla; dentro porque las condiciones de vidas se hacen insoportables, fuera porque no hay nada peor que sentirte obligado a dejar tu mundo.

Aunque la política tiene un papel crucial en todo lo que sucede, parece que Padura pasa sobre ella como de puntillas. Puede que le interesen más las personas que pedir cuentas.   

Leonardo Padura sabe crear la tensión a través del enigma, pero además hace que esta historia se te pegue a la piel porque se alimenta de verdad. Es una ficción muy clarificadora de la realidad que se ha vivido, y que se vive.


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