…Que de lejos parecen moscas
Kike Ferrari
Esto es una novela negra; aunque escaseen las
características más representativas del género. Nos encontramos con un
cadáver, sí; pero su descubrimiento no inicia ninguna investigación; a nadie
parece importarle este cuerpo. Es como si el argentino Ferrari quisiera mostrar
un país insensibilizado hacia la muerte después de la dictadura. La única
policía que aparece no investiga, se lucra con deshonestidad. Sin embargo tiene
un tinte negro, pues se mueve en las aguas muy oscuras de la corrupción, del
engaño, de la falsedad, de la traición y de la vulgaridad.
El protagonista, el señor Machi, aparece
como un individuo sin escrúpulos,
que nunca dudó en aniquilar a cualquiera que obstruyese su camino. El régimen
totalitario se nutrió de estos tipos amorales, que convirtieron en víctimas a
muchos de sus conciudadanos. Estos son los que de lejos parecen moscas,
aunque en el libro a lo que alude el curioso título es a los pedacitos que
quedan de una lapicera cuando un
camión la aplasta.
El señor Machi tras
una de sus habituales noches de sexo y drogas se dispone a volver al hogar familiar
en el coche de ofensiva opulencia que posee. Solo unos pocos kilómetros y sufre
un pinchazo. Al abrir el maletero
descubre un cadáver, está sujeto al propio vehículo con unas esposas de peluche
rosas que el señor Machi usa en sus juegos amorosos. Allí comienza su
calvario cuando inicia una carrera angustiosa y sofocante para deshacerse de ese
muerto molesto.
Ese cadáver va a
arrastrar al protagonista al infierno de la duda. ¿Quién pudo ponerlo
allí, y de aquella manera? Muchos han podido hacerlo, porque muchos son los que
tienen motivo para odiar a Machi. Van cayendo sobre él pesados como losas.
Ferrari los va insertando en la obra con un estilo muy personal, en el que
obliga al lector, colaborador activo, a indagar y a reconstruir la historia de
este arribista infame.
Se
reconoce en este texto un eco de aquel el infierno son los otros de Jean
Paul Sartre: la literatura no pertenece a una época o a un autor, es como una
corriente subterránea que brota y vuelve a brotar.
Nos encontramos una
escritura sin adorno, las palabras son
certeras, como los puñales que arroja el artista para dibujar la silueta de un
cuerpo en un espectáculo de circo, con anticipaciones que consiguen
mantener un alto grado de tensión narrativa.
Lo peor está por llegar: el autor consigue que el ahogo y angustia se apoderen del que lee.
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