Los millones
Santiago
Lorenzo
¿Puede
alguien compadecerse de un terrorista del GRAPO? Sí, si es como Francisco
García, protagonista de la novela, que ingresó en la organización sin darse
cuenta, siguiendo al responsable de un grupo de montañismo al que pertenecía
desde la infancia. Sí, si, como Francisco García, no hubiera cometido ningún
delito. Sí, si, como Francisco García,
recibiera las consignas de la organización con tres chicles pegados debajo de la
barra de un bar cutre de barrio; y en
caso de no encontrarlos, nada querrían de él por el momento. Entonces podía
encaminarse a la destartalada nave donde trabajaba, cosiendo, en soledad,
falsas etiquetas de Benetton sobre
camisetas falsificadas.
El humor puede teñir los temas más duros, las
problemáticas más complejas. E ironía y
humor recorren este libro. Pero también se ve atravesado por la nostalgia. Estamos en 1986, entonces, el
autor, Santiago Lorenzo, era un joven seguramente ilusionado por las
perspectivas nuevas que había abierto la Transición, y decepcionado también por
los tintes desesperanzados que inundaban los finales ochentas: todo había sido
un espejismo. No sé si él sentía esto, muchos sí lo sintieron.
Con una sonrisa recuerda, y recordamos, aquellos
tiempos. Ya en las primeras páginas aparecen el Casio del plástico, la formica, los primeros bocadillos envueltos
en papel Albal, el video Betamax…
Ha creado un personaje que resulta
entrañable (lo volverá hacer más
tarde en otra novela), uno de tantos, que más que vivir por sí mismo se deja
vivir por las circunstancias que le van tocando padecer, otro más de los …QUE DE LEJOS PARECEN MOSCAS.
Había
adecentado la casa que le habían
asignado: alivió la mugre con aguarrás industrial encontrado entre desechos, convirtió unas bolsas de basura de
comunidad en cortinas para la bañera y un bote de suavizante agujereado en
mango de ducha… Se convirtió en el Robinson Crusoe del barrio de La Ventilla. Su dieta no hubiera obtenido el plácet
del nutricionista más permisivo.
Aprovecha Santiago Lorenzo el apartado para arremeter con ironía contra tanto
“afán por la vida exquisita” que surgía y asqueaba en esos ochenta.
El
libro comienza en 1988, Francisco García está en la cárcel de Palencia. Disfruta de los nuevos programas de
reinserción, tan frecuentes durante aquel momento político. La muestra se
encuentra en el cáustico título de una exposición realizada con obras de los
reclusos: En-Cárcel-Arte 88. E
intuyo hartazgo y rabia en el autor al narrar estos episodios, cuando está
cerca de los cincuenta y ve todo aquello como un mal sueño.
La escritura de Santiago Lorenzo me recuerda a los grafitis de ácido que manchan las ventanas del metro, aquí
sembrados de un ingenio que en él parece natural.
Cuando
terminaba su trabajo, Francisco cogía el autobús y se dirigía al centro,
siempre alerta a posibles persecuciones. Sospechó en una ocasión de “un
patillas con pinta de chivato” y corrió a refugiarse en una administración de
lotería, allí se vio obligado a comprar un boleto de la nueva Primitiva,
entonces en promoción. Ahora se cruza en la trama del libro un nuevo personaje,
Primitiva García (no deja de ser significativo el nombre elegido), tan infeliz
como Francisco García. El destino los une cuando ella, periodista de segunda
regional, busca al agraciado con el
premio de la primitiva, que es Francisco.
Suma de dinero que no puede cobrar
porque ¡un clandestino no se puede identificar!
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