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viernes, 27 de septiembre de 2019

Los millones


Los millones
Santiago Lorenzo

¿Puede alguien compadecerse de un terrorista del GRAPO? Sí, si es como Francisco García, protagonista de la novela, que ingresó en la organización sin darse cuenta, siguiendo al responsable de un grupo de montañismo al que pertenecía desde la infancia. Sí, si, como Francisco García, no hubiera cometido ningún delito. Sí, si, como Francisco García, recibiera las consignas de la organización con tres chicles pegados debajo de la barra de un  bar cutre de barrio; y en caso de no encontrarlos, nada querrían de él por el momento. Entonces podía encaminarse a la destartalada nave donde trabajaba, cosiendo, en soledad, falsas etiquetas de Benetton sobre camisetas falsificadas.

El humor puede teñir los temas más duros, las problemáticas más complejas. E ironía y humor recorren este libro. Pero también se ve atravesado por la nostalgia. Estamos en 1986, entonces, el autor, Santiago Lorenzo, era un joven seguramente ilusionado por las perspectivas nuevas que había abierto la Transición, y decepcionado también por los tintes desesperanzados que inundaban los finales ochentas: todo había sido un espejismo. No sé si él sentía esto, muchos sí lo sintieron.

Con una sonrisa recuerda, y recordamos, aquellos tiempos. Ya en las primeras páginas aparecen el Casio del plástico, la formica, los primeros bocadillos envueltos en papel Albal, el video Betamax…

Ha creado un personaje que resulta entrañable (lo volverá hacer más tarde en otra novela), uno de tantos, que más que vivir por sí mismo se deja vivir por las circunstancias que le van tocando padecer, otro más de los …QUE DE LEJOS PARECEN MOSCAS.

Había adecentado la casa que le habían asignado: alivió la mugre con aguarrás industrial encontrado entre desechos, convirtió unas bolsas de basura de comunidad en cortinas para la bañera y un bote de suavizante agujereado en mango de ducha… Se convirtió en el Robinson Crusoe del barrio de La Ventilla. Su dieta no hubiera obtenido el plácet del  nutricionista más permisivo. Aprovecha Santiago Lorenzo el apartado para arremeter con ironía contra tanto “afán por la vida exquisita” que surgía y asqueaba en esos ochenta.

El libro comienza en 1988, Francisco García está en la cárcel de Palencia. Disfruta de los nuevos programas de reinserción, tan frecuentes durante aquel momento político. La muestra se encuentra en el cáustico título de una exposición realizada con obras de los reclusos: En-Cárcel-Arte 88.  E intuyo hartazgo y rabia en el autor al narrar estos episodios, cuando está cerca de los cincuenta y ve todo aquello como un mal sueño.

La escritura de Santiago Lorenzo me recuerda a los grafitis de ácido que manchan las ventanas del metro, aquí sembrados de un ingenio que en él parece natural.

Cuando terminaba su trabajo, Francisco cogía el autobús y se dirigía al centro, siempre alerta a posibles persecuciones. Sospechó en una ocasión de “un patillas con pinta de chivato” y corrió a refugiarse en una administración de lotería, allí se vio obligado a comprar un boleto de la nueva Primitiva, entonces en promoción. Ahora se cruza en la trama del libro un nuevo personaje, Primitiva García (no deja de ser significativo el nombre elegido), tan infeliz como Francisco García. El destino los une cuando ella, periodista de segunda regional, busca al agraciado con el premio de la primitiva, que es Francisco.

Suma de dinero que no puede cobrar porque ¡un clandestino no se puede identificar!

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