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jueves, 17 de junio de 2021

La cena

 



¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a un hijo que comete un delito injustificable? ¿Debe prevalecer el instinto de protección paterna, o la lealtad a unas normas sociales que garantizan la coherencia y la fortaleza del grupo?

En el texto promocional de la novela se leen estas preguntas que dejan un cierto regusto turbador.

La verdad es que La cena se aúpa como  una novela ácida y provocadora por los contenidos que encierra. Yo diría que a veces puede resultar algo incómoda.

Dos hermanos, junto a sus parejas respectivas, quedan para cenar en un restaurante muy exclusivo  de Ámsterdam: tienen que discutir un importante asunto que les concierne a los cuatro. Son Paul, Claire, Serge y Babette.

La novela se abre con una crítica de Paul, en  tono muy sarcástico, a los restaurantes de lujo. Aquellos que cuentan con un número elevado de empleados, que parecen más modelos que camareros; donde debes reservar con meses de antelación; donde diminutas viandas se pierden en la inmensidad de los ornamentados platos. Pero donde Serge Lohman, el hermano de Paul, un político influyente -y un más que probable próximo responsable del gobierno holandés- no tiene ningún problema para conseguir una mesa con tan solo una llamada.

Paul ridiculiza a los políticos que se quieren cercanos a la gente, que exhiben sus habilidades en los suplementos semanales de los periódicos; como su hermano. Lo trata con una inquina que sorprende, porque te preguntas qué hay detrás de esa mala voluntad. Se burla de su afición a la enología, que en algún momento lo llevó incluso a realizar cursos en el Valle del Loira para ampliar conocimientos; todo para alardear luego ante cualquiera que se le pusiera  enfrente con una copa. Él, que solo bebía Coca-cola cuando todavía vivían en la casa familiar.

Paul no para de zaherir a Serge. Cuánta animosidad encierran sus gestos. Lo tacha de machista, de tragón insaciable; lo muestra estúpido cuando se hace el graciosete con la camarera, cuando acepta hacerse una foto con unos clientes, a pesar de que la muchacha “no era muy agraciada”.

¿Qué hay detrás de todo esa acidez corrosiva?

¿Qué tiene Paul? ¿Qué le sucede? Habrá que leer la novela para comprenderlo.

Koch juega un poco con nosotros pues no todo es como parece en un primer momento: con numerosos flashback nos va adentrando en el pasado de los personajes, el más lejano y el más inmediato. Es como el ilusionista que saca pañuelos de un sombrero, pero muchos no tienen brillantes colores, sino que están destrozados y sucios.

Realiza el autor una radiografía de la estupidez social: el revuelo provocado por el matrimonio Lohman a su llegada al establecimiento; la sobreactuación del maître al presentar cada plato señalando con su meñique; sus descripciones de las comandas, el pregón de los exóticos orígenes de los ingredientes, como si instruyera a los comensales, pobres ignorantes.

Y más aún,  retrata una sociedad rancia, hipócrita y egoísta, que ante cualquier inconveniente prefiere mirar para el otro lado. Representan papeles de personas tolerantes; sus conversaciones se llenan de menudencias, de obviedades; rehúyen la polémica; cuánto menos se ahonde mejor.

Como te decía al principio, uno se puede sentir incómodo leyendo el libro, al sospechar que quizás te esté dibujando un poco a ti también.

Al comienzo, Paul, narrador en primera persona, aseguraba esto:

“No me apetecía cenar en un restaurante. Nunca me apetece.”

Afirmaba también que tener una cita es “la antesala del infierno”, porque le obliga a uno a pensar qué ponerse, ¿vaqueros?, ¿camisa blanca planchada?,  ¿recién afeitado?

En fin, supone un esfuerzo grande, porque todo eso te va a definir frente a los otros, cualquier decisión que elijas te condiciona, de esa apariencia depende tu imagen ante a los demás.

¿Cómo evitar pensar en A puerta cerrada, la obra teatral existencialista de Jean Paul Sartre? La frase más célebre de la obra: “El infierno son los otros” quería decir para el autor que si las relaciones con los demás se encuentran retorcidas, viciadas, entonces los demás son el infierno. Porque los otros son lo más importante para para nuestro propio conocimiento.

Una cita en los próximos días es la antesala del infierno; la noche en cuestión, el infierno mismo.

A la vez que no se presagia nada bueno en ese encuentro, esas palabras son un acicate para la lectura.


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