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martes, 30 de noviembre de 2021

Traición

 



El exinspector de policía Joe King Oliver se alza entre las líneas de este clásico policiaco de 2018 como una creación talentosa.

Se asienta en el linaje de detectives perdedores que, como los que le precedieron en los comienzos del XX, deslumbran al lector por su perspicacia,  su talento, su bravuconería, sus fracasos personales, su conocimiento del mundo y las personas, su lealtad, su fortaleza moral y física; su determinación y temeridad cuando haya que descubrir la verdad.

Su tesón en la investigación logrará al final  saciar nuestra sed de equilibrio poético, porque van a vencer los que están del buen lado de la línea, aunque para lograrlo en ocasiones el detective tenga que pisar  el territorio de las tinieblas.

“Nací para ser investigador. Para mí ese trabajo era como hacer un puzle en tres dimensiones al natural que al final sería una representación exacta del mundo real.”

Y nos la da. Compone un dibujo preciso de Nueva York. Nos arrastra por sus calles, nos movemos de lo más infame a lo más exclusivo: en ambos espacios se configuran las mayores vilezas. Retrata con un trazo rápido la política desmotivadora de su país.

 Mi problema concreto con las mujeres era, en cierta época, que las deseaba. A mí, inspector de primera clase Joe King Oliver, no me hacía falta más que una sonrisa o un guiño para descuidar mis obligaciones y promesas, mis votos y el sentido común (…).”

El cuerpo policial neoyorkino guardaba en su seno una camarilla canalla que conocía bien esta flaqueza suya. También conocía su excelencia investigadora. Las metódicas indagaciones de Oliver en los negocios sucios de esos corruptos iban a dar al traste con la impunidad de los deshonestos. El inspector era un obstáculo para sus ruines transacciones,  y decidieron inhabilitarlo con una trampa. Una mujer que les debía un favor y una grabación manipulada dieron con Joe King Oliver en la cárcel. Ni siquiera su mujer lo apoyó. Su vida familiar estalló en pedazos. ¡Cuánto iba a echar de menos a su pequeña!

Al comienzo de la novela ya han pasado trece años de todo aquello. El relato en primera persona del expolicía nos rebela que ahora es detective por cuenta propia.

En los relatos policiacos desde el presente se escarba en el pasado. Primero se conoce el efecto, el crimen, la injusticia, el atropello; después se desvelan las causas, junto al quién y al cómo.

Disfruta de cierto parentesco con el Cid Campeador. Ambos cayeron en el oprobio después de una traición. Y ambos lucharán duro para remontar y limpiar su nombre. Los dos tocan la estirpe de los héroes legendarios.

Ni uno ni otro son reales, pero nos ayudan a sobrellevar, a cerrar la herida abierta en la armonía social.

En prisión  un policía nunca va a ser bien acogido.

“Solo llevaba 39 horas en Rikers y ya me habían agredido cuatro presos. Un apósito adhesivo blanco me sujetaba la carne rajada de la mejilla derecha. Le rompí al sirlero la nariz y la mano de la navaja, pero la cicatriz que me dejó duraría mucho más tiempo.”

“En pocos días había pasado de poli a criminal. Pensaba que eso era lo peor…, pero me equivocaba”.

Un anticipo que abre las expectativas al amante del género negro.

Lo habían despeñado hasta el infierno.

Lo excarcelan sin ninguna explicación. No deseaban su muerte, solo que no metiera las narices en asuntos turbios.

En prisión no estaba a solas “porque había cucarachas, arañas y chinches. No estaba a solas porque había docena de hombres a mi alrededor, también incomunicados, que pasaban horas gritando y aullando, (…)”. En ese agujero, anhelando sus lecturas, empezó a crecer su deseo de venganza que años después se mantenía aún vivo.

Una carta le va a dar la oportunidad de iniciar la búsqueda de los que le engañaron.

Su hija ya ha crecido, le ayuda en el despacho, coge llamadas. Por lo menos la ha recuperado a ella. Su vida se rompió después de aquel encierro gratuito e injusto; ya nada iba a ser lo mismo, pero el cariño de su pequeña le insufla vida.

Hoy ha llegado a su oficina un caso: en el corredor de la muerte se encuentra un inocente.  

Se le abren dos frentes. Duda, pero decide meterse a fondo en los dos lances.

A partir de ahora en la novela se vierten enormes cantidades de nombres a los que el lector tiene que estar atento, ubicarlos en una u otra trama. No siempre resulta sencillo, en ocasiones hay que releer. Mosley hace una gran tarea armando esta trama trenzada.

Joe King Oliver guarda mucho dolor y mucha rabia, una prostituta amiga se convierte en depositaria. Nada más tópico. Debe frenar las lágrimas, pero los motivos no le faltan. Su complicada vida infantil se dibuja con dos trazos.

Se busca el compañero que el detective más tradicional disfruta siempre, aquí Melquarth Frost. Él hará el trabajo más sucio, del que el detective se beneficiará. Su relación procede de la lealtad que Mel le profesa. En el código de los facinerosos también hay reglas.

Se despiden con un eco de la película Casablanca: “-Más vale que te largues antes de que empecemos a besuquearnos o algo.”

 

 

 




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